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Ser un amigo

Del número de marzo de 1992 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


“Yo no tengo a alguien que sea mi mejor amigo como todos los demás. Así que no tengo un lugar especial donde sentarme y eso me hace sentir fuera de lugar”.

“Los niños no quieren a Jennifer. Cuando soy buena con Jennifer, los demás dicen que no me van a querer más”.

“Tengo dos amigas. Ellas dicen que me quieren, pero al día siguiente, sin ninguna razón, me odian. No tengo otra amiga a quien acercarme”.

Muchas veces la amistad es como una montaña rusa; tiene muchas subidas y bajadas. Los amigos pueden hacernos sentir maravillosamente bien, y de pronto, y sin ninguna razón, terriblemente mal. Sin embargo, nada parece ser tan importante como tener amigos.

Cuando yo estaba en sexto grado quería tener una amiga de verdad, no una amiga variable. Me dolía ver lo cambiante e impredecible que era la gente. Yo pensaba que una amiga debía parecerse más a mi perra, Betsy; ¡ésa era una verdadera amiga!

Betsy siempre me estaba esperando cuando llegaba a casa, moviendo alegremente la cola, feliz de verme. Ella me quería de la misma manera todos los días. No importaba si me sentía feliz o triste, si estaba desaliñada o encantadora, o si me sentía bien o mal conmigo misma. Ella simplemente me quería por ser yo misma y porque yo estaba en casa.

Y Betsy era así con todos. Si no había nadie en casa ella iba a lo de nuestros vecinos para visitarlos y les demostraba su afecto hasta que nosotros regresábamos. Incluso un día la encontramos, moviendo la cola y con una sonrisa, sentada en los escalones de la entrada de nuestra casa, al lado del hombre de la perrera. El rodeaba a Betsy con su brazo, y parecían un par de amigos que hacía mucho que no se veían. Ella había sido tan buena amiga con él que no podía soportar el tener que llevarse a la perrera a esta afectuosa vagabunda.

Parece que a la gente no le resulta fácil expresar una amistad leal. De hecho, a veces resulta imposible a menos que podamos contar con la ayuda de Dios. Con esto quiero decir que cuando oramos, sentimos Su amor. Nos sentimos cerca de El y de nuestras cualidades e ideales espirituales, que nos ayudan a superar los altibajos y a expresar un tipo de amor más puro. El hombre de Dios — el que realmente somos — siempre puede amar y sentirse completo.

A veces pienso en la manera tan pura en que Cristo Jesús amaba. Debe de haberse sentido totalmente cuidado por Dios, el Amor divino. Debe de haber sabido cómo era realmente el Amor, no como una emoción inestable, con altibajos, sino un poder fuerte y siempre presente.

Jesús probó que es posible sentir el amor de Dios aun en las circunstancias más terribles. El nos dio prueba de ello viviendo ese amor.

El Maestro amaba a todos. Amó tanto al intocable leproso que lo tocó y lo sanó. Amó a la mujer que había cometido adulterio y a quien los escribas y los fariseos pensaban apedrear. Por el amor divino que él expresaba la perdonó y le dijo que se fuera y que no pecara más. Incluso amó lo suficiente para sanar la oreja que le había lastimado a uno de los que venían a apresarlo para llevarlo a crucificar. Jesús simplemente permaneció en el amor.

Siempre he pensado que podía haber recurrido a Jesús en cualquier momento, en cualquier lugar, ya sea que estuviese feliz o triste, enferma o sana, bien o mal, él igual me habría amado lo bastante para consolarme, sanarme o corregirme. Puesto que él comprendía que Dios es Amor y sentía el amor de Dios por el hombre, el Maestro podía expresar ese amor, ya sea que estuviese con sus amados discípulos o sin un solo amigo en el mundo. El Amor era su amigo, y eso lo hacía sentir seguro en cualquier situación.

Recuerdo una ocasión en que pude probar el amor y el control de Dios allí mismo donde había mucho odio e injusticia. Un día una de mis compañeras de sexto grado decidió comenzar un club denominado “Yo odio a Joan”. Yo no recordaba haberle hecho nada para que ella se enojara conmigo. Sin embargo, Peggy habló con cada niña y niño y les dijo cosas horribles por las que ellos debían unirse a su club. Muy pronto la mayoría de la clase se negó a jugar conmigo en el patio y ni siquiera eran amables.

Ese fue para mí un momento confuso y difícil. Pero me apoyé en Dios y oré lo mejor que pude. El pensamiento que tuve con toda claridad fue que debía continuar amando a Peggy, y traté de que mis sentimientos se mantuvieran serenos y puros.

Esta situación continuó así durante un par de días. Luego la mamá de Peggy se enteró del club y llamó a mi mamá. Mamá habló conmigo cuando llegué a casa. “Debes perdonarla”, me recordó mamá. Le dije que eso ya lo había hecho en mi corazón. Mamá se dio cuenta de que era realmente así. Después de nuestra conversación, ambas nos sentimos mejor con respecto a esa situación. Nos sentimos en paz, aun en medio de esa montaña rusa, sabiendo que era Dios, el Amor divino, quien gobernaba.

Al día siguiente, los veinticinco niños y niñas de mi clase, incluso Peggy, vinieron a mi casa al salir de la escuela y me preguntaron si podíamos jugar a la pelota todos juntos. ¡Qué cambio! Ese, por supuesto, fue el final del club.

En el libro de texto de la Ciencia Cristiana, la Sra. Eddy dio un nuevo nombre a Dios: “Nuestro Padre-Madre Dios, del todo armonioso”. El libro de texto de la Ciencia Cristiana es Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras, en el cual la Sra. Eddy da el significado espiritual del Padre Nuestro. Estoy segura de que el comprender a Dios como nuestro querido Padre-Madre, que siempre nos está amando, nos hace sentir más como hermanos y hermanas. Hace que desaparezca el temor de hacer amigos.

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