¿A quién no le vendría bien tener más luz? ¿Más claridad en momentos de duda? Y si estamos en medio de nuestra propia búsqueda de luz, a veces ayuda escuchar las experiencias de otros "que sinceramente buscan la Verdad" Ver Ciencia y Salud, pág. xii., como la Sra. Eddy se refiere a ellos. Esta columna publica algunas experiencias que pueden ser útiles a los que están buscando nuevas respuestas.
Los relatos son anónimos, ya que algunas de las personas que participan en esta serie en el pasado tuvieron un estilo de vida y actitudes que difieren de los que ahora valoran. Fue necesario condensar el tiempo en la narración de estas experiencias, las que no intentan contar una historia completa, sino que muestran una amplia gama de buscadores y el camino por el cual la luz del Cristo, la Verdad, restaura, dirige y regenera vidas.
Dejar de beber no es fácil. El uso continuo del alcohol, incluso unos pocos tragos diarios, cambia a una persona. Se tiene poca energía o pensamiento claro. Uno pierde su estimación propia, y lo único que se vuelve importante es tener en la casa la suficiente cantidad de licor como para que alcance durante el fin de semana. Hay mentiras, vergüenza, culpas y situaciones que se ocultan. Y esto continúa día tras día.
Mi marido bebía en exceso y yo bebía todos los días. Teníamos una hermosa casa. Yo trabajaba en una universidad. El era un artista de renombre. Esa era la fachada. La verdad era diferente. Mucha gente conocía la debilidad de él por la bebida, pero muy pocos la mía.
Nuestro matrimonio se disolvió. Llegó un momento en que me sentí muy deprimida, muy miserable, y muy sola. Sentía mucho disgusto por lo que había estado haciendo. Lo único que deseaba era que me dejasen sola. Otra persona tal vez hubiese llegado al suicidio; yo a la verdad pensaba que no había nada por lo que valiese la pena vivir.
Un día, a la hora del almuerzo, salí a comprar un periódico para buscar una habitación amueblada donde vivir. Pero, por alguna razón, entré en una Sala de Lectura de la Ciencia Cristiana
Christian Science (crischan sáiens) por la que pasaba todos los días durante mi hora de almuerzo. La bibliotecaria me saludó. Me sentí muy incómoda y dije: "Creo que me equivoqué de lugar". Ella dijo: "De ninguna manera". Luego prestó atención a mi necesidad. Ocurrió que ella tenía en su casa una habitación que no utilizaba. Me mudé al día siguiente.
A partir de ese momento tuve paz. En la casa estaba prohibido el alcohol, y me sentía bien y a salvo. La bibliotecaria y algunas de sus amistades me invitaron a concurrir con ellos a la iglesia, pero yo les dije: "No me interesa la religión". No me presionaron. Durante los meses siguientes sólo bebía cuando salía a comer fuera de casa, lo que ocurría sólo en contadas ocasiones.
Me hice amiga de la organista de la iglesia de la Ciencia Cristiana, y como yo no tenía nada mejor que hacer los domingos, iba con ella a la iglesia.
¡Había tanto amor en esa iglesia filial! La gente no era entremetida, dándose cuenta tal vez de que yo prefería que me dejasen sola, pero yo sentía su amor. A veces, no me atrevía a hablar por el temor de echarme a llorar. Miraba a mi alrededor y pensaba: "Esta gente conoce algo que yo no conozco y tengo que descubrir qué es". Había en ellos paz, serenidad y luz interior. Y ellos simplemente me amaban tal como yo era y no por lo que parecía ser o por lo que poseía.
Al principio, lo que me atraía y me sostenía era el solo. Eso, y una sonrisa alentadora de vez en cuando de parte de los miembros. Empecé a leer el Christian Science Sentinel, y una amiga me dio un ejemplar de Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras por Mary Baker Eddy, la Descubridora y Fundadora de la Ciencia Cristiana. Mi vida transcurría entre uno y otro culto.
Un día bebí un trago. Su gusto era horrible y resultó ser el último. Ese otoño fui a hablar con una practicista de la Ciencia Cristiana. Le mencioné que hacía mucho tiempo que sufría de fiebre del heno. Aunque estaba muy agradecida por haber sido sanada del hábito de beber, todavía no creía en la curación física por medio de la Ciencia Cristiana, por lo cual quedé sorprendida al darme cuenta de que había sanado de la fiebre del heno después de mi visita a la practicista. Eso fue hace muchos años.
Al recordar esa época y el amor que sentí en esa iglesia filial, viene a mi pensamiento este párrafo de Ciencia y Salud: "La palabra tierna y el aliento cristiano que se da al enfermo, la compasiva paciencia con sus temores y la eliminación de los mismos, son mejores que hecatombes de teorías verbosas, la repetición de discursos trillados ajenos y la limosna de argumentos, que no son sino otras tantas parodias de Ciencia Cristiana legítima, que arde de Amor divino".
Ahora vivo en un lugar diferente y soy miembro activo de una iglesia filial cercana a mi casa. Aunque han pasado muchos años, todavía me mantengo en comunicación con mis amigos de la primera iglesia de la Ciencia Cristiana a la que concurrí. Ellos me hicieron ver las primeras vislumbres de lo que es la Ciencia Cristiana. Fue durante esa época que aprendí a amar, aprendí a no tener temor, aprendí que soy la hija amada de Dios, aprendí los verdaderos valores importantes de la vida. Estoy tratando de repetir este amor en mi iglesia actual.