Cuando Era Estudiante universitario y vivía en Ghana estudié teología; pero la doctrina de mi iglesia, que constantemente me presentaba a Dios como alguien que vivía en algún cielo distante y desconocido, y que castigaba o bendecía a Sus hijos según lo consideraba conveniente, me había descorazonado. Mi fe disminuyó. Había dejado de leer la Biblia, porque sus historias me parecían vagas e incomprensibles. Mi búsqueda del Dios verdadero aún estaba por completarse.
Una mañana de septiembre, mientras esperaba en el vestíbulo de la municipalidad para ver a un funcionario del gobierno, un extraño, un joven alto, se me acercó.
“Mientras espera tal vez le gustaría leer esto. Contiene verdades que sanan”, dijo. Me entregó una revista que resultó ser The Christian Science Journal. Me acomodé en un sillón que estaba a mi lado, listo para hojear la revista. Saqué mi pipa. Y en el instante en que la estaba llenando, una mujer que pasaba apurada, la barrió de mi mano con su amplia falda. Un guardia de seguridad, que venía detrás, la pisó inadvertidamente, aplastándola.
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