¿A quién no le vendría bien tener más luz? ¿Más claridad en momentos de duda? Y si estamos en medio de nuestra propia búsqueda de luz, a veces ayuda oír las experiencias de otros que están encontrando que “resplandeció en las tinieblas luz”, como lo describe el Salmista. Esta columna publica algunas experiencias que pueden ser útiles para los que están buscando nuevas respuestas. Los relatos son anónimos, para que los autores tengan la oportunidad de expresarse libremente sobre su anterior estilo de vida y sus pasadas actitudes que pueden haber sido considerablemente diferentes de los que ellos actualmente valoran. Fue necesario condensar el tiempo en la narración de estas experiencias, las que no intentan contar una historia completa, sino que muestran algo de la amplia gama de buscadores y el camino por el cual la luz del Cristo, la Verdad, restaura, redirige y regenera vidas.
Cuando Era Niña, la única cosa que era muy importante para mí era que cualquier cosa que hiciera, tenía que aprender a hacerla bien. Esto se volvió una preocupación, y me preocupaba cometer errores. Era una clase de perfeccionismo, tratando de hacer todo muy bien, tener una experiencia humana perfecta. A veces temía muchísimo que me castigaran porque no había hecho algo correctamente. En mi país nos enseñaban que si no hacíamos las cosas bien, Dios nos castigaría. En esa época, mi salud era muy frágil.
Cuando era adolescente, comencé a tener períodos de confusión. Sentía dentro de mí misma una lucha constante entre un deseo de hacer lo correcto (quizás, el deseo de triunfar en la vida o de encontrar la felicidad), y sentir que no sabía cómo lograrlo. Traté de seguir el consejo de miembros de la familia, amigos y psiquiatras. A veces sentía que había logrado una buena perspectiva en la vida. Pero esto era siempre temporal, y después me encontraba nuevamente luchando conmigo misma sin éxito.
Me casé, y durante la época que estaba esperando a nuestra hija, mis esfuerzos por descubrir cómo hacer las cosas correctamente fueron todavía más intensos. Leía e investigaba cómo tener buena salud, tanto mental como física. Adopté un programa de ejercicios y una dieta de alimentos naturales. Después del nacimiento de mi hija, seguí con el programa que había adoptado. En esta ocasión me pareció que los resultados habían sido eficaces y me sentía más saludable y feliz que nunca.
Durante esa época, mi madre, una hermana y un hermano, me dijeron que habían comenzado el estudio de la Ciencia Cristiana. Ellos hablaban sobre la Ciencia Cristiana
Christian Science (crischan sáiens) y lo maravilloso que era aprender acerca de la naturaleza totalmente espiritual de Dios mediante la Biblia y el libro Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras por Mary Baker Eddy, la Descubridora y Fundadora de la Ciencia Cristiana. Asistí a varios servicios dominicales de la Ciencia Cristiana con ellos, y escuché que el hombre es el hijo de Dios, espiritual como su Hacedor, y no un mortal que lucha implacablemente por ser bueno.
Aun así, yo quería tener una vida materialmente próspera, pensando que esto daría un buen ejemplo a mi hija. Este era el motivo por el cual quería establecer mi propio negocio. Hoy, me doy cuenta de que mi enfoque — establecer la prosperidad económica como meta principal — estaba equivocado. Yo estaba influida por imágenes y patrones de la vida moderna populares: una apariencia exterior dinámica, éxito personal, independencia económica y un cuerpo saludable.
Fue durante esta época que mi salud comenzó a deteriorarse seriamente. La anemia (que había sufrido durante mucho tiempo) y una lesión cerebral que me diagnosticaron en mi niñez — cosas que yo pensaba había superado mediante los alimentos naturales y el ejercicio — se intensificaron, provocando una crisis, al punto de que sentí que iba a perder la vida.
Mi madre me alentó a no darme por vencida. Me dijo que ella había sanado al leer Ciencia y Salud. Esto me pareció increíble, dado que ella había estado enferma por mucho tiempo. Pero era verdad. Yo quería con todo mi corazón este “algo” especial que mi madre había encontrado en la Ciencia.
No mucho después, una mañana me levanté con el fuerte deseo y decisión de estudiar la Ciencia Cristiana. Esta vez, mi antiguo deseo de buscar el camino para hacer lo correcto vino con una profunda alegría interior y una sensación de paz, en lugar de confusión y frustración. Día a día, comencé a estudiar la Lección Bíblica del Cuaderno Trimestral de la Ciencia Cristiana. Pedí ayuda a una practicista de la Ciencia Cristiana y pedí a Dios que me guiara.
Al principio, parecía balancearme entre una esperanza tremenda, que sentía al leer la Biblia y Ciencia y Salud, y un pánico que parecía apoderarse de mí cuando trataba de dejar de apoyarme en remedios materiales para poder dormir. Una noche, como muchas otras desde mi niñez, vi que pronto iba a amanecer y yo no había podido dormir. Estaba leyendo Ciencia y Salud. De pronto, sentí una hermosa sensación de luz que iluminaba estas palabras (citadas de la Biblia) en la página 598 de Ciencia y Salud: “Para con el Señor un día es como mil años”. La Sra. Eddy sigue diciendo: “Un momento de consciencia divina, o de la comprensión espiritual de la Vida y el Amor, es un goce anticipado de eternidad”. Pronto me quedé profundamente dormida.
Más tarde esa mañana, cuando estaba estudiando la Biblia, me llamó la atención una cita de las Bienaventuranzas en Mateo, donde Cristo Jesús afirma: “Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados”. En ese instante comprendí que Dios no me estaba condenando a tener una vida de insatisfacción, tratando de hacer lo correcto meramente a nivel humano sin éxito, en busca de ideales humanos. Sentí que Dios me amaba y que era un buen Dios.
De ahí en adelante, con estudio, poco a poco comencé a descubrir un nuevo concepto de bondad dentro de mí misma. Varios sentimientos de culpabilidad, causados por un concepto falso de un Dios castigador que exigía mi obediencia a algo que yo no sabía cómo hacer, toda esa ignorancia comenzó a ser reemplazada por la comprensión de lo que es Dios. Comencé a identificarme a mí misma y a los demás correctamente, como los hijos amados de Dios, espirituales, no mortales.
Pasaron unos años, durante los cuales mi salud mejoró completamente, y vi que mi hija no sólo disfrutaba de buena salud sino que desarrollaba también cualidades espirituales y expresaba madurez en una forma natural y simple. Todo esto, junto con el deseo de profundizar aún más mi comprensión y práctica de lo que había aprendido de Dios, me ha guiado en mi progreso espiritual.
Gracias a la Ciencia Cristiana, no sólo he dejado de lado hasta los más mínimos medios materiales para obtener salud, sino que también he experimentado la maravillosa alegría de ser testigo de muchas curaciones mediante la oración, tanto físicas como morales, en mi familia, vecinos y amigos.
También me siento segura de que he encontrado la mejor forma de dar a mi hija la más valiosa de las herencias: una educación verdaderamente cristiana, algo realmente infalible para su felicidad.
Hace años, cuando me sentía confundida y sin perspectiva, en realidad lo que más anhelaba era sentir el amor de Dios. Hoy sé que Dios me ama. Estoy profundamente satisfecha de sentirme amada por El.
No es que ya no haya desafíos, pero aunque un día en particular no parezca estar “con el Señor”, no soy traicionada por las sombras de la noche. El amanecer espiritual, con la luz del día de Dios, siempre llega. Y nuevamente siento que Dios me ama... ¡para siempre!