Hace Varios Años, cuando yo era presidenta de la comisión directiva de nuestra iglesia filial, uno de los miembros lanzó lo que pareció ser un ataque mordaz contra la comisión. De pronto la reunión trimestral se convirtió en una confrontación.
Me preocuparon la manipulación y el deseo de logro personal que parecían evidentes en este incidente. Aun así sabía que necesitaba mirar más allá de lo meramente personal para poder sanar esta situación. Necesitaba escuchar a Dios.
Por lo tanto, me pregunté: “¿Cuál es la voluntad del Padre en esta situación?” Y la respuesta fue que amara a esta persona querida de la misma manera que lo hace el Padre: como sostenida en los brazos del Amor, reflejando Su gracia.
Con motivo de esta reunión, yo había esta útil declaración en el libro Escritos Misceláneos escrito por la Sra. Eddy: “Encarezco sinceramente a todo Científico Cristiano que deje de observar o estudiar el concepto personal de cualquier individuo, y que no fije su atención ni en su propia corporeidad ni en la de los demás, juzgándola buena o mala”.
¿Acaso no es eso lo que Cristo Jesús nos enseñó? El nunca intentó dominar situaciones en forma personal o emplear tácticas manipuladoras, sino que se volvía constantemente al Padre en busca de dirección. Según Mateo, Jesús dijo: “Porque todo aquel que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos, ése es mi hermano, y hermana, y madre”.
Al vislumbrar esta unidad con la voluntad de Dios, sentí Su amor por cada una de las personas que había asistido a la reunión. Razoné que como Dios es Mente infinita, el Ego único, el hombre como la expresión de Dios debe reflejar la voluntad divina. Por lo tanto, es la Mente divina la que nos guía con un motivo puro: el amor por Su idea, el hombre.
El sentido personal se fue subordinando a medida que se vio con claridad que estas verdades eran la que gobernaba la situación. Un anhelo de escuchar y seguir la dirección del Amor allanó el camino hacia la curación. Como resultado, se retiraron las objeciones personales al plan, y la persona que originalmente había hecho la objeción y yo pudimos trabajar juntas.
Cuando vemos claramente que las controversias que surgen en nuestras reuniones tienen su solución dentro de las pautas de la Mente, las ideas correctas fluyen y se armonizan unas con otras. La cooperación y no la confrontación, la armonía y no la discordia, la buena voluntad y no la queja, son las que aparecerán a medida que permitamos que el único Ego — la Mente perfecta, el Amor — sea la base de todas nuestras acciones. El identificar y amar a cada uno como el reflejo del Padre contribuye a separar las pretensiones de la opinión personal de los miembros y permite así que la voluntad divina y la autoridad de la Mente, el Amor, sea la que gobierne en su lugar. La clave para obtener este entendimiento radica en escuchar y ver espiritualmente y de esta manera abrir nuestro pensamiento a la Mente. El pensamiento receptivo escuchará a Dios. ¡Qué gozo es amar a cada uno! El amor irradia afecto a todos los miembros de la iglesia al igual que el sol calienta toda la tierra. Y ¡qué curaciones pueden fluir desde este brillo infinito de la expresión del Amor!
Pero, ¿cómo podemos estar seguros de que la acción que realizamos es la voluntad de Dios? El punto de vista y la opinión materiales pueden, a veces, hacerse pasar por las autoridades verdaderas: el Amor, la Mente y el Principio divinos.
Antes de asistir a nuestras reuniones podemos preguntarnos: “¿Está mi pensamiento preparado para recibir la dirección del Padre? ¿He puesto a un lado la opinión personal para así poder escuchar con corazón puro y receptivo Su dirección?”
La Mente ya tiene las ideas necesarias dentro de su naturaleza infinita. La Mente que todo lo sabe está siempre hablándole a su hijo, revelando su orden y dirección, y un corazón puro reconoce y comprende el mensaje espiritual, sea cual sea la forma que tome.
La naturaleza se hace eco del orden divino y expresa la obediencia inevitable de la creación a la dirección de la Mente. De la misma manera, nuestras acciones pueden representar naturalmente este orden divino. Cuanto menos rigidez, voluntad o justificación propia permitamos en el pensamiento, más flexible será nuestra receptividad a la dirección de Dios. Y, colectivamente, esto se manifiesta entre los miembros de nuestra iglesia filial al haber mayor unidad de actitud, objetividad y acción. En Escritos Misceláneos la Sra. Eddy escribe: “Cada pensamiento humano debe dirigirse instintivamente a la Mente divina como su único centro e inteligencia”.
La humildad semejante al Cristo nos prepara para aceptar la dirección de Dios. Cuando nosotros, como miembros, escuchamos las indicaciones de la Mente, nos amamos los unos a los otros como El nos ama, y al proseguir con acción inspirada las reuniones, nuestras iglesias filiales atraerán y sanarán muchos corazones queridos dentro de la comunidad.