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La guerra contra las drogas es una lucha espiritual

Del número de marzo de 1992 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Poderosos Monopolios De drogas que intimidan a individuos y a gobiernos. Vecindarios invadidos por traficantes que compiten entre sí por las enormes cantidades de dinero que pueden ganar. Muchachos y adultos que pierden el control de su propia vida. Un círculo vicioso de falta de dominio propio, ignorancia y codicia que gira repetidamente en muchos niveles distintos. La plaga traspasa los límites sociales, económicos y raciales. Los efectos están tan ampliamente difundidos que todos, quieran o no, son afectados directa o indirectamente por la “guerra contra las drogas”.

Algunos luchan contra el desaliento. Hace poco un oficial de policía dijo que la actividad de las drogas en su comunidad “es una marejada que según parece no podemos detener”. Aun cuando se hagan esfuerzos heroicos para reducir el comercio de las drogas, tenemos la impresión de que simplemente la destrucción de las drogas y el encarcelamiento de la gente no va a ser suficiente.

Es indiscutible que es necesario enjuiciar a ciertas personas y que se deben sacar de circulación las sustancias dañinas. No obstante, la culpable de todos los crímenes relacionados con las drogas y el sufrimiento concomitante es cierta mentalidad, una manera de pensar material que tiene que cambiar si es que todo lo demás ha de cambiar de manera permanente.

No está lejano el día en que veamos que la “guerra” que se está librando no es tanto entre la gente “buena” y la “mala”. Es posible que las circunstancias difíciles en las que vivimos nos lleven al punto en que comprendamos que la verdadera lucha está entre dos puntos de vista en cuanto a la naturaleza del hombre. Un punto de vista de que el hombre es principalmente físico y material. El otro, un punto de vista de que el hombre es totalmente espiritual, creado por Dios.

El punto de vista material, a partir de la leyenda de Adán y Eva, presenta a un mortal desventurado que no está seguro de quién es, por siempre engañado por las circunstancias (fuera de su control) para caer en tentación y tomar todas las decisiones equivocadas. Parece que no hace mucha diferencia si se le ofrece un trozo de fruta prohibida o una pizca de cocaína prohibida. Se convierte en la víctima de su propia debilidad y se hunde más en una complicada telaraña donde la culpa, la condenación y la violencia lo separan de todo lo bello y bueno.

Es posible que mucha gente se identifique con este modelo desmoralizado. Es posible que se les haya enseñado que nacieron con la “herencia” de Adán y Eva de pecado y sufrimiento. Pero esta historia ficticia no se ajusta al relato original de la creación que aparece en el comienzo del Génesis, en el cual Dios creó al hombre a Su imagen y semejanza perfectas.

Los dos puntos de vista acerca de la creación — uno espiritual y el otro material — son opuestos. Podría decirse que son inherentemente antagónicos entre sí, siempre en desacuerdo.

El Nuevo Testamento expresa este antagonismo como una lucha entre el Espíritu y la carne. La Ciencia Cristiana establece las líneas de batalla con mayor claridad aún. Explica que la guerra es espiritualmente mental y que se libra entre la verdad que Dios, el Espíritu, es Todo, y el error de que la materia es la vida y sustancia de todas las cosas.

La Sra. Eddy demostró que la victoria de una persona sobre esta batalla mental siempre resultaría en curación y renovación. De hecho, llegó a la conclusión de que es sólo al luchar y triunfar en esta batalla cristiana que podemos esperar tener la paz y curación permanentes. Escribe en Ciencia y Salud: “La hipotética lucha entre la verdad y el error es sólo el conflicto mental entre la evidencia de los sentidos espirituales y el testimonio de los sentidos materiales, y esa lucha entre el Espíritu y la carne resolverá toda cuestión por medio de la fe en el Amor divino y la comprensión de ese Amor”.

¿Qué tiene que ver esto con lo que está ocurriendo en la vida de las personas, las familias y las comunidades? Entre otras cosas, nos muestra que cuando comprendemos que Dios, el Amor divino, es todopoderoso, estamos en condiciones de ganar la batalla. Si alguien creyera que el mal es un poder verdadero capaz de oponerse a Dios — que el mal tiene el dominio — ¿qué esperanza habría para dominarlo?

Si el hombre es meramente animal por naturaleza y bruto por instinto (gobernado por los sentidos físicos) ¿para qué luchar? La Ciencia Cristiana nos da el discernimiento espiritual para ver que el hombre, la idea espiritual de Dios, es gobernado solamente por la ley del Espíritu y, por lo tanto, el mal no lo puede influir ni dominar.

Dios y Sus ideas no pueden ser destruidos. Esto nos da la base para mantenernos firmes y rescatar con éxito a nuestros seres queridos e incluso a los aparentes victimarios que son las víctimas, a su vez, de su propia perspectiva materialista.

La vida del Apóstol Pablo ilustra la total transformación que resulta cuando una persona descubre la naturaleza espiritual de la realidad. En la Segunda Epístola a los Corintios dijo: “No militamos según la carne; porque las armas de nuestra milicia no son carnales, sino poderosas en Dios para la destrucción de fortalezas, derribando argumentos y toda altivez que se levanta contra el conocimiento de Dios, y llevando cautivo todo pensamiento a la obediencia de Cristo”.

Partiendo del conocimiento de que la Verdad y el Amor divinos son todopoderosos, podemos progresar de manera decisiva. Es posible que sorprenda a la gente ver cómo al aferrarnos a este conocimiento espiritual y al obrar en conformidad con él, se pueden destruir los fundamentos del materialismo. La esperanza y el valor se elevan para vencer a la intimidación. Se manifiestan una sabiduría y un discernimiento más profundos, mostrando pasos y soluciones que tal vez no hayamos imaginado antes.

Los desafíos que encaramos no son sencillos y tal vez no se resuelvan en un momento. Pero al discernir que la batalla es en esencia espiritual, damos un gran paso para comprender cómo ganarla.

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