En La Primavera de 1987, se diagnosticó que nuestra hija adoptiva, que entonces tenía once años, tenía un tumor en los tejidos que rodean el cerebro. Se consideraba que la cirugía podría remediar esta condición sólo en parte; y nos dijeron que sería necesario un tratamiento de radiación después de la operación. Le tomaron una tomografía computada (CAT), un angiograma y una imagen de resonancia magnética (MRI).
Mi esposo es investigador en neu-rofisiología en una universidad. Como biólogo tiene una fuerte fe básica en la habilidad de la naturaleza para sanar. El también estaba de acuerdo en confiar en la Ciencia Cristiana. Recientemente me había afiliado a La Iglesia Madre. Por lo tanto, decidimos posponer la decisión acerca de la operación. Estuvimos de acuerdo en hacerle otro examen de MRI a los tres meses para cerciorarnos de la condición en la cabeza de nuestra hija.
Llamé a una practicista de la Ciencia Cristiana, y sus oraciones liberaron a nuestra hija de los inmediatos síntomas y molestias. Durante los meses de verano la practicista oró por ella y me ayudó a ver su ser verdadero como la semejanza perfecta y espiritual de Dios. Me di cuenta con claridad de que la Ciencia Cristiana no es una filosofía ni solamente otra forma de mirar la vida, sino que ofrece un claro discernimiento respecto a la verdadera realidad de la existencia. Me sentí confiada en cuanto a la niña, esperando la curación. Ella tuvo un verano maravilloso, saludable y beneficioso; nadó, montó a caballo y cosió.
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