Un día, la mamá escuchó que Santiago le decía a Guillermo: — Pues, yo no le tengo miedo a nada.
Guillermo se puso a reír. —¡Ah, sí! ¿eh? Y ¿qué me dices de ese perro negro inmenso de la calle Silver que siempre trata de abalanzarse sobre nosotros, ladrando sin parar?
— Es cierto, pero también te asustó a ti — dijo Santiago.
— Tal vez, pero no me asusto tanto como tú — dijo Guillermo —. Por lo menos yo no soy cobarde. No empiezo a llamar a Mamá.
— Bueno, si eres tan fantástico, ¿por qué tienes que decir cosas feas? — gritó Santiago, y después se puso a llorar.
Generalmente la maná no daba importancia a esas discusiones de los niños. Pero sí intervenía cuando las cosas se ponían mal. Así que fue al patio donde estaban los niños.
— Te estás comportando en forma cruel y no me gusta. No hay razón para fastidiar a tu hermano de esa manera, Guillermo, de modo que no sigas. Todos tenemos momentos en que sentimos miedo. Lo que realmente importa es lo que haces con respecto al miedo.
Santiago dijo: — A veces uno debe sentir miedo. Por ejemplo, uno debe sentir miedo de cruzar solo una calle de mucho tráfico; así que no lo hace.
— Si cruzaras la calle por donde no debes hacerlo, tendrías grandes problemas también conmigo — le dijo la mamá—. Pero si algo te asusta, puedes pedirme a mí o a Papá que te ayudemos. Y ustedes dos saben que también se lo pueden pedir a Dios, y Su ayuda es la mejor.
— Mamá, ¿nos vas a dar un sermón? — le preguntó Guillermo.
— Si nos dice cómo hacer para no tener miedo a mí no me molesta — dijo Santiago.
— Sí, creo que esto es un sermón; déjenme terminar — dijo la mamá—. Cuando empiezo a sentir temor, en ese momento en que empiezo a sentirlo, trato de orar. Me quedo muy tranquila para poder escuchar los buenos pensamientos. Tal vez piense: “Yo sé que Dios está conmigo aquí mismo”. O quizás me diga a mí misma algo del Padre Nuestro que nos dio Cristo Jesús, como: “Tuyo es el reino, y el poder, y la gloria, por todos los siglos”. Lo importante es que no tengo por qué ceder ante el temor. Cuando empiezo a reconocer que la bondad de Dios está siempre controlando todo, eso me ayuda a liberarme del temor.
—¿Oraste esa vez que nos contaste que sentiste miedo y le cerraste la puerta de un portazo a tu hermano? — quiso saber Guillermo.
— Sí, lo hice. Traté de quedarme tranquila para poder sentirme segura de que Dios es nuestro Padre y nuestra Madre y que El siempre, siempre ama a Sus hijos e hijas. Dios lo hizo todo bueno y nos mantiene buenos, de modo que en realidad no existe ningún mal capaz de hacernos daño. Oré para permitir que el amor de Dios fuese el que nos gobernara.
— Mi maestra de la Escuela Dominical dijo que Cristo Jesús no sentía miedo, porque él sabía que Dios era Su Padre, y que Dios mantiene a todos Sus hijos a salvo — dijo Santiago —. Pero a pesar de todo a veces siento miedo, Mamá.
— No te preocupes; se requiere práctica para no sentir nunca miedo. Pero, por lo menos, debes estar seguro de que lo intentas — dijo la mamá—. Si en algún momento te asustas, trata de quedarte lo más tranquilo que puedas. Entonces podrás replicarle al temor. Puedes estar seguro de que no tienes por qué tener miedo, porque Dios es todo lo que existe. Entonces sentimos cómo Sus buenos pensamientos reemplazan el temor.
— Agradecerle a Dios es un pensamiento bueno — dijo Santiago.
— Eso estaba en el Salmo de la Biblia que leímos ayer — dijo la mamá—. ¿Recuerdan? “... alabad a Jehová, porque él es bueno.. . Jehová está conmigo; no temeré”. Esa es una razón para no tener miedo. El bien está de nuestro lado, y las cosas malas no son reales. Entonces no tenemos por qué tener miedo.
— Así como los fantasmas no son reales. Y “dos más dos es cinco” tampoco es real. Y un perro que quiera lastimar a alguien tampoco puede ser algo real — dijo Guillermo.
— De acuerdo, ya entiendo. ¿Nos podemos ir ahora?
— Claro. Pero no quiero volver a oír cosas feas. Eso tampoco es real. El Señor está de parte de cada uno de Sus hijos.
