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¿Puede la distancia separar los corazones unidos?

Del número de mayo de 1991 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Todos Hemos Experimentado la alegría de trabajar con otros armoniosamente en algún proyecto útil. Los granjeros de una localidad unen sus esfuerzos y conocimientos para ayudar a un vecino a construir un granero. En calamidades colectivas los vecinos se unen para apoyarse los unos a los otros. Recientemente nuestra comunidad auspició un día especial para limpiar el pueblo, lo cual puso en contacto a los residentes en una causa común.

Sin embargo, a veces nos sentimos inclinados a pensar que perdemos algo de ese maravilloso espíritu de cooperación si nos encontramos separados físicamente los unos de los otros. Nos preguntamos: ¿Serán nuestros esfuerzos igualmente eficaces si los llevamos a cabo por separado? ¿Cómo podemos sentirnos unidos en propósito cuando tiempo y espacio nos separan?

Podemos reconocer que Dios, la Mente divina, está siempre presente y que esta Mente infinita y única revela a cada uno de los hijos de Dios todo lo que necesitan saber. La inspiración, iluminación, consagración y realización son cualidades de la Mente divina que cada uno de nosotros puede comprender y expresar. El hecho espiritual en la Ciencia Cristiana de que hay una sola Mente y que el hombre, como expresión de Dios, refleja esta Mente única, es la base verdadera para la unidad y armonía entre la humanidad.

El estar más conscientes de la unidad espiritual que existe entre el hombre y Dios, fortalece nuestro compañerismo, acrecienta nuestro sentido de hermandad. La gran felicidad de esta armonía que se basa en lo espiritual, está bellamente expresada en el libro de los Salmos: “¡Mirad cuán bueno y cuán delicioso es habitar los hermanos juntos en armonía!”

Como hijos de Dios, realmente ya incluimos todo lo que es bueno. El hombre, como expresión de Dios, manifiesta toda cualidad espiritual. La unidad, alegría, armonía, son inherentes a todos nosotros, listas para ser demostradas en nuestra experiencia humana. El reconocer estos hechos espirituales nos alienta y nos aporta un sentido de cercanía con aquellos que amamos, aun cuando nos encontremos físicamente separados.

Simón Pedro, uno de los discípulos de Cristo Jesús, fue objeto de tierno cuidado por parte de sus compañeros cristianos, aun cuando se encontraba encarcelado. Sus amigos oraron por él devotamente. En Hechos leemos: “Así que Pedro estaba custodiado en la cárcel; pero la iglesia hacía sin cesar oración a Dios por él”. Pedro fue liberado rápidamente y sin ninguna ayuda humana. ¡Qué maravilloso ejemplo de los efectos de la devota oración en unidad! No afectó el que Pedro estuviera separado de sus amigos cristianos. Las oraciones de sus amigos deben de haber incluido la esperanza de que Pedro sentiría el poder de esas oraciones.

Realmente, uno puede imaginarse la convicción que deben de haber tenido los primeros cristianos. Aunque no podían comunicarse personalmente con Pedro, sus corazones estaban unidos. La fe pura de Pedro y la confianza en Dios que expresaron sus amigos cristianos, trajeron la liberación.

La santa influencia de Dios no es algo que la mente humana inicia, porque la Mente divina es su propio impulso y energía. El Cristo, el tierno mensaje sanador de Dios, nos habla directamente a cada uno de nosotros. Lo importante es reconocer nuestra unión con Dios, nuestro Padre celestial; recurrir a El con una convicción consciente de lo eterna que es Su presencia divina. Cristo Jesús demostró que su propia unidad con Dios era lo suficientemente poderosa como para liberarlo de la muerte.

A medida que comprendemos nuestra unidad con Dios, llegamos a sentirla. Podemos comprobar que la influencia de la Mente divina está presente y es del todo eficaz para ayudar a aquellos a quienes amamos, aun cuando físicamente no estemos con ellos. Con gran afecto, la Sra. Eddy escribió en cierta ocasión a estudiantes de la Ciencia Cristiana: “Las semanas se han hecho meses y los meses años desde la última vez que nos reunimos; mas el tiempo y el espacio no nos separan cuando están circundados por la presencia divina. Aunque se interpuso una gran distancia entre nosotros, nuestros corazones conservaron un mismo ritmo, y hemos trabajado perseverantemente para un mismo objetivo” (Escritos Misceláneos).

Mi familia y yo tuvimos una experiencia que creemos comprobó algunas de estas verdades espirituales. En cierta ocasión, en que mi esposa y los niños se encontraban haciendo un viaje en automóvil, me quedé solo en casa. Un día, como a las 3:30 de la tarde, sentí que ellos se encontraban en peligro. Reconociendo que éste era un aviso para orar, inmediatamente percibí la presencia de Dios allí mismo donde ellos se encontraban, así como también donde yo me encontraba. Oré para saber que el Amor divino cuida de cada uno de Sus amados hijos y que todos estamos a salvo y seguros. A través de mi propia experiencia yo había aprendido que el recurrir al Padre aporta un santo sentido de que el Cristo de Dios está siempre cercano para ayudar y sanar.

Continué orando de esta manera durante una media hora hasta que recuperé mi tranquilidad. Durante este tiempo mi familia y yo no habíamos tenido ninguna comunicación verbal.

Algunos días después, todos estábamos conversando acerca del viaje. Mi esposa me dijo que una tarde el conductor de un camión manejó demasiado cerca de ellos y que se sintieron en peligro debido al curso zigzagueante con que manejaba. Los provocó durante muchos kilómetros a lo largo de la carretera acercando su camión a veces adelante y otras detrás del automóvil.

Mi esposa me dijo que ella y los niños estuvieron orando todo el tiempo que duró este incidente. Cuando les pregunté a qué hora había ocurrido, uno de los niños recordó que había sido más o menos a las 3:30 de la tarde: la misma hora en que yo había sentido la urgencia de orar. Todos nos regocijamos por esta simple manifestación de la protección de Dios y de Su tierno cuidado. Nos sentimos especialmente agradecidos por esta prueba del poder de la Mente divina para unirnos en oración aun cuando no nos encontrábamos juntos.

Dios no nos ve separados de El por tiempo o distancia. Su amor por Sus hijos lo circunda todo; es una constante influencia para el bien. El Cristo, manifestando el tierno y siempre presente cuidado de Dios para la humanidad, está en todo tiempo allí mismo donde nos encontramos para unir nuestros corazones y mentes en propósito y acción sublimes.

Cuando reconocemos con convicción que Dios es la única Mente que nos gobierna a todos y que el Amor infinito está siempre presente, sentimos la unión y armonía naturales que son inherentes a nuestra identidad como hijos de Dios.

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