Ami Amigo, un veterano de la guerra de Vietnam, le faltaba hacer dos cursos para recibir su título de licenciado en la universidad cuando lo mataron mientras vendía cocaína. Había sido traficante de drogas, como ocupación suplementaria, desde hacía varios años. A menudo había expresado el deseo de cambiar su vida. Sentí mucha desesperación cuando me enteré de que la violencia del mundo de las drogas había llegado a él antes de que cambiara.
¿Qué es lo que puede apartarnos de las drogas? ¿Qué me impidió a mí caer presa de las drogas? En mi propia experiencia nunca fue la falta de acceso a ellas, porque con frecuencia me las ofrecían gratis. Yo diría que fueron los valores espirituales que me inculcaron en mi hogar y en mi iglesia. Además de mantenernos en la dirección correcta, los valores espirituales tienen el poder de liberar a todos aquellos que han sido atrapados por la adicción a las drogas.
¿Qué son los valores espirituales y dónde los conseguimos? Son las aspiraciones y deseos espirituales que nos vienen de Dios. Cuando nos damos cuenta de que el ser real del hombre es el reflejo espiritual de Dios, el Espíritu divino, descubrimos que todo el bien proviene de Dios, y que podemos demostrarlo en las cualidades y deseos espirituales que El nos imparte. Si mi amigo hubiese comprendido que su ser verdadero provenía de Dios y que siempre permanecía puro y semejante a Dios, su deseo inestable de cambiar habría sido impulsado por el poder salvador del Cristo y habría tenido éxito.
Jesús quería hacer lo correcto e hizo lo correcto porque se identificaba completamente con el Cristo, la idea espiritual de Dios. Esta idea espiritual es el ideal de la Mente divina, el único hombre que existe. Precisamos identificarnos con este hombre verdadero para sentir el impulso del Cristo en nuestras acciones diarias. En la proporción en que un sentido mortal de la vida y la identidad cede a la idea-Cristo, nuestra calidad de seres humanos se asemeja más a Dios.
En la Epístola a los Romanos en la Biblia, el Apóstol Pablo habla de la relación del hombre con Dios cuando escribe: “El Espíritu mismo da testimonio a nuestro espíritu, de que somos hijos de Dios. Y si hijos, también herederos; herederos de Dios y coherederos con Cristo”. Puesto que Dios, el Espíritu, es todo sustancia, El sólo expresa lo que es espiritualmente bueno. De ello se desprende que el hombre como reflejo de Dios no puede ser un mortal corpóreo; él tiene que ser realmente espiritual.
¡Cuán alentador es saber que tenemos una naturaleza espiritual a la que recurrir! Los valores espirituales no son metas nobles que están más allá de nuestro alcance, sino aspectos del Cristo de los cuales, al igual que Cristo Jesús, somos herederos. La aceptación de este hecho ayuda a romper la atracción a depender de las drogas y el pecado. Nos da la libertad física y moral de probar en la vida diaria la libertad que Dios le ha otorgado al hombre.
A medida que oramos para demostrar de forma práctica nuestra semejanza espiritual con Dios, nos sentimos más cerca de El. Verdaderamente sentimos el amor que El nos tiene, y de una manera única nos sentimos especiales e importantes. Disfrutamos de una clase diferente de satisfacción, que no depende de las euforias temporales que se sienten cuando uno está drogado. Sentir nuestra unidad con Dios brinda una satisfacción que las drogas nunca pueden dar. El gozo y el placer espirituales exceden todo lo que las drogas pueden ofrecer. Cuando este gozo puro y no contaminado llena el corazón de una persona, ésta se aleja cada vez más de la posibilidad de caer en el señuelo de las drogas. De hecho, se desarrolla una repugnancia natural hacia las drogas, y se las considera incompatibles con esta nueva felicidad.
El estudio de la Ciencia Cristiana infunde una perspectiva enteramente distinta de la vida. Nos dice que a pesar de las apariencias materiales, el hombre no es un organismo bioquímico complejo con una mente y una personalidad adentro. La Ciencia revela que lo que somos depende de lo que es Dios. Por ejemplo, dado que El es la Vida, la Verdad y el Amor, es la fuente de toda salud, toda inteligencia, toda fortaleza y toda pureza. Encontramos curación a medida que reflejamos espiritualmente Su naturaleza divina.
Paso a paso este entendimiento reemplaza la dependencia química tanto fisiológica como sicológica con la fortaleza y la libertad espirituales. Vamos más allá del deseo de estar libres de las drogas y comprendemos que nuestra propia identidad real es una expresión espiritual de El que es la Vida, la Verdad y el Amor.
Es importante que recordemos innumerables veces este hecho espiritual cuando empezamos la batalla contra las drogas. La batalla requiere la aplicación diaria, consecuente y devota de las ideas de la Verdad. El Cristo, la Verdad, nos da la determinación para persistir y lograr una victoria segura. Cuando vamos más allá del sentido corporal y pecaminoso de nosotros mismos, nos liberamos de la trampa mental de la condenación propia que nos haría repetir las mismas equivocaciones. Hallamos valor e inspiración en la permanencia del ser del hombre semejante al Cristo. Dios creó al hombre y al universo espiritualmente perfectos y El los mantiene así.
El punto de vista espiritual de la vida que presenta la Ciencia Cristiana no es un escape de los problemas diarios, que es lo que hacen las drogas. Todo lo contrario; las verdades espirituales transforman nuestro carácter y así sanan la preocupación de nuestro corazón y mente. Nos inspiran con el dominio que Dios le dio al hombre “en el principio” según lo declara el Génesis.
Se puede decir que la espiritualidad que revela en nosotros la Ciencia Cristiana nos abre los ojos al valor innato del hombre. Hallamos quiénes somos y cuál es nuestro propósito en la vida. Aprendemos a basar nuestro valor y autoestima en el amor que Dios siente por nosotros y en lo que somos espiritualmente. Esto vence el pobre concepto de autoestima que es tan común entre los adictos a las drogas. El descubrir los placeres de servir al Espíritu, Dios, resulta ser una barrera contra las drogas. Dirige nuestro sendero en dirección opuesta a la búsqueda engañosa e ilusoria de placer en la materia. Porque debajo de la riqueza y placer sensual que prometen las drogas ilegales está la promesa totalmente falsa de que en la materia encontraremos la paz y la felicidad que sólo el Espíritu puede dar. De hecho, esta expectativa material carente de perspicacia es lo que enciende la abrumadora dependencia de la sociedad en las drogas tanto legales como ilegales.
¡Cuán aguda es entonces esta declaración de la Sra. Eddy en su libro Escritos Misceláneos!: “Se le da más consideración a las ilusiones materiales que a los hechos espirituales. Si podemos ayudar a mitigar el sufrimiento y disminuir el pecado, ya habremos logrado mucho; pero si podemos llevar al pensamiento general esta gran verdad: que los medicamentos no producen, ni pueden producir la salud y la armonía, pues ‘en El [la Mente] vivimos, y nos movemos, y somos’, habremos logrado más”.
Si bien una familia que nos apoya, amigos leales y un buen empleo contribuyen a liberarnos de las drogas, no siempre han sido suficientes cuando las actitudes y los deseos estaban gobernados por la búsqueda de vida y placer en la materia. Pero nuestras actitudes y acciones cambian cuando aprendemos más sobre la existencia espiritual del hombre en Dios, que es toda la vida y la sustancia que realmente existen. Ya no nos dejamos engañar por las pretensiones mentirosas del materialismo que nos dicen que la salud y la felicidad son materiales y que podemos obtenerlas mediante las drogas. Aprendemos que la salud y la felicidad son los dones espirituales que el Amor divino da al hombre.
Más allá de la polémica política acerca de hacer obedecer las leyes o los centros de rehabilitación para drogadictos o las iniciativas para ofrecer empleo que tiene el gobierno, yace la necesidad de la sociedad de mirar hacia un nuevo y más elevado sentido de lo que es la vida para lograr salud y felicidad. Si bien apoyamos todos los pasos humanos correctos, la sociedad debe, finalmente, avanzar más allá de las definiciones estrictamente materiales de la existencia y vislumbrar algo de la Vida que es Espíritu. Cuando se hace esto, la bondad innata que vemos en la humanidad es resguardada por la comprensión espiritual. Esta comprensión espiritual y los valores espirituales que ella fomenta son la clave para romper la dependencia que tiene la sociedad en las drogas.