Te Espero A la salida — me susurró ella, mirándome fijamente y con dureza.
— Allí estaré — respondí con igual vehemencia.
Me encontraba frente a una pandilla de rufianes de la escuela secundaria, pero sus amenazas no me iban a amedrentar. Mis amigas, además de estar asustadas, estaban asombradas de mi temeridad. Ese era el grupo más agresivo de la escuela; nadie se atrevía a responderles, y menos a aceptar el desafío de encontrarse a la salida de la escuela. No era ningún secreto que tenían navajas, y que las habían usado.
Yo estaba temblando por dentro. Aunque las había enfrentado con valentía, me sentía asustada. Primero pensé en mi madre; se sentiría defraudada de mis acciones. Pelear era algo que simplemente no debía hacer. Después pensé en una parte de mi vida que era nueva para mí: la Ciencia Cristiana.
El verano anterior había comenzado a asistir a una Escuela Dominical de la Ciencia Cristiana. El incomparable concepto espiritual de Dios y del hombre realmente significaba mucho para mí. Me gustaba especialmente el concepto de que, puesto que Dios es bueno, El no puede crear nada malo ni inarmónico. Pensé en esto mientras estaba parada allí, tratando de tranquilizarme.
Luego mis amigas y yo nos fuimos por el pasillo para ir a nuestra próxima clase. No nos dimos cuenta de que la pandilla nos seguía. Cuando subía las escaleras, de pronto sentí un tirón en mi trenza que me hizo retroceder con violencia.
Una voz desagradable me exigió: — Pide perdón.
Ya que no había forma de liberarme, tuve que decir: — Lo siento.
La líder de la pandilla caminó entonces delante de mí y me sonrió con presunción. Yo la agarré del pelo y la arrojé al suelo. Ella gritó a sus amigas: "¡Agárrenla!", y subí corriendo las escaleras, y me llevé por delante al director de la banda de la escuela, que estaba parado casi en lo alto de la escalera.
Me reprendió por correr en los pasillos y me obligó a quedarme junto a él hasta que todos se fueron. Esto me hizo llegar tarde a mi siguiente clase, ¡pero me sentí tan agradecida a ese maestro! El no sabía que su castigo me había librado de seguir peleando.
Sin embargo, una vez que estuve en la clase, comencé a llorar y me sentí desesperada. Mi profesora me preguntó cuál era el problema; mis amigas le contaron los detalles. Se mostró sorprendida y desaprobó enfáticamente mis acciones. Sentí que era poco realista e injusta.
Después de clase fui a la parte de atrás de la escuela para encontrarme con la pandilla. Estaba sola y asustada, segura de que vendría toda la pandilla. Esperé, tratando de darme valor. Ya había pasado bastante tiempo cuando miré mi reloj, y me di cuenta de que la pandilla no iba a presentarse. Me fui a casa.
Cuando llegué a casa estallé en llanto. Después de contarle todo a mi madre, ella me sugirió que orara.
Yo no podía entender cómo la oración podría ayudarme. Amaba la escuela, pero no quería tener que encontrarme nunca más con esa pandilla. Ellas tenían el mismo horario de almuerzo que yo, y una de ellas estaba en algunas clases conmigo. La única solución era ir a otra escuela.
Mi madre me dijo que no podemos huir de los problemas, y yo sabía que ella tenía razón, aunque me parecía imposible resolver éste. Entonces subí a mi habitación. Medité durante un rato sobre los detalles del día, pero luego tomé mi Biblia. Se abrió en el libro de Manteo, y leí: "Bienaventurados los pacificadores, porque ellos serán llamados hijos de Dios". Al principio, aunque sabía que la bienaventuranza era pertinente, la rechacé. No iba a hacer las paces con esa pandilla.
Sin embargo, continué leyendo, y llegué a estas palabras: "Pero yo os digo: No resistáis al que es malo; antes, a cualquiera que te hiera en la mejilla derecha, vuélvele también la otra".
Esto me confundió. ¿Por qué querría alguien "volver la otra mejilla"? Simplemente sería golpeado nuevamente. No podía ver qué sentido tenía hacer eso.
La conclusión era: "Pero yo os digo: Amad a vuestros enemigos, bendecid a los que os maldicen, haced bien a los que os aborrecen, y orad por los que os ultrajan y os persiguen".
Pensé: "¿Cómo podría amar a la pandilla?"
Fue entonces cuando recurrí a Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras. Sabía que las verdades que expresa este libro me brindarían guía y consuelo. Después de todo, su autora, la Sra. Eddy, había comprobado cada idea de su libro, y sus enseñanzas realmente sanaban. Varios meses después de haber comenzado a asistir a una Escuela Dominical de la Ciencia Cristiana, yo había sanado por completo de jaqueca. De modo que sabía que las enseñanzas eran eficaces.
Las frases que realmente me atrajeron fueron éstas: "En todo momento, y bajo toda circunstancia, vence con el bien al mal. Conócete a ti mismo, y Dios proveerá la sabiduría y la ocasión para una victoria sobre el mal. Si estás revestido de la panoplia del Amor, el odio humano no puede tocarte".
Para mí, las palabras clave fueron: "Conócete a ti mismo..."; entonces me pregunté: "¿Quién soy yo?" Sabía que era la hija de Dios, espiritual y perfecta. Por lo tanto, yo reflejaba las cualidades del Amor divino, tales como ternura, sabiduría y afecto. Dado que todo hijo de Dios lo refleja a El, cada miembro de la pandilla también tenía estas mismas cualidades.
De pronto pensé: "¡Claro! En realidad, al igual que yo, ellas no desean odiar ni pelear. Odiar es tan imposible para ellas como lo es para mí".
Pude ver entonces que la enseñanza de Cristo Jesús en el Sermón del Monte era lo único que podía destruir el odio. Pelear simplemente haría parecer más poderoso al enemigo. No era la pandilla, sino el temor y el odio lo que yo debía combatir.
Ya sabía lo que tenía que hacer. Diría a la líder de la pandilla que sentía mucho que yo había permitido que el odio gobernara mis acciones y nos separara. En realidad, ella era mi hermana, parte de mi familia espiritual, porque después de todo teníamos un mismo Padre-Madre: Dios.
Cuando bajé a cenar, mi madre me preguntó cómo iban las cosas. Le dije que había decidido disculparme con los miembros de la pandilla. No dijo nada, pero yo sabía que estaba contenta.
A la mañana siguiente, mientras guardaba el abrigo en mi armario, vi a la líder de la pandilla en el pasillo. Estaba sola. Me acerqué a ella y le extendí la mano. La estrechó, y le sonreí. Ella me devolvió la sonrisa, y le dije: "Lo siento". Ella dijo: "Yo también lo siento". Nos quedamos allí durante unos minutos en silencio.
Después de esto, cada vez que me encontraba con ella o con su pandilla en el comedor o en los pasillos, nos saludábamos cortésmente. Al poco tiempo la pandilla se disolvió.
Aprendí lecciones muy valiosas de esta experiencia. En primer lugar, fue una curación que logré por mí misma. Anteriormente había confiado siempre en la ayuda de mi madre o de un practicista de la Ciencia Cristiana. Pero esta vez resolví el problema por medio de mi propio razonamiento espiritual.
En segundo lugar, y lo más importante, me di cuenta de que el Amor triunfa sobre el odio. Percibí una vislumbre de la bondad de Dios y de Su amor hacia mí y hacia el mundo entero. Realmente sentí la presencia del Cristo guiándome.
Cada vez que he tenido que enfrentar el falso cuadro de relaciones personales deterioradas, he recordado esta lección sobre cómo vencer el mal. Como hijos de Dios, somos pacificadores.
