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MENSAJE DE LA JUNTA DIRECTIVA

Científicos Cristianos, su vida, su Iglesia, y el mundo que sirven

Del número de mayo de 1991 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Cuando una persona mira al mundo y considera todas sus profundas y urgentes necesidades, puede que sienta que realmente no tiene los recursos o la capacidad para mejorar las cosas ni siquiera en cierta medida. Con frecuencia, satisfacer lo que se nos presenta en el curso de nuestra vida diaria es suficiente desafío. No obstante, cuanto más se amplíen nuestros horizontes para servir, tanto más eficaces serán los resultados de nuestro amor y oración, para nosotros como para el mundo.

Se necesita genuina humildad para lograr todo lo que se nos exige individualmente y como movimiento de una iglesia. La Iglesia en particular exige que cultivemos un afecto desinteresado. La tentación es menospreciar nuestra capacidad para expresar suficiente sabiduría y amor para ser eficaces. El Salvador, Cristo Jesús, fue lo suficientemente humilde para decir: “No puedo yo hacer nada por mí mismo”, pues él sabía, con certeza científica, que el único poder sanador y redentor viene directamente de Dios, la Mente divina.

Aun cuando siempre es verdad que ninguno de nosotros puede, de su propia capacidad y designios humanos y finitos, llevar a cabo el propósito de Dios, “Todo lo [podemos] en Cristo que [nos] fortalece”, como lo confirma otro versículo en el Nuevo Testamento. La Iglesia de Cristo, Científico, así como cada estudiante de Ciencia Cristiana, obedece la misma norma divina de hacer “todo” mediante el Cristo, la Verdad.

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