¿Cuanto Tiempo Son quince segundos? No lo suficiente cuando uno está visitando a un amigo, o contemplando una maravillosa puesta del sol. Pero una eternidad (o al menos puede parecerlo) cuando el suelo debajo de uno comienza a sacudirse violentamente.
Descubrí esto hace poco cuando me encontré en medio de un terremoto con tres pequeños nietos, uno de ellos un bebé, y dos ayudantes adultas: la niñera de los niños y su hermana. Acabábamos de despedir a mi hija y a mi yerno, quienes iban a asistir a un juego de béisbol de la Serie Mundial.
Durante el interminable momento que duró el temblor, hubo tiempo para que las dos mujeres, una de ellas con el bebé en brazos, se arrodillaran y oraran en voz alta de la forma en que habían aprendido en su iglesia. Jessica, de cinco años, y su hermano Spencer, de tres, se mantuvieron de pie, inmobilizados por el asombro.
Yo por mi parte sabía, por una experiencia anterior, que éste era un temblor de gran intensidad, pero sentí la calma que surge de la convicción de que Dios, el Amor divino, está siempre presente. De inmediato, recordé las palabras de Salmos que había leído más temprano, ese mismo día, en la Lección-Sermón del Cuaderno Trimestral de la Ciencia Cristiana: "¿A dónde me iré de tu Espíritu? ¿Y a dónde huiré de tu presencia?.. . si en el Seol hiciere mi estrado, he aquí, allí tú estás".
En ese instante el temblor era tan violento que parecía que la tierra se iba a abrir bajo nuestros pies. Repentinamente, la luz se apagó. Después se escuchó el estruendo de un gran plato ornamental que cayó de su estante y se hizo añicos.
De pronto todo quedó en silencio. Las sacudidas cesaron y la habitación quedó en calma. Pero la mirada de terror en los rostros de las dos mujeres me indicaron que debían volver a su casa para estar con su familia. Cuando una de ellas habló de su gran temor, traté de asegurarles que Dios las protegería, a ellas y a sus seres queridos.
Los niños también necesitaban tranquilizarse. Jessica lloraba, viendo el plato destrozado; Spencer quería saber si el temblor se iba a repetir. En ese momento sentí una serena gratitud por la Escuela Dominical de la Ciencia Cristiana a la que los niños habían asistido durante mis visitas anteriores. Allí Jessica había aprendido que ella es la hija amada de Dios, siempre bajo Su tierno cuidado. Le recordé este hecho espiritual y le aseguré que, por lo tanto, no tenía nada que temer. Con su confianza inocente aceptó inmediatamente esta verdad, como lo había hecho en otras ocasiones cuando yo había manifestado la idea, y ella, enfáticamente, había afirmado: "¡Yo ya sé eso!"
Spencer había asistido a la Escuela Dominical sólo en dos oportunidades, pero había aprendido dos verdades valiosas: que Dios es Amor, y que Dios está en todas partes. Unos días antes, su niñera me había preguntado: "¿Sabe usted lo que Spencer me dijo esta mañana en el parque? Me dijo que Dios es Amor". Su única visita a la Escuela Dominical había tenido lugar algunos meses antes, pero él se acordada. Dos días antes del terremoto había asistido a la Escuela Dominical por segunda vez. Lo que él había aprendido en esas dos horas me capacitó para asegurar a Spencer que Dios está siempre con nosotros, cuidándonos.
Cuando me preguntó: "¿Va a haber otro temblor?" no pude, honestamente, decirle que no lo habría, pero pude recordarle que su amoroso Padre-Madre Dios lo había cuidado, y lo seguiría haciendo siempre.
Después que los niños cenaron algo y la luz del día se tornó en oscuridad, nos sentamos en la sala, junto a la ventana del frente de la casa, y observamos el hermoso cielo estrellado. No habíamos recibido noticias de los padres de los niños, pero dos breves llamadas telefónicas de fuera del estado me informaron que los daños producidos en la ciudad eran extensos.
Al hablar con los niños tuve que rechazar en mi propio pensamiento la sugestión de que algo malo pudiera ocurrirles a sus padres. Reconocí que ellos, como nosotros, estaban bajo el cuidado omnipotente de Dios. En ningún momento los niños se mostraron preocupados sobre cuándo llegarían sus padres a casa. Hablamos de la estrella vespertina, de los tiempos anteriores a la luz eléctrica, y de nuestros libros favoritos. Y nos reímos cuando los vecinos de enfrente salieron con sus linternas.
A medida que pasaban las horas continué afirmando silenciosamente que la ley de Dios del bien universal está operando para preservar a Su creación, incluso el hombre. Sabía que la esencia de quiénes somos, la manera en que Dios nos ha hecho a cada uno de nosotros a Su imagen y semejanza, es espiritual e inmortal. El hombre de Dios, nuestra individualidad genuina, viviendo y moviéndose en el Espíritu divino, está fuera del alcance de todo daño.
El espíritu de mi oración aquella tarde probablemente pueda ser resumido mejor en una declaración en Ciencia y Salud por la Sra. Eddy: "Comprendiendo el dominio que el Amor mantenía sobre todo, Daniel se sintió seguro en el foso de los leones y Pablo probó que la víbora era inofensiva. Todas las criaturas de Dios, moviéndose en la armonía de la Ciencia, son inofensivas, útiles e indestructibles. La comprensión de esa verdad sublime fue una fuente de fortaleza para los antiguos patriarcas".
El conocimiento de esto fue también fuente de fortaleza para mí y para mis nietos. Yo sabía que, a pesar de la evidencia material, "esta gran verdad" podía ser demostrada en forma práctica, en la protección de mi hija y de su esposo. Y así fue. No había pasado mucho tiempo cuando, para alegría de todos, llegaron a casa.
Durante los prolongados quince segundos que duró el terremoto y en los días que siguieron, fue natural que yo, como Científica Cristiana de toda la vida, sintiera la calma interior que el Cristo siempre presente, el poder salvador de Dios, despierta en nosotros. Pero qué agradecida me sentí al ver que las pocas horas que mis nietos habían estado en la Escuela Dominical los habían ayudado a darse cuenta de que su Padre-Madre Dios está siempre cuidándolos, incluso en momentos en que parecía que el mundo estaba quedando al revés. La breve educación espiritual que habían tenido resultó ser suficiente para ayudarlos a enfrentar cada fase de la crisis. Mientras expresaba silenciosamente gratitud por la protección física y mental de los niños, descubrí que se habían cumplido las palabras de un himno amado del Himnario de la Ciencia Cristiana: "Entre el espanto y el dolor / haz Tu palabra oír".
El impacto de la "voz callada y suave" de Dios se hizo evidente varios días después del suceso. Spencer y su amigo estaban arrodillados, jugando con sus autos y camiones en miniatura, cuando mi hija los escuchó preguntarse uno al otro: "¿Qué daño causó el terremoto en tu casa?" Dado que había habido mucha preocupación por el estrés que los niños estaban sufriendo a causa del terremoto, más tarde ella trató de asegurarle a Spencer que él no tenía ningún motivo para preocuparse. Le explicó que su casa y su escuela, el jardín de infantes, estaban construidas sobre un cimiento sólido, y él no tenía que preocuparse. "Oh", dijo Spencer, "tú quieres decir que Dios está en todas partes".
Dios es nuestro amparo y fortaleza,
nuestro pronto auxilio en las tribulaciones.
Por tanto, no temeremos,
aunque la tierra sea removida,
y se traspasen los montes
al corazón del mar...
Jehová de los ejércitos
está con nosotros;
nuestro refugio
es el Dios de Jacob.
Salmo 46:1, 2, 7