Despues De Hacer algunas visitas a una practicista de la Ciencia Cristiana, me invitó a asistir a un servicio de la Ciencia Cristiana. Era una reunión de testimonios de los miércoles. Al final del servicio pensé: “Voy a concurrir con regularidad a esta iglesia”. Y en efecto, a partir de entonces nunca dejé de concurrir a un servicio.
Por algún tiempo estuve enferma y había pasado mucho tiempo acostada en cama o visitando médicos y farmacias. Un día me quedé en cama otra vez. Al día siguiente, al levantarme, pensé: “¿Qué es lo que estoy haciendo acostada aquí?” Me levanté y fui al teléfono para llamar a la practicista. Me pidió que estudiara cierta página en Ciencia y Salud por la Sra. Eddy. Me dijo que yo encontraría algo que me ayudaría al mismo tiempo que ella oraba. Una declaración que leí fue: “Sea cual fuere vuestro deber, lo podéis hacer sin perjudicaros”. Acepté esto como verdadero, razonando que Dios, la Vida divina, me sostenía; y cuando terminé de leer, empecé a limpiar la casa y hacer todo lo que era necesario hacer. Sané, y me sentí muy feliz con mi libertad. Nunca más he vuelto a sufrir de esta enfermedad.
Al día siguiente, llamé por teléfono a la practicista para darle las gracias por su ayuda. Me dijo: “Hoy es miércoles, y voy a la iglesia. Si usted quiere, puede venir conmigo”. Fui con ella y testifiqué acerca de esta curación, sintiéndome muy agradecida y feliz.
Las palabras de los himnos del Himnario de la Ciencia Cristiana que cantamos esa noche, no se alejaron de mi pensamiento por varios días. Desde que conocí la Ciencia Cristiana tuve el deseo de hacerme miembro de esta iglesia y de trabajar para la Causa de la Ciencia Cristiana. Sin embargo, tenía el hábito de fumar. Uno de los himnos de esa noche terminó con las palabras: “... no pido nada más... pues sé que Tú conmigo siempre estás”. Pensé: “No tengo que rogar para poder dejar el vicio de fumar porque Tú, Dios, sabes lo que necesito”. Otro himno mencionó “los ciudadanos libres” de la ciudad de Dios. Yo quería la libertad que Dios nos da.
Algunos días después, hablé sobre esto con la practicista. Le dije que tenía el deseo de ser miembro y de trabajar en la Iglesia. Ella me dijo que no me condenara a mí misma por el vicio de fumar y dijo que necesitaba tener valor moral. En ese momento me acordé de un número del Heraldo que tenía un artículo sobre el valor moral. Al abrir la revista vi un pasaje que me ayudó a darme cuenta de que había tenido miedo del sufrimiento. Si yo no podía comprar un cigarrillo, sufría hasta que podía comprar uno. Pero después de aquel día, cuando tuve la tentación de fumar, me sentí fortalecida al saber que Dios estaba conmigo. Sabía que no tenía que postrarme más ante este vicio, y nunca más tuve miedo a este sufrimiento.
A los pocos días estaba libre, muy feliz y agradecida a Dios. Pronto me hice miembro de una iglesia filial y de La Iglesia Madre.
Con este testimonio espero ayudar a cualquiera que esté teniendo la misma dificultad. Estoy sumamente agradecida por esta maravillosa religión que es tan práctica, por los practicistas y por toda la literatura de la Ciencia Cristiana.
São Paulo, SP, Brasil