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¿De qué somos capaces?

Del número de marzo de 1992 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Me Encontraba En la casa de alguien a quien le habían obsequiado una suscripción al Christian Science Sentinel. El ejemplar de esa semana había llegado ese día y esta lectora comenzó a hojearlo. Al leer el primer párrafo de un artículo dijo en voz alta: “Este ha sido siempre mi problema. Yo no puedo hacer esto. ¡Simplemente no puedo aprender!”

Es probable que todos, en una ocasión u otra, nos hayamos sentido así. ¿Pero qué es lo que nos hace sentir que no somos lo suficientemente buenos para — o lo suficientemente capaces de aprender a — hacer algo que es bueno, progresivo y útil?

Una conversación que tuve un día con una amiga me ayudó cuando me hallaba dudando de mi propia capacidad para hacer frente a cierto desafío. En un momento dado le dije a esta amiga, que era Científica Cristiana: “Yo quiero hacer lo correcto”.

“Ese no es el punto”, me contestó.

Al principio me sorprendió esta declaración, pero a medida que conversábamos percibí algo que no había visto antes. Básicamente, yo pensaba que mi capacidad para hacer frente a tal desafío dependía en su totalidad de mis propias aptitudes personales. Esta manera de pensar puede ser tan habitual que, sin darnos cuenta, terminamos sintiéndonos casi completamente separados de Dios. Mientras no nos percatemos de este concepto material generalizado, nos vamos a considerar ineptos en muchas situaciones.

Respecto a esa manera de pensar, es interesante considerar cómo Cristo Jesús respondía a las necesidades de mucha gente. A menudo les pedía hacer cosas que otros habrían considerado imposible de hacer. Por ejemplo, a un hombre que tenía una mano seca le pidió que la extendiera. A otro que había estado paralítico durante muchos años le dijo que caminara.

Tales casos no fueron demandas de su propia voluntad. Las palabras de Jesús tampoco fueron las órdenes cargadas de emoción de un sanador de fe, que trataba de provocar de alguna manera una reacción psicológica para superar alguna enfermedad tal vez considerada psicosomática. Una lectura cuidadosa de los Evangelios indica que la confianza de Jesús en la capacidad de la gente para responder, procedía de una razonable comprensión de la verdadera naturaleza del hombre como hijo de Dios.

Aquellos que fueron receptivos a las oraciones e instrucciones de Jesús tienen que haber captado vislumbres de la naturaleza del hombre como la expresión espiritual de Dios. Esta percepción espiritual los transformó. Pudieron exceder en gran medida lo que previamente se consideraban capaces de hacer.

A medida que percibamos que nuestro potencial y capacidades verdaderos son mucho más que cualidades o atributos personales, nosotros también podremos hacer mucho más de lo que nos consideramos capaces de hacer en este momento.

Conozco a una persona a quien le dijeron que poseía muy poca aptitud para hacer estudios avanzados en la escuela. De hecho, le dijeron que no podría hacer estudios universitarios y que debería optar por alguna otra clase de capacitación una vez que se graduara de la escuela secundaria. No mucho después esta persona conoció la Ciencia Cristiana y comenzó a percibir algo de la naturaleza espiritual del hombre como la expresión, o reflejo, de Dios.

Comenzó a darse cuenta de la importancia de comprender a Dios, y vio que tal comprensión espiritual cambiaría también el concepto que ella abrigaba de sí misma. Una declaración en Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras por Mary Baker Eddy le confirmó esto: “Si comprendiésemos a Dios en vez de meramente creer en El, esa comprensión establecería la salud”.

La salud se relaciona con mucho más que un mero bienestar físico. Aun cuando ciertamente incluye el bienestar físico, la salud abarca el completo bienestar de la vida de una persona. Ciencia y Salud continúa diciendo: “La percepción espiritual revela las posibilidades del ser, destruye la confianza en todo lo que no sea Dios y así hace al hombre la imagen de su Hacedor de hecho y en verdad”.

Si estamos negando la capacidad del hombre para reflejar la bondad, la fortaleza y el poder de Dios, entonces podemos estar seguros de que tal negación no es la autoridad constituida por sí misma que pretende ser. Esto tiene que haber sido lo que aquella gente llegó a percibir cuando Jesús la instó a exceder sus capacidades usuales. Tal despertar aportó curación. También trajo curación a la persona que le dijeron que no tenía el potencial para hacer estudios avanzados. A medida que esta persona oraba para seguir las indicaciones de Dios y continuaba estudiando la Ciencia Cristiana, se dio cuenta de que era capaz de realizar trabajos que anteriormente no había podido hacer. Y llevó a cabo estudios avanzados.

Cualquier argumento que niegue la capacidad de una persona para ser buena, inteligente y hacer lo que es correcto, no es simplemente una negación del potencial de la persona. Es una negación de la naturaleza de Dios como Mente ilimitada y de Su idea, el hombre. Tal negación no es modestia o humildad; es un mal. Hasta podríamos decir que tal negación es más que un error; es un asunto moral. Podemos negarnos a identificarnos con lo que realmente no somos y con lo que realmente no es bueno. El hombre en su verdadero ser — y esto incluye la verdadera identidad de cada persona — refleja al ser de Dios, así como los rayos de luz reflejan a su fuente de manera natural.

Pretender que un mortal material puede ser perfecto e ilimitado, es absurdo. Pero comenzar a comprender que nuestra verdadera naturaleza es espiritual y no mortal, es verdadera humildad y nos hace volver a Dios. Bajo esta luz, el llamado de Jesús: “Sed, pues, vosotros perfectos, como vuestro Padre que está en los cielos es perfecto”, no es en modo alguno quimérico. Es una declaración científica acerca de la relación espiritual de Dios y el hombre como Padre e hijo, o como Mente e idea.

Captar esta verdad es comenzar a comprender nuestra verdadera capacidad para ser buenos y para reflejar las aptitudes espirituales e ilimitadas de la Mente.

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