Skip to main content Skip to search Skip to header Skip to footer

El hombre que somos

Del número de marzo de 1992 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Una Serie De documentales para televisión que se dan en nuestro país, llamada La historia de la Argentina secreta, muestra los rincones secretos de nuestra gente y de nuestra historia. En un programa la persona que entrevistaban era un joven que estaba sentado frente a un paisaje de montañas, bosques y un lago. Este hombre dibujaba y pintaba los pájaros del lugar. Dijo que venía a menudo con el propósito de sentirse parte de los alrededores, y tomar parte de la belleza y la armonía de la naturaleza. A continuación explicó que él creía que la armonía y perfección eran el estado de nuestro ser natural porque pensaba que las pinturas que él hacía cuando trabajaba se completaban cuando él tenía consciencia de la perfección innata de lo que estaba pintando.

Uno se puede preguntar: ¿Qué es lo que nos lleva a buscar la armonía y a reconocer la perfección espiritual, a sentirnos bien al pensar en ello, al vivirlo y al llevarlo a cabo de distintas maneras? Acaso ¿no es el bien mismo? Acaso ¿no es que, en realidad, nuestro ser verdadero y natural es bueno? De otra manera, ¿cómo podríamos reconocer que la armonía es tan deseable y brinda tanta satisfacción?

Hace algunos años, cuando me estaba preparando para pasar unas vacaciones en la playa con mi familia, el tiempo se redujo a tan solo unos pocos días debido a un proyecto en mi trabajo en el cual me pidieron que participara. Al volver a la ciudad, una tarde tuve que salir a la calle y el calor comenzó a irritarme. Luego, cuando estaba haciendo algunos trámites, en muchos de ellos tuve dificultades. Además de estos desafíos, comencé a sentirme enferma.

Regresé a la playa, pero allí el sentido de enfermedad aumentó. Por la noche, hasta estuve delirante con una fiebre muy alta. El día siguiente, pude volver a la ciudad, aunque para entonces me era difícil oír bien. Hablé por teléfono con una practicista de la Ciencia Cristiana y le pedí que me ayudara mediante la oración. Cuando la escuché decir que a ella le daría mucha alegría orar por mí, sentí confianza y me apoyé en el poder de Dios que es bueno.

A medida que ponía mi confianza en Dios, el Principio divino, como el bien inamovible, la fiebre comenzó a disminuir. También me di cuenta de que Dios es tanto mi origen como el de las personas de negocios con las que había tenido problemas. Esto hizo que comenzara a calmarme. Sentí que debía ver las cualidades buenas, espirituales y puras de cada uno.

Yo sabía mediante mi estudio de la Ciencia Cristiana, que al ver el bien en cada persona yo estaba viendo el reflejo de Dios que es el bien puro mismo. Las profundas y pacientes afirmaciones de la Verdad que hizo la practicista junto con mi estudio diario de la Lección Bíblica, que aparece en el Cuaderno Trimestral de la Ciencia Cristiana, me apoyaron. Me mantuve firme, rechazando las insistentes sugestiones sobre la “gente mala”, y reemplazándolas con la verdad acerca de la bondad total y pura de Dios, y de cada persona como la semejanza perfecta de Dios, Su imagen. Esto me trajo un despertar en el pensamiento y entonces los síntomas agresivos del cuerpo comenzaron a desaparecer.

Una mañana, pensé en la armonía del amanecer en los jardines de la ciudad y entre el follaje en los lugares abiertos. La armonía era tan real para mí que me sentí gentil, inocente y pura. El callado gorgojeo de los pájaros, el silencio de la nueva luz del día, eran un recordatorio tierno de la comprensión espiritual de la unidad del hombre con Dios. Me sentía realmente bien y feliz. Sabía que había sanado. Más tarde, al volver a mi rutina diaria y enfrentar a los clientes y compañeros de trabajo, fácilmente percibí que eran inocentes y divinos.

Cristo Jesús demostró que la idea verdadera de Dios era bondad pura. El vivió esta idea llamada Cristo, que es la Verdad. Es el poder, el espíritu, y la Ciencia o el conocimiento de Dios, el bien. El ejemplo que dio Jesús del hombre verdadero se ve en sus demostraciones de poder y curación espirituales, y en su misericordia, humildad, obediencia, paciencia e integridad. A medida que dedicamos nuestro pensamiento al bien y a aumentar nuestra comprensión del bien, reflejamos con mayor conciencia las cualidades de Dios que forman al hombre único.

El libro de texto de la Ciencia Cristiana, Ciencia y Salud por la Sra. Eddy, dice en el capítulo “La Ciencia del Ser”: “Continuando nuestra definición del hombre, recordemos que el hombre armonioso e inmortal ha existido eternamente, y siempre está más allá y por encima de la ilusión mortal de que pueda existir vida, sustancia e inteligencia en la materia”. Y en un capítulo anterior la Sra. Eddy escribe: “Admitir para sí que el hombre es la semejanza misma de Dios, deja al hombre en libertad para abarcar la idea infinita”.

Si llegamos a reconocer que al poner nuestro pensamiento en armonía con la verdad, experimentamos el bien — sentimos bienestar y satisfacción — no es difícil reconocer que cuando el malestar, un problema o la depresión se vuelven parte de nuestra experiencia, cualquiera sea el modo o el lugar, es esencialmente porque el pensamiento está absorbido en lo que es contrario a la verdad, contrario al bien. Aun así, también podemos saber que la tristeza o el pesar, en realidad, no nos pertenecen porque no provienen de Dios. Dios, el bien infinito, en el cual el hombre vive verdaderamente, incluye sólo el bienestar, nunca la enfermedad.

La demostración de las riquezas espirituales en cualidades tales como satisfacción, bienestar y armonía, sólo es posible al dirigir el pensamiento hacia lo que es verdadero. Cristo Jesús, en su misión de redimir la debilidad humana al vencer el pecado, la enfermedad y la muerte, nos dejó una guía en la parábola del hijo pródigo. En esa historia el joven perdido comenzó a encontrar el camino al hogar cuando “volvió en sí”, cuando en obediencia, reconocimiento y gratitud por el bien, y en humildad, vio al hombre que realmente era, el hijo amado de su padre, y decidió regresar al hogar.

La Sra. Eddy dedicó su libro Ciencia y Salud a esos buscadores del Padre, o buscadores de la Verdad. A través de su descubrimiento de la Ciencia Cristiana, podemos encontrar al hombre — el hombre de Dios — que somos realmente. Podemos saber que la creciente comprensión de este hombre, o nuestra identidad real, traerá recompensas abundantes y nos permitirá usar ampliamente nuestros talentos para ayudar a la humanidad.

Para explorar más contenido similar a este, lo invitamos a registrarse para recibir notificaciones semanales del Heraldo. Recibirá artículos, grabaciones de audio y anuncios directamente por WhatsApp o correo electrónico. 

Registrarse

Más en este número / marzo de 1992

La misión del Heraldo

 “... para proclamar la actividad y disponibilidad universales de la Verdad...”

                                                                                                          Mary Baker Eddy

Saber más acerca del Heraldo y su misión.