¡Que Agradable Aroma a flores nuevas había en el ambiente! Los rayos del sol acariciaban la tierra desde el cielo claro y limpio de septiembre. El invierno, ya pasado, dejaba entrar paulatinamente a la estación donde todo se renueva. Era primavera en Argentina, y para sumarme a esa explosión de vida que arrebata el aire, decidí arreglar el jardín.
Tenía que labrar el suelo, arreglar las plantas, y arrancar algunas malezas que bordean la base del viejo árbol, que yace solemne y majestuoso en un extremo. “¿Viejo?”, me pregunté. “Si cada año está más fuerte y más hermoso”. La profusión de nuevos brotes en sus ramas hablan de su natural vigor. Los pájaros cantan alegres en el apoyo seguro que les ofrece, uniéndose así a la sinfonía de color y música de la tierra.
¿Qué edad tiene el árbol? No lo sé. Y tampoco importa. Para mí refleja la Vida, es decir, a Dios. Y en ese reflejo veo muchas cosas extraordinarias. Esta Vida y su desarrollo, que no tiene en cuenta el tiempo ni ningún otro elemento de abatimiento o decadencia, se vuelven tangibles para nosotros a medida que percibimos la conexión íntima que existe entre Dios, el Espíritu o Vida, y el hombre y toda la creación como la expresión de Dios.
Iniciar sesión para ver esta página
Para tener acceso total a los Heraldos, active una cuenta usando su suscripción impresa del Heraldo ¡o suscríbase hoy a JSH-Online!