¡Que Agradable Aroma a flores nuevas había en el ambiente! Los rayos del sol acariciaban la tierra desde el cielo claro y limpio de septiembre. El invierno, ya pasado, dejaba entrar paulatinamente a la estación donde todo se renueva. Era primavera en Argentina, y para sumarme a esa explosión de vida que arrebata el aire, decidí arreglar el jardín.
Tenía que labrar el suelo, arreglar las plantas, y arrancar algunas malezas que bordean la base del viejo árbol, que yace solemne y majestuoso en un extremo. “¿Viejo?”, me pregunté. “Si cada año está más fuerte y más hermoso”. La profusión de nuevos brotes en sus ramas hablan de su natural vigor. Los pájaros cantan alegres en el apoyo seguro que les ofrece, uniéndose así a la sinfonía de color y música de la tierra.
¿Qué edad tiene el árbol? No lo sé. Y tampoco importa. Para mí refleja la Vida, es decir, a Dios. Y en ese reflejo veo muchas cosas extraordinarias. Esta Vida y su desarrollo, que no tiene en cuenta el tiempo ni ningún otro elemento de abatimiento o decadencia, se vuelven tangibles para nosotros a medida que percibimos la conexión íntima que existe entre Dios, el Espíritu o Vida, y el hombre y toda la creación como la expresión de Dios.
El ser espiritual no tiene edad y es permanentemente activo. La Vida, Dios, se expresa por siempre, y la Vida no está sujeta a ciclos de variaciones, períodos transitorios, vejez o decadencia.
El hombre y la fortaleza del hombre no provienen de la energía celular ni del cerebro. Provienen de la unicidad del ser y la Mente eterna. El libro Ciencia y Salud por la Sra. Eddy, invita a los lectores a reflexionar sobre estas ideas cuando dice: “Hombres y mujeres de mayor edad y experiencia debieran madurar en salud e inmortalidad, en lugar de caer en tinieblas o tristeza. La Mente inmortal alimenta al cuerpo con frescura y belleza celestiales, impartiéndole bellas imágenes de pensamiento y destruyendo los sufrimientos de los sentidos, que cada día se acercan más a su propia tumba”.
El profeta Jeremías percibió la ventaja de hacer que Dios fuera el centro de nuestra vida, cuando declaró: “Bendito el varón que confía en Jehová, y cuya confianza es Jehová. Porque será como el árbol plantado junto a las aguas, que junto a la corriente echará sus raíces, y no verá cuando viene el calor, sino que su hoja estará verde; y en el año de sequía no se fatigará, ni dejará de dar fruto”. Los personajes bíblicos, como Abraham, Moisés, Josué, Caleb, y otros, demostraron en un grado significativo la fortaleza inexpugnable que proviene de vivir obedeciendo a la inspiración divina. Cada uno de ellos vivió una vida larga y vigorosa.
El identificarnos diariamente con la Vida, comunicarnos con Dios en oración, y vivir la Vida, establecen en la consciencia la comprensión de que la identidad y sustancia del hombre son creadas por Dios, e incapaces de disminuir ni de desaparecer. El ser espiritual, autoexistente y autosuficiente, por siempre fluye de la fuente del Espíritu. Es el desarrollo eterno de la persona que se manifiesta en compleción y abundancia. En la realidad de la totalidad de Dios no puede existir ni un átomo de materialidad, de pecado, enfermedad o muerte. El conocimiento de que estamos gobernados por El, anula la mentira de creernos viejos, abandonados, rechazados o inútiles.
El hombre de Dios, puro y sano, libre de toda contaminación presente o pasada relacionada con la edad, conoce el esplendor del Alma. Esta comprensión demuestra que cualquier limitación que pretenda adherirse a nuestra existencia es una mentira. En la sustancia indestructible del Espíritu, donde Dios y el hombre, Su hijo, son uno, sólo moran el vigor, la exhuberancia, la actividad, la fortaleza, la inteligencia, la alegría, que emanan del Amor divino.
Un amigo mío, estudiante de la Ciencia Cristiana, se jubiló hace veinte años. Pero desde entonces ha tenido la oportunidad de trabajar en muchos puestos. A la edad de setenta y dos años cambió de empleo, y esto le permitió asistir con regularidad a los servicios religiosos de los domingos en su iglesia filial donde sirve de ujier.
Poco a poco, los dueños de la empresa donde trabajaba mi amigo fueron viendo en él valiosas cualidades, tales como respeto, puntualidad, orden, generosidad, responsabilidad, y un deseo enorme de ayudar a quien necesitara ayuda. Esto hizo que le dieran importantes tareas. En los siguientes ocho años no faltó ni un día al trabajo, ni siquiera cuando hubo huelgas y otros problemas que provocaban interrupciones en el servicio del transporte público. Caminaba varios kilómetros a diario entre su trabajo y su casa. Las condiciones del tiempo, como el frío, el calor o la lluvia, nunca lo intimidaron. Y el pago que obtenía por sus servicios siempre satisfacía sus necesidades.
En momentos en que tenía problemas físicos o en el trabajo, mi amigo nunca dejaba de recurrir a la Biblia y a los escritos de la Sra. Eddy, que lo ayudaban a percibir su verdadera identidad espiritual y la semejanza con Dios que tenían aquellos que lo rodeaban, y eso le traía un consuelo sanador. Hoy en día, sigue trabajando como siempre, y sirviendo de ujier en su iglesia. Cuando hablo con él me doy cuenta, por sus palabras, la gran y creciente confianza que tiene en la verdad espiritual.
Esta experiencia de poner de lado las suposiciones humanas acerca de la edad y el tiempo con el fin de conocer a Dios como una presencia permanente, tanto en momentos fáciles como difíciles, ¿es acaso para unos pocos? ¿Es acaso la relación entre el Principio divino y su idea, el hombre, demostrable para un grupo selecto? Cuando comenzamos a amar de la manera que Cristo Jesús amó, y a poner de lado rasgos y conceptos espirituales erróneos que nos impedirían reconocer la guía de la Mente divina, nos damos cuenta de que todos estamos incluidos en una creación espiritual armoniosa y perfecta. Ciencia y Salud expresa una idea restauradora y práctica en este pasaje: “Si no fuera por el error de medir y limitar todo lo que es bueno y bello, el hombre gozaría de más de setenta años y aún mantendría su vigor, su lozanía y su promesa. El hombre, gobernado por la Mente inmortal, es siempre bello y sublime. Cada año que viene desarrolla más sabiduría, belleza y santidad”.
Hoy en día, es muy común ver la falta de respeto y de atención hacia aquellas personas que, después de cierta edad, la creencia humana las clasifica de “viejas”, negándoles a ellas y a la sociedad las posibilidades de ver en cada persona el reflejo de la pureza y perfección de Dios. Y, a veces, la falta de armonía hace presa del propio pensamiento de la persona, y oculta su verdadera identidad, la cual está indisolublemente conectada con el Principio divino.
Pero las suposiciones biológicas comienzan a perder su importancia para nosotros cuando nos damos cuenta de que tales cualidades como el afecto, la misericordia, la comprensión espiritual, el orden, la entereza y las innumerables características del bien, constituyen al hombre verdadero, nuestra naturaleza verdadera. Estas cualidades no necesitan de un estado físico perfecto para desarrollarse. Por el contrario. El ponerlas en práctica, al mismo tiempo revela y es evidencia del Espíritu divino, que sana y regenera.
El verdadero vigor y desarrollo perpetuo de Dios y Su idea se vuelve más evidente cuando descubrimos que no son el resultado del cuerpo que toma algún compuesto químico o produce nuevas células. Provienen de la comprensión de que el hombre está hecho de la sustancia indestructible del Espíritu; que el bien es la esencia de todo lo que Dios ha hecho; y que El hizo todo lo que es real.
Las páginas del calendario seguirán cayendo a nuestros pies. Pero no necesitamos temer al paso del tiempo, ni buscar una arruga nueva en nuestro rostro ni medir nuestra fuerza de acuerdo con las tareas que según la creencia humana, podemos desarrollar. En lugar de eso, es importante que nos preguntemos: “¿Qué sabe Dios acerca de mí hoy?”, y medir nuestra vida por cuanto bien hacemos cada día. Y siempre, siempre, nos podemos regocijar en la libertad de saber que somos los hijos de Dios, que por siempre reflejamos la Vida y el Amor divinos y eternos.