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Encontremos La Luz

¡Dios me ama!

Del número de marzo de 1992 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


¿A quién no le vendría bien tener más luz? ¿Más claridad en momentos de duda? Y si estamos en medio de nuestra propia búsqueda de luz, a veces ayuda oír las experiencias de otros que están encontrando que “resplandeció en las tinieblas luz”, como lo describe el Salmista. Esta columna publica algunas experiencias que pueden ser útiles para los que están buscando nuevas respuestas. Los relatos son anónimos, para que los autores tengan la oportunidad de expresarse libremente sobre su anterior estilo de vida y sus pasadas actitudes que pueden haber sido considerablemente diferentes de los que ellos actualmente valoran. Fue necesario condensar el tiempo en la narración de estas experiencias, las que no intentan contar una historia completa, sino que muestran algo de la amplia gama de buscadores y el camino por el cual la luz del Cristo, la Verdad, restaura, redirige y regenera vidas.

Cuando Era Niña, la única cosa que era muy importante para mí era que cualquier cosa que hiciera, tenía que aprender a hacerla bien. Esto se volvió una preocupación, y me preocupaba cometer errores. Era una clase de perfeccionismo, tratando de hacer todo muy bien, tener una experiencia humana perfecta. A veces temía muchísimo que me castigaran porque no había hecho algo correctamente. En mi país nos enseñaban que si no hacíamos las cosas bien, Dios nos castigaría. En esa época, mi salud era muy frágil.

Cuando era adolescente, comencé a tener períodos de confusión. Sentía dentro de mí misma una lucha constante entre un deseo de hacer lo correcto (quizás, el deseo de triunfar en la vida o de encontrar la felicidad), y sentir que no sabía cómo lograrlo. Traté de seguir el consejo de miembros de la familia, amigos y psiquiatras. A veces sentía que había logrado una buena perspectiva en la vida. Pero esto era siempre temporal, y después me encontraba nuevamente luchando conmigo misma sin éxito.

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