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"El Reino De Dios no consiste...

Del número de septiembre de 1991 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


"El Reino De Dios no consiste en palabras, sino en poder" (1 Corintios). Esto es verdadero hoy, porque la Ciencia Cristiana en efecto sana. Hace ya dos décadas que la Ciencia Cristiana llegó a mi vida por medio de una maravillosa curación física. Desde entonces he tenido muchas curaciones por medio del estudio de las Lecciones Bíblicas y de los escritos de la Sra. Eddy.

Un domingo por la mañana, cuando iba a servir como superintendente de la Escuela Dominical, mis piernas se pusieron tensas y sentía mucho dolor. Llamé a una practicista de la Ciencia Cristiana, y ella oró por mí inmediatamente. Pude ir a la iglesia. Sin embargo, esos ataques continuaron sucediendo de tiempo en tiempo. Con el apoyo de la practicista, aprendí a no sentir temor y luego seguí orando por mí misma, guiada por la inspiración que recibí de la Biblia y de Ciencia y Salud por la Sra. Eddy.

Un día los pies no podían sentir el suelo. Me sentí impulsada a resistir esta mala sugestión de incapacidad. El Apóstol Santiago dice: "... resistid al diablo, y huirá de vosotros". Oré fervorosamente antes de bajar varios tramos de las escaleras, y proseguí muy despacio. Sabía que este problema podía resolverse de una vez y para siempre. Había recibido tratamiento por la Ciencia Cristiana para esto, y sabía que la ley de Dios del bien no se podía revertir.

Allí en la calle, me detuve para poder orar con más humildad y profundamente, y dije: "Padre, muéstrame lo que debo hacer. Sé que Tu respuesta siempre incluye las ideas necesarias. Te doy las gracias". Entonces me di cuenta de que expresar la Vida divina no es realmente una cuestión de corporeidad, sino de progresar espiritualmente por medio de un mayor conocimiento de Dios, y yo sabía que estaba progresando en este sentido.

Una vez más oré: "Por favor, Padre, abre mi pensamiento", y escuché. Súbitamente este pasaje de Ciencia y Salud vino a mi pensamiento: "La causa o creencia remota de la enfermedad no es peligrosa por su prioridad y por la conexión de los pensamientos mortales del pasado con los del presente". Vi que Dios no podía impartir nada a Su hija que no fuera la infinita omnipresencia del Amor.

Comencé a caminar otra vez, y con mi pensamiento desbordando de gratitud por el todo poder y la gracia de Dios, llegué a la estación del ferrocarril. Sentí un inexplicable regocijo y una calma celestial antes de llegar a la oficina, y me di cuenta de que había sanado. De esto hace ya muchos años.

Una noche, mientras estaba manejando en la ciudad, un automóvil grande que venía a gran velocidad apareció de manera amenazadora en mi lado izquierdo. Súbitamente una idea iluminó mi pensamiento: "Padre, Tú estás aquí y en todas partes. Moramos en el Amor". Entonces vino el choque. Caí sobre el volante, y mientras aún estaba así, pensé: "No hay dos vidas, sino solamente una Vida; no hay dos mundos, sino uno sólo, el divino; y solamente hay un Amor". El otro conductor me ayudó a salir de mi auto que estaba totalmente destruido. Astillas de cristales cayeron de adentro de mis vestidos, pero no tuve ni un rasguño. Llamé a una practicista, que me ayudó a calmarme. Ella me sugirió que meditara sobre las palabras de "La Oración vespertina de la madre", un poema por la Sra. Eddy, antes de irme a dormir, y pasé una noche tranquila.

Al día siguiente no podía usar un brazo, y oré para saber que el Amor divino nunca creó el sufrimiento. Al día siguiente recibí The Christian Science Monitor, en el que había un artículo religioso sobre cómo reponerse de los accidentes. ¡Cómo sentí el amor del Padre en ese preciso momento! Al finalizar la lectura del artículo, yo sabía que la curación había tenido lugar. Podía usar el brazo otra vez, y, por la tarde, noté que un hombro, que se había puesto casi negro, había vuelto a su color normal. Sentí una inmensa gratitud.

Estoy profundamente agradecida por el don de amor de Cristo Jesús, y por el prometido Consolador, la Ciencia divina, que encontramos en los escritos de nuestra amada Guía, Mary Baker Eddy.


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