El Amor Es un lenguaje que todo el mundo comprende. No necesita traducción. Habla de corazón a corazón. Puede sanar los males del mundo: los conflictos, el terror, el desamparo, la debilidad moral. Ese amor expresa el poder sanador del Amor divino — es decir, Dios — y, por lo tanto, es espiritual y puro.
Sin duda, Cristo Jesús fue el más grande comunicador de este amor derivado de Dios que el mundo ha conocido y conocerá jamás. El trajo su mensaje redentor y sanador a todos los que querían recibirlo. El enseñó que Dios es un Padre afectuoso que siempre es misericordioso y justo, y sus obras sanadoras ejemplifican esta verdad. Ponen en evidencia la perfecta realidad espiritual de Dios y el hombre, mostrando que debido a que Dios es totalmente bueno, El no pudo haber creado o permitido algo que fuera menos que bueno en Su linaje.
El amor puro y espiritual que Jesús personificó era el poder que reformó a los pecadores y sanó la enfermedad. Evidentemente, este amor no era simplemente un producto de la bondad humana, falible e inconstante. Era el reflejo del Amor divino, infinito, imparcial y omnímodo.
Tal vez nada expresó mejor el amor del Maestro que sus breves palabras en la cruz: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen”. ¡Amó incluso a quienes lo crucificaron!
El Mostrador del camino amaba como canta el ave: no para satisfacer a alguien, sino porque era su naturaleza derivada de Dios. Y esto se transmitía a quienes estaban a su alrededor. Desarmó al rencoroso y al escéptico. Sanó a los sufrientes.
El amor puro, propio del Cristo, sana porque discierne que en el Amor infinito no puede haber mal, ni imperfección. Percibe la naturaleza presente y espiritual de la creación, que trasciende lo que nuestros ojos y oídos califican como “realidad”. Contempla al hombre como la imagen espiritual de Dios, la cual no puede incluir pecado o enfermedad ni estar sujeta a leyes materialistas.
El libro Conocimos a Mary Baker Eddy habla de un intercambio de ideas entre la Descubridora y Fundadora de la Ciencia Cristiana y algunos de sus alumnos a quienes había preguntado cuál era la mejor manera de efectuar curaciones instantáneas. Hubo varias respuestas diferentes. Entonces, como uno de sus alumnos recuerda, la Sra. Eddy dijo: “Les diré la manera de hacerlo. ¡Es amar! Simplemente vivan el amor — séanlo — amen, amen, amen. No conozcan nada, sino el Amor. Sean todo amor. No hay nada más”.
Este amor no es una abstracción ni meramente una bella filosofía. Ejemplifica la Ciencia del cristianismo práctica y demostrable que se basa en el gobierno de Dios, del Principio divino, que mantiene al universo en perfecta armonía. El amor espiritual incluye la comprensión de la totalidad de Dios, el bien, y la nada del mal en todas sus fases, la comprensión fundamental de la curación espiritual.
La Sra. Eddy basaba sus enseñanzas en el Principio perfecto, el Amor. El poder de este Principio brilló a través de su vida: cuando perdonó a quienes querían dañarla, cuando guió con paciencia a sus alumnos y amigos. El odio y la burla no la desanimaron en el cumplimiento de la misión que Dios le había dado de descubrir y fundar la Ciencia Cristiana con sus beneficios reformadores y sanadores para la humanidad.
Mediante el estudio y la práctica de esta Ciencia podemos tomar parte con eficacia en la transmisión del poder sanador del Amor divino. Podemos hacerlo mediante nuestras oraciones en bien de la humanidad, oraciones basadas en la comprensión de la naturaleza verdadera de la creación bajo el gobierno de Dios. Podemos hacerlo a medida que emprendemos nuestras actividades diarias con la serenidad derivada de Dios. Otros pueden ver en esto espiritualidad, y querer tenerla. La paz y felicidad interiores que nos trae el conocimiento del amor Divino puede impartir, al menos, un indicio del cielo.
Por supuesto, nada de esto sugiere que podemos seguir adelante ignorando el mal. Todo lo contrario. Tenemos que encararlo de frente con el poder del Amor, y esto algunas veces exige lucha. Tal vez necesitemos aferrarnos con persistencia a la realidad de la constante bondad de Dios y negar enérgicamente las pretensiones de que el mal tiene lugar y poder. No obstante, nuestro fuerte punto de vista espiritual confiere un sentido de la presencia y el amor de Dios que no puede venir de otra manera.
En esta época de avanzada tecnología y valores e ideales tradicionales que cambian rápidamente, es esencial transmitir a nuestros vecinos y a nuestra comunidad, así como también a nuestras familias, este amor puro a la manera del Cristo.
Esta comprensión del Amor divino, no es de propiedad privada. No es exclusiva. Está disponible para quien la desee y esté humildemente deseoso de someterse a la influencia purificadora del Cristo. El Cristo, el divino mensaje que eleva y salva, llama a la puerta del pensamiento, trayendo dones de curación y paz a todo corazón receptivo. El Cristo nos capacita para sentir el poder del Amor divino y expresar el amor que sana. A medida que comprendemos más plenamente el profundo significado del amor a la manera del Cristo — su pureza y bondad omnipresente — podemos remover montañas de temor y duda. Este amor rompe las barreras del prejuicio. Echa abajo muros raciales. Trasciende credos y ritos. No hace falta un torrente de palabras para transmitir este poder sanador del Amor divino. Es un poder al cual no se le pueden negar sus efectos ni robarle sus plenas bendiciones. Simplemente irradia, y a medida que nuestros pensamientos y manera de vivir reflejan este Amor, influye a todos con quienes nos ponemos en contacto. El amor puro significa espiritualidad, y la espiritualidad sana.
Hace poco, una amiga y yo almorzamos juntas en una parte muy concurrida de la ciudad. Al estar dando vueltas tratando de encontrar un lugar donde estacionar mi automóvil, no pudimos dejar de comentar que toda esta gente ocupada en sus asuntos estaba, por cierto, protegida por el mismo amor que viene de Dios, que nos protegía a nosotras.
Almorzamos y al volver al automóvil oímos la voz de un hombre detrás de nosotras que decía: “Señoras, ¿a quién de ustedes se le cayó la billetera?” Y después dio a mi amiga su billetera. Muy asombrada ella la tomó y le dio las gracias. El sonrió y siguió su camino. Este señor bien pudo haberse quedado con la billetera, que contenía una buena suma de dinero, y haber desaparecido sin que nadie lo notara. Estoy segura de que el hecho de que ambas hayamos reconocido el amor protector de Dios, que nos envuelve a todos, había cuidado de todos. Este amor no incluyó (ni podía incluir) pérdida ni falta de honradez.
Fácilmente se podría argüir que la mayoría de la gente es, de todas maneras, honesta, ya sea que optemos por reconocer la ley divina o no. Pero no debiéramos desestimar el poder sanador y protector que adquirimos al vivir el amor. Si es eficaz en un solo caso, por pequeño que sea, esto prueba su eficacia en toda circunstancia.
No podemos sentir el poder del amor en su sentido más profundo hasta que realmente sabemos lo que es Dios. A medida que comprendemos cada vez más Su bondad infinita, Su perfección y belleza, y nos esforzamos por discernir que el hombre es Su reflejo espiritual, sin mácula, experimentamos el poder del Amor en nuestra vida. Y empezamos a saber lo que realmente significa amar a Dios y a nuestros semejantes. Llegamos a sentir dentro de nosotros mismos una sensación constante de paz, alegría, valentía, gratitud y bienestar. Y cuando tenemos esta sensación, sabemos que hemos sido tocados por el Amor que es Dios. También sabemos que estamos divinamente equipados para transmitir este amor no sólo a nuestros amigos y vecinos, sino a todo el mundo, de la manera que Dios nos indique.
