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¿Es esta evidencia válida?

Del número de agosto de 1991 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Una De Mis amigas tiene una perra collie llamada Jam, que es muy tranquila y expresa mucha maternidad. Pude ver la maternidad que expresa un día cuando Jam estaba comiendo y mi amiga echó a andar un pequeño osito de felpa de baterías, y lo colocó en el suelo cerca de Jam. Inmediatamente, la perra se desplomó de costado a fin de que el osito de juguete, que se acercaba a ella en agitados círculos, pudiera acurrucarse con facilidad. Es evidente que Jam pensó que el animalito quería mamar, y ella estaba lista para amamantarlo. Al contemplar lo que estaba ocurriendo, era difícil comprender que el objeto de felpa no era más que un juguete y que Jam, que había dado a luz varios perritos, estuviera tan dispuesta a amamantarlo.

Después, pensando en esto, me pareció que esta perra collie era similar a mucha gente buena, que se impresiona fácilmente con las apariencias que conducen a conclusiones erróneas y a asumir un falso sentido de responsabilidad. En realidad, ningún cachorro necesitaba mamar. Jam fue engañada por lo que pensó que estaba viendo.

Del mismo modo, mucha gente es engañada por la evidencia de los sentidos físicos que las llevan a creer que la enfermedad y varias otras condiciones discordantes están presentes o que pueden ocurrir. Esto sucede porque los sentidos físicos siempre identifican al hombre como material e imperfecto, y cuando aceptamos la evidencia física como verdadera nos sometemos a la acción que se basa en una información falsa. Como resultado de ello, es inevitable ver una evidencia errónea.

Para liberarnos de esta trampa autoimpuesta, tenemos que apartarnos del sentido material. El hecho es que la materia es irreal porque Dios, el Espíritu, no la creó y no la conoce. La materia no conoce a Dios, y a pesar de ello Dios es la fuente de todo ser verdadero. Dios es Todo. El llena todo el espacio. El creó al hombre y el universo de acuerdo con Su plan, y todo lo que realmente existe es, por lo tanto, espiritual y perfecto, como su fuente. Puesto que el Espíritu, Dios, es Todo, la materia, lo opuesto del Espíritu, es nada. Todo lo que es real tiene que expresar a Dios y cumplir Su santo propósito. Al orar para comprender la totalidad del Espíritu y negar la evidencia material, podemos percibir las creencias de enfermedad y pecado, y así sanarlas.

Cristo Jesús declaró que "Dios es Espíritu; y los que le adoran, en espíritu y en verdad es necesario que adoren". Dado que Dios es Espíritu, el hombre, Su imagen, tiene que ser semejante a El: espiritual, no material. De esto se desprende que el hombre no puede estar expuesto al pecado, la enfermedad, las heridas, el dolor, o ninguna otra forma de discordancia.

¿En qué evidencia se apoyaba Jesús cuando sanaba? ¿Pensaba en la gente como cojas, ciegas, leprosas, paralíticas? Aunque estaba consciente de las necesidades humanas de la gente, no obstante, tiene que haberlas visto con una percepción más clara: una percepción espiritual. Como dice la Sra. Eddy en el libro de texto de la Ciencia Cristiana, Ciencia y Salud: "Jesús veía en la Ciencia al hombre perfecto, que aparecía a él donde el hombre mortal y pecador aparece a los mortales". Y añade: "En ese hombre perfecto el Salvador veía la semejanza misma de Dios, y esa manera correcta de ver al hombre sanaba a los enfermos". Debido a que percibía al hombre como imagen de Dios, Jesús no era engañado por la evidencia falsa. Miraba a la humanidad con compasión, y sanaba.

A veces la gente piensa que sería presuntuoso intentar seguir el ejemplo de Cristo Jesús viendo al hombre como espiritual y perfecto, y así sanar a aquellos que sufren de enfermedad y pecado. Pero el Maestro dijo: "Estas señales seguirán a los que creen:... sobre los enfermos pondrán sus manos, y sanarán". Esta promesa es válida hoy.

Si deseamos ser seguidores de Jesús, es esencial que expresemos verdaderamente nuestra naturaleza a la semejanza del Cristo. Al aceptar al Cristo, la Verdad, en nuestros pensamientos y vida, y orar para ver a todos con la compasión que participa de la naturaleza del Cristo, estaremos capacitados para sanar.

Un día, temprano en la mañana, la madre de dos niñitas llamó a una practicista de la Ciencia Cristiana para que orara por las niñas, porque no se sentían bien y estaban llorando porque deseaban ir a una fiestecita de cumpleaños ese día. De inmediato la practicista, que era amiga de la familia, le recordó a la madre que las niñas eran, en realidad, hijas de Dios y que de ninguna manera podían experimentar nada que Dios no hubiera creado. Por lo tanto, la evidencia de enfermedad no podía ser real.

La practicista continuó orando acerca de la naturaleza de Dios y de Su grandeza, y afirmando el hecho de que El creó a todas Sus ideas perfectas. La practicista se sintió verdaderamente muy inspirada. Percibió claramente que sólo el bien, la salud y la armonía son reales y que la enfermedad no tiene en modo alguno lugar en la creación de Dios. Le fue evidente que esas niñas, como ideas del Amor divino, estaban contentas y libres en ese mismo instante. Muy pronto el teléfono sonó nuevamente, y la madre feliz informó a la practicista que las niñas estaban completamente bien y que se estaban preparando para ir a la fiesta.

Regocijándose por esta curación, la practicista recordó que aquella mañana al despertarse ella había sentido síntomas de gripe. Mas como no había tenido tiempo para darse a sí misma un tratamiento en la Ciencia Cristiana antes de recibir la llamada de su amiga, no había pensado más en ella misma. Ahora que las niñas habían sanado, de pronto se dio cuenta de que ella también estaba completamente liberada. Su rechazo de la evidencia falsa acerca de las niñas fue también un rechazo de la evidencia falsa acerca de ella misma.

Si nos encontramos sufriendo de algún dolor, debilidad, fiebre o de cualquier otra evidencia de enfermedad, rápidamente debiéramos preguntarnos: ¿Es esta evidencia válida? ¿La conoce la Mente divina, Dios? ¿Podría en modo alguno formar parte de Su creación? Si sabemos que Dios, la única causa y fuente de todo ser verdadero, es totalmente bueno y no ha creado nada que no sea bueno, entonces podemos responder a estas preguntas con un rotundo "No". La evidencia discordante carece totalmente de validez y tiene que ser rechazada. Entonces podemos recurrir de manera directa a la Mente divina para aprender acerca de la evidencia verdadera del ser y vernos como el verdadero linaje perfecto de Dios, mantenido bajo Su tierno cuidado.

A veces la evidencia física de sensación en la materia puede ser tan fuerte que resulta difícil elevar el pensamiento a un concepto más alto. Pero el pensamiento inspirado es vital para lograr la armonía. En tal caso, podemos ser consolados con la certeza de que el Amor divino está siempre cuidando de sus ideas, sosteniéndolas tiernamente a todas. La Sra. Eddy estaba tan segura de la eterna presencia y poder de Dios, que rechazaba cualquier embestida agresiva de la materialidad. En su libro Escritos Misceláneos hace esta firme declaración: "Ninguna evidencia de los sentidos materiales puede cerrarme los ojos ante la prueba científica de que Dios, el bien, es supremo".

Esa palabra prueba es importante. Los sentidos físicos dependen de la materia para su evidencia, pero debido a que la materia, lo opuesto del Espíritu, es irreal, esa evidencia no se puede comprobar de acuerdo con ninguna base absoluta. El Espíritu y la materia no pueden coexistir porque la totalidad del Espíritu prueba la nada de la materia. El hecho de que el Amor es Todo se puede comprobar constantemente. Cada oración que halla respuesta, cada intuición espiritual, cada expresión del amor de Dios por el hombre, es una prueba de que Dios es supremo. A medida que reconocemos este hecho espiritual — esta evidencia — se hace cada vez más fácil comprobar que la enfermedad no tiene poder y que el temor y la carencia, el dolor y el sufrimiento, son creencias falsas.

Solo el bien — Dios y Su creación — es real. Reconocer este gran hecho aporta armonía a la experiencia humana. Tal liberación es una evidencia clara de la supremacía del Espíritu, de la eterna presencia del Amor divino.

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