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Podemos llegar a ser mejores padres

Escrito para Asuntos de Familia

Del número de septiembre de 1991 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Siempre He Confiado en que Dios nos ama. Sin embargo, no fue hasta que realmente tuve que enfrentar lo que fue para mí la gran soledad — mis siete hijos ya habían crecido y se habían ido de casa — que comencé a comprender verdaderamente lo que es el amor de Dios.

En mi vida diaria, me sentía casi abrumada por el profundo deseo de estar cerca de mis hijos. No obstante, lo que había comprendido sobre Dios y sobre mi naturaleza espiritual como Su hija, a lo largo de muchos años de estudiar la Ciencia Cristiana, evitó que me sintiera agobiada.

La angustia interior de extrañar a mis hijos no me impedía llevar una vida normal y activa. Pero sentía una insistente tristeza unida a una sensación de que lo único que me haría feliz sería estar con mis hijos, y nada podría sustituirlo.

Ahora me doy cuenta de que tenía que comprender que la vida familiar cambia, y el cambio nos obliga a progresar espiritualmente y a ser transformados por la actividad del Cristo, la Verdad. Hasta ese momento había caído en el hábito de usar la frase "Dios me ama" como un cliché, sin darme cuenta de lo que significaba o de cómo poner en práctica esta verdad.

Como suele decirse, los viejos hábitos a veces mueren lentamente. En este caso la curación que yo esperaba no se produjo fácilmente. Tuve que orar con persistencia. Pero una afirmación en la Biblia me ayudó a despertar a la promesa genuina de la omnipresencia del amor de Dios y de la vida eterna que jamás se consume: "He aquí, yo estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré a él, y cenaré con él, y él conmigo".

Me di cuenta de que necesitamos abrir nuestro pensamiento para reconocer la actividad del Cristo, la Verdad. Si el hombre es el reflejo espiritual de Dios, entonces el temor y la soledad no son las barreras impenetrables hacia la felicidad que parecen ser. Pude ver que mi anhelo de estar siempre con mis hijos, tal como lo estaba cuando eran jóvenes, era egoísmo. No implicaba progreso ni para ellos ni para mí. Comencé a superar este punto de vista limitado y egocéntrico que me hacía sentir innecesariamente solitaria e infeliz.

Dios no es un Amor que cambia: más amoroso cuando nuestros hijos son pequeños, menos cuando han crecido. El es Amor constante. Al aprender esto logramos libertad, y la capacidad para vivir una vida productiva, liberada de la carga de anhelos sin sentido, de recuerdos penosos y de deseos de vivir en el pasado.

Gradualmente, mi oración me guió a trabajar en escuelas locales, realizando algo que era mi especialidad: recitar las obras de poetas afroamericanos y hacer participar a los niños. Se fueron despertando en mí habilidades creativas y artísticas a medida que comprendía con mayor claridad que la presencia todopoderosa de Dios puede transformar nuestras esperanzas y destruir nuestros temores.

Tuve que aprender a ser más humilde, y procuré liberarme de la vanidad. Había comenzado a comprender mejor que las enseñanzas espirituales de la Biblia y de Ciencia y Salud ofrecen soluciones para todos los problemas. Estos dos libros han producido en mí un despertar espiritual. He llegado a comprender lo que la Sra. Eddy quiso decir cuando escribió en su libro Ciencia y Salud: "La Biblia contiene la receta para toda curación. 'Las hojas del árbol eran para la sanidad de las naciones'. .. El árbol simboliza al Principio divino del hombre, y ese Principio es suficiente para cualquier emergencia, ofreciendo salvación plena del pecado, la enfermedad y la muerte".

Llegar a ser un mejor padre incluye liberar emocionalmente a nuestros hijos que ya han crecido, permitiéndoles ser responsables de sí mismos. Siento una profunda reverencia al darme cuenta de que Dios da a Sus hijos, a todos Sus hijos, una actividad perfecta. El da a los padres la fortaleza para cuidar a sus hijos y para estar contentos cuando éstos se transforman en personas responsables y maduras.

A la larga, a medida que aceptamos el ser espiritual del hijo de Dios podemos hallar curación para el desasosiego del corazón, el descontento y hasta para la tristeza. Dios nos ama a nosotros y a nuestros hijos. ¡Nunca estamos solos!

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