Durante cuarenta años trabajé en el servicio de libertad condicional. La tarea de un funcionario de esta categoría en mi país consiste en “ayudar, aconsejar y ofrecer amistad” a aquellos que están bajo su supervisión. Para hacerlo, el funcionario debe detectar y descubrir el desequilibrio que pareciera haber conducido a la persona a cometer un crimen, y ayudar a esa persona a desarrollar el autocontrol necesario para resistir futuras tentaciones. A través de los años me convencí de que no se puede esperar tener un verdadero éxito en un proceso de curación de este tipo, a menos que uno crea que la bondad fundamental que Dios otorgó al hombre tiene un poder infalible para anular lo que aparenta ser una propensión al delito.
La Ciencia Cristiana me ayudó como funcionario del departamento de libertad condicional en incontables ocasiones. Por más que a un delincuente se lo hubiera considerado como “material de desecho”, “sin valor, “un caso imposible”, yo decidí mantener en mi pensamiento su identidad espiritual más profunda. Luego de cuarenta años de trabajar con ex criminales, mi fe en la pureza inviolable del hombre y en el poder redentor de las enseñanzas de Cristo Jesús, ha aumentado en lugar de disminuir. Esto lo atribuyo a la fortaleza interior que Dios nos da para que nos neguemos a aceptar las limitaciones mortales como la última palabra acerca de cualquier persona. He tenido la gran bendición de ver cómo muchas personas rechazadas por la sociedad, a pesar de grandes disparidades, se han vuelto valiosos ciudadanos.
La ley del Espíritu de
vida en Cristo Jesús
me ha librado de la ley
del pecado y de la muerte.
Porque lo que era
imposible para la ley,
por cuanto era débil
por la carne,
Dios, enviando a su Hijo
en semejanza de carne
de pecado y a causa
del pecado,
condenó al pecado
en la carne;
para que la justicia
de la ley se
cumpliese en nosotros,
que no andamos
conforme a la carne,
sino comforme
al Espíritu.
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