Hoy En Dia, oímos hablar con frecuencia de personas que debido a estados críticos de salud de diversa índole, deben ser internados en la sala de "cuidado intensivo" de un hospital. Pero no se debe pensar que el cuidado intensivo sólo se refiere a la sección del hospital donde se brinda la mayor atención médica. De hecho, dejando de lado la connotación médica, la frase es una descripción muy adecuada del experto y tierno cuidado que Dios tiene para con nosotros, y del cual somos conscientes cuando estamos espiritualmente en armonía con El. Desde este punto de vista espiritual, el cuidado intensivo puede evocar imágenes de bendiciones, no de sufrimiento.
No siempre pensé de esta manera tan positiva sobre esto. Repentinamente, me sentí muy enferma y fui a un sanatorio de la Ciencia Cristiana, donde el cuidado durante las veinticuatro horas del día no incluía, y yo lo sabía, atención médica alguna. En cambio, el sanatorio proporcionaba una atmósfera de amor propicia para la oración y la curación, donde las necesidades diarias eran atendidas con tierno cuidado.
Desde niña en la Escuela Dominical de la Ciencia Cristiana había aprendido a recurrir siempre a Dios en momentos de necesidad. Tenía la firme convicción de que tenía que haber un poder supremo o causa primaria que sostenía toda realidad auténtica. Era obvio para mí que este poder, el cual yo reconocía como Dios, debía de existir no como una fuerza mecánica fría, sino como la Mente divina infinita, el Espíritu, como lo absolutamente verdadero, o la Verdad. El debía de ser inteligente, en consecuencia constructivo y, por lo tanto, bueno; de modo que El no podía ser responsable de las discordancias y miserias inherentes a la creación material.
Dado que había vivido toda mi vida con este entendimiento de la bondad de Dios, pude enfrentar esta aparente crisis con la convicción de que la oración proporcionaría el cuidado intensivo que me sanaría. Al poner mi pensamiento en línea con la ley de la armonía de Dios, podía esperar que mi salud y bienestar se restablecieran totalmente.
Mi oración comenzó con la afirmación de que puesto que Dios llena todo el espacio y es el bien, el bien llena todo el espacio. A pesar de lo que los sentidos físicos parezcan presentar, el bien está en todas partes y es activo en el universo espiritual de Dios. Como parte de este universo, el hombre no es una personalidad mortal plagada de problemas en un cuerpo material, sino que es la expresión misma de la naturaleza de Dios, una idea espiritual, el efecto ordenado de una causa ordenada. El hombre es linaje de Dios, Su semejanza, incorpóreo, armonioso, sin carencia alguna. De modo que podía pensar acerca de mi consciencia espiritual, que refleja a la Mente, como mi sustancia e identidad verdaderas, la esencia misma de mi ser.
Lo más importante, para sentir que estaba al cuidado de Dios, era borrar un cúmulo de intereses egoístas y expresar la armonía de mi filiación espiritual con mayor vigilancia y humildad. En la Biblia leemos: "Humillaos, pues, bajo la poderosa mano de Dios, para que él os exalte cuando fuere tiempo; echando toda vuestra ansiedad sobre él, porque él tiene cuidado de vosotros".
Las declaraciones de la Sra. Eddy fueron reconfortantes y de mucha ayuda para mí. En su libro Rudimentos de la Ciencia Divina ella escribe: "La Ciencia Cristiana borra de la mente de los enfermos la creencia equivocada de que viven en la materia o a causa de ella, o que un llamado organismo material gobierna la salud o la existencia de los hombres, y nos induce a descansar en Dios, el Amor divino, quien cuida de todas las condiciones que se requieren para el bienestar del hombre".
Bajo la luz de la Verdad pude reconocer que Dios me había dotado de entendimiento espiritual, fortaleza, gracia, amor y salud, todas las cualidades que constituyen el cielo dentro de nosotros. Podía afirmarme en el hecho de que el cielo — la realidad actual de la supremacía del Espíritu — es inviolable, no depende de los obstáculos que las personas mortales o el ambiente pudieran poner en mi camino ni está sujeto a ellos, y jamás es perturbado por ellos. Sobre esta base, y de la mano de los seres queridos que me ayudaban, fue posible rechazar los presagios sombríos de la creencia mortal como nulos y sin valor ante el benéfico plan que Dios tiene para Su hija.
Siempre tuve presente el ejemplo de Cristo Jesús y el poder del Cristo por el cual él calmó la tormenta, multiplicó el alimento para las multitudes, sanó a los enfermos y resucitó a los muertos. De hecho, su vida entera fue el compendio del cuidado intensivo del Amor.
A medida que oraba de esta manera, la sensación de presión mental y la falsa responsabilidad que habían alterado el funcionamiento normal de mi organismo y me habían enfermado, comenzaron a desvanecerse y sentí una paz serena que me inducía a "descansar en Dios". Podía confiar plenamente en que el Padre me cuidaba y manifestaba Su armonía en términos de salud y bienestar.
En el lapso de ocho días regresé a casa sintiéndome bien, desempeñando activamente todas mis tareas y profundamente agradecida por haber despertado al reconocimiento de lo bendito que es el cuidado intensivo que Dios nos brinda.
Tal vez puedan atormentarnos sugestiones tales como: "Mi problema es demasiado grande para que pueda sanar" o "Mi crianza y educación son irremediablemente contrarias a la curación espiritual". Pero la verdad que la Ciencia Cristiana revela es que cuando nos entregamos con todo nuestro corazón a Dios, sentimos Su amor, bajo cualquier circunstancia. Como dice el Salmista: "¿A dónde me iré de tu Espíritu?" Y agrega: "Si tomare las alas del alba y habitare en el extremo del mar, aun allí me guiará tu mano, y me asirá tu diestra".
Cada uno de nosotros, según Dios nos conoce, está incluido en Su plan de cuidado. Estamos, en la Verdad, espiritualmente "sintonizados" para oír Su voz, amarla, escucharla y obedecerla. Esto nos protege de las agitaciones y corrientes de la emotividad mortal. Podemos reconocer confiadamente que reflejamos la integridad y la serena invulnerabilidad del infinito Yo Soy, Dios, y somos, por lo tanto, inmunes a todas las impurezas y contaminaciones mundanas, mentales y físicas, que tienden a atormentar la experiencia humana, nublan nuestras perspectivas y limitan nuestras capacidades. Este conocimiento espiritual de la Verdad pone fin a los agitados temores, al orgullo egocéntrico y a las múltiples formas de descontento, conmiseración, resentimiento e inmoralidad.
Una versión del Salmo noventa y uno del Himnario de la Ciencia Cristiana describe a Dios de esta manera:
Su tierno amor, con devoción,
De lazos mil me librará
Y peste y daño apartará.
Sus alas, cual supremo don,
Sobre mi frente extenderá.
Es Su verdad mi protección.
Confiando con convicción en ellos, en su significado espiritual, hallaremos que no se nos puede desplazar del cimiento de nuestra fe en el cuidado de Dios. Gradualmente aprendemos a progresar sin tensiones ni ansiedad. Los recuerdos desdichados se borran, las heridas sanan y las cicatrices desaparecen. Nuestro pensamiento es limpiado a fondo y nuestra salud mejora.
Entonces el poder sanador del Cristo puede operar sin obstrucción alguna, como una ley para el acondicionamiento, funcionamiento y reconstrucción correctos de nuestro cuerpo humano y de cada aspecto de nuestra vida. Crecemos para apreciar la grandeza y hermosura que son nuestras por ser linaje de Dios, a salvo en Su cuidado.
Jamás olvidemos que todos estamos bajo el cuidado intensivo y experto del Padre. Esta comprensión, constante y sin vacilaciones, es una oración eficaz. Nos hace sentir de manera práctica la presencia de Dios que despierta, consuela, libera y sana.
Encamíname en tu verdad, y enséñame,
porque tú eres el Dios de mi salvación;
en ti he esperado todo el día.
Acuérdate, oh Jehová,
de tus piedades y de tus misericordias,
que son perpetuas.
Salmo 25:5, 6