Un Domingo, Despues de haber asistido al servicio de la Iglesia de la Ciencia Cristiana, me detuve en una plaza grande que hay cerca de la iglesia. Me senté en un banco y comencé a observar los hermosos árboles verdes que rodean la plaza. Entonces vi a un joven que estaba debajo de un árbol grande haciendo ejercicios físicos. No parecía estar preocupado por el gran número de personas que tenía a su alrededor. Yo estaba impresionado no solo por su constancia sino también por el hecho de que para realizar esa actividad estaba perfectamente vestido con su equipo de gimnasia.
Yo también estaba interesado en las preguntas que me vinieron al pensamiento mientras lo observaba. Sin embargo, mis preguntas eran en términos de espiritualidad. ¿Acaso soy yo tan persistente y consecuente como este hombre al ejercitar mis capacidades espirituales y la comprensión de Dios que estoy obteniendo de mi estudio de la Ciencia Cristiana
Christian Science (crischan sáiens)? ¿Estoy adecuadamente vestido de pureza espiritual? Tuve que admitir que la respuesta a esas dos preguntas probablemente era “no”.
En ese momento me di cuenta de que a pesar de que conocía la Ciencia Cristiana desde hacía bastante tiempo y era miembro de la iglesia, no estaba haciendo todo lo que podía para progresar espiritualmente. Cuando yo me enfrentaba a un problema de inmediato llamaba a un practicista de la Ciencia Cristiana para pedirle ayuda. Ahora bien, no hay nada malo en llamar a un practicista para pedirle ayuda mediante la oración. Pero comprendí que yo no lo llamaba simplemente para pedir ayuda, le estaba pasando al practicista la responsabilidad de mi progreso y curación espirituales. Yo había creído que otra persona podía hacer el “ejercicio” mientras yo cosechaba los beneficios.
Algo que me dijo un amigo me hizo pensar más cuidadosamente sobre este asunto. El me dijo que el trabajo de un practicista de la Ciencia Cristiana es la oración, el permitir que entre la luz del Cristo, la Verdad, y así contemplar al hombre como la imagen y semejanza espirituales de Dios. Pero, prosiguió, a menos que yo también me esforzara por hacer el mismo trabajo, no podría ver con claridad cuál es mi verdadera naturaleza como el hijo de Dios. De hecho, me di cuenta de que a menos que yo comprendiera más de la verdadera naturaleza del hombre como la idea de Dios y pusiera esto activamente en práctica a través de la espiritualización y cristianización consecuente y activa de mi propia vida, no avanzaría mucho más allá de las premisas improductivas de la mera curación por la fe.
De inmediato asocié el ejercicio espiritual con el sentido espiritual, la capacidad que tiene el hombre de comprender a Dios y de responder totalmente a Su dirección en nuestra vida. Este sentido espiritual en sí no está inactivo. Lo tenemos, y debemos descubrirlo y usarlo activamente.
En esa época tuve una experiencia que realmente hizo que comprendiera el sentido espiritual de la creación de Dios, y que sintiera profunda gratitud a nuestro Padre Celestial por Cristo Jesús y por la Ciencia Cristiana, por esta revelación que pone en evidencia que la Verdad está siempre presente y que Dios es la Vida del hombre. Estaba esperando el autobús en un centro turístico cerca del mar. El lugar estaba casi desierto dado que era invierno y estaba lloviendo. Escuché algo, como una voz, detrás de mí que decía: “Hasta ahora, fui yo, pero ahora tú tienes que asumir la responsabilidad”. Miré a mi alrededor como si alguna persona me hubiese hablado. Pero no había nadie, y comprendí que era la voz interior del sentido espiritual, el Cristo, la Verdad, que me decía que ejercitara mis propias capacidades espirituales.
A partir de ese momento, dejé de recibir beneficios obvios de la Ciencia Cristiana hasta que estuve dispuesto a trabajar directa y consecuentemente para poner mi vida de acuerdo con la Verdad. Desde ese entonces, me he dado cuenta de que aun cuando llamaba a un practicista para pedirle ayuda — a veces lo hacía, otras veces no — yo necesitaba orar y estudiar activamente y no sentir que podía pasarle la responsabilidad a otra persona. Más aún, llegué a comprender que este ejercicio espiritual es, en realidad, el reconocimiento del poder absoluto de la Verdad que sana, y que es también el reconocimiento de que el mal, cualquiera sea su forma, no tiene poder verdadero, porque no hay nada en la ley de Dios que lo apoye.
Cristo Jesús es nuestro modelo en la vida. El puso en práctica — ejercitó— mejor que nadie la verdad que Su Padre le había dado, y el Maestro nos muestra cómo hacer nuestro propio “ejercicio”. Mary Baker Eddy, la Descubridora y Fundadora de la Ciencia Cristiana, escribe en Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras: “Jesús estableció por medio de la demostración lo que dijo, dando así a sus acciones mayor importancia que a sus palabras”. Luego escribe: “Jesús demostró la incapacidad de la corporeidad, como también la capacidad infinita del Espíritu, ayudando así al errado sentido humano a huir de sus propias convicciones y a buscar seguridad en la Ciencia divina”. El mejor ejercicio de que disponemos es nuestra activa búsqueda de la seguridad en la Ciencia divina. Nos libera de las creencias materiales que nos harían esclavos del pecado y de la enfermedad y nos revela nuestra verdadera naturaleza semejante a Dios. Esto no es algo que podemos pasar a otros para que lo hagan por nosotros, ¡y no querríamos hacerlo! Es un beneficio directo, y es así como lo queremos experimentar, para nosotros.
¿Cómo debemos vestirnos para hacer ese ejercicio? La carta a los Colosenses que aparece en el Nuevo Testamento, describe perfectamente nuestro “equipo de ejercicios”: “Vestíos, pues, como escogidos de Dios, santos y amados, de... misericordia, de benignidad, de humildad, de mansedumbre, de paciencia; soportándoos unos a otros, y perdonándoos unos a otros si alguno tuviere queja contra otro. De la manera que Cristo os perdonó, así también hacedlo vosotros”.
¡Comencemos a hacer nuestros ejercicios ahora! La meta no es un físico más hermoso o musculoso, que nada indicaría de la naturaleza y belleza verdaderas, sino más bien, un sentido claro y espiritual y un amor más grande y elevado que incluye a toda la humanidad y que será reflejado en nosotros exteriormente mediante el trabajo práctico de curación y regeneración.
