Mateo y Nataniel son hermanos. Mateo está en segundo grado y Nataniel está en cuarto. Nataniel siempre puede hacer las cosas divertidas primero. Por ejemplo, jugar al fútbol. Nataniel ya estaba jugando en un equipo de fútbol verdadero con su uniforme y todo lo demás, mientras que Mateo todavía tenía que jugar en el patio de atrás con su ropa de todos los días.
Pero había una cosa que Nataniel no tenía, y era un libro de la Biblia con su mismo nombre, y también el de uno de los discípulos de Jesús. A Mateo siempre le gustaba cuando en la Escuela Dominical leían de la Biblia de su libro de Mateo.
Como había sólo unos pocos niños en su Escuela Dominical de la Ciencia Cristiana, Mateo tenía que estar en una clase junto con el niño más pequeño. Su nombre era Felipe y tenía sólo dos años. A Nataniel le tocó estar en una clase con niños que ya estaban en la escuela secundaria. Mateo pensaba que a los niños más grandes e incluso a Nataniel, él debía parecerles un bebé.
Otra de las cosas que le ocurrían a Mateo era que tenía que estudiar los Diez Mandamientos de la Biblia cientos de veces. Cada vez que había una maestra o maestro nuevo para la clase de los más pequeños, empezaban otra vez con los Mandamientos. Aunque había diferentes relatos sobre cómo aplicar los Mandamientos, era aburrido estudiarlos una y otra vez.
Pero Mateo no era un bebé, y lo demostró. Una vez en el patio de juegos de la escuela, algunos niños pendencieros quisieron usar la pelota con la que jugaban Mateo y sus amigos. Al principio, Mateo tuvo miedo. Luego, se enojó porque no era más que un niño pequeño. Eso lo hizo pensar en la Escuela Dominical y en que estaba en la clase de los más pequeños junto con el pequeño Felipe, y eso le hizo recordar un relato del que habían hablado.
Era la historia de Moisés. Dios pidió a Moisés que salvara a los hijos de Israel de quienes los estaban oprimiendo en Egipto, esclavizándolos y aprovechándose de ellos. Moisés estaba un poco asustado. El no creía que los hijos de Israel harían lo que él les dijera que hicieran. La Biblia dice: "Y respondió Dios a Moisés: ... Así dirás a los hijos de Israel: Yo Soy me envió a vosotros".
Mateo pensó en esto. Entonces pensó que si Dios era el "Yo Soy" que ayudó a Moisés y a los hijos de Israel a escapar de esos egipcios, el poder de Dios podía ayudarlo a él y a sus amigos.
Mateo les dijo a los chicos pendencieros que él y sus amigos no iban a darles la pelota, pero que si ellos querían formar un equipo para jugar todos juntos, podían hacerlo. Esos chicos quedaron tan sorprendidos que simplemente se fueron.
Esto hizo que Mateo se sintiera feliz con lo que estaba aprendiendo acerca de Dios. No veía el momento de que llegara el domingo para contárselo a su maestra y a Felipe en la Escuela Dominical. Pero el domingo la maestra no le pidió que hablara. Les preguntó a él y a Felipe cuál era el Tercer Mandamiento. Mateo tuvo que responder, por supuesto, porque en realidad Felipe todavía no hablaba. Mateo respondió con un gran suspiro: "No tomarás el nombre de Jehová tu Dios en vano".
La maestra le preguntó a Mateo qué creía él que significaba. Mateo aún pensaba en la experiencia con sus amigos y estaba deseando compartirla. Luego sonrió. Tenía una buena respuesta para dar a la maestra, que venía de su experiencia.
Mateo dijo: "Dios dijo a Moisés que su nombre era 'Yo Soy'. Así que cuando dices cosas como: yo soy enfermizo, o soy temeroso, o soy enojadizo, es tomar el nombre de Dios en vano. No podemos decir 'Yo soy' si es algo que Dios no podría ser".
La maestra, sentada junto a Mateo, se quedó mirándolo. Luego sonrió con una enorme sonrisa. Mateo se dio cuenta de que lo que había dicho debía de haber estado bien. Eso lo hizo sentir muy bien. Luego empezó a contarles a su maestra y a Felipe su relato del episodio con los niños pendencieros.
Al finalizar la clase, la maestra dijo a Mateo algo muy especial. Ella no se sentía bien antes del comienzo de la clase en la Escuela Dominical. Pero cuando oyó a Mateo decir que "Yo soy enfermizo" — aunque sea para uno mismo — significaba tomar el nombre de Dios en vano, la maestra se dio cuenta de que ella no tenía que desobedecer el mandamiento. Ella podía decir, con toda certeza, "Dios es Todo y yo estoy bien". Eso la sanó de inmediato.
Muy pronto, a Mateo ya no le preocupó más estar en la clase de los más pequeños. Sintió que era una parte importante de la enseñanza que se impartía en la Escuela Dominical. Cada semana compartía pensamientos nuevos. Se sentía contento de que su maestra estuviera aprendiendo con él. A veces, Mateo hasta hacía las preguntas y la maestra contestaba. ¡Y qué contento se puso cuando Felipe aprendió a hablar y así él también podía participar!