Hubo Un Momento en la historia temprana del movimiento de la Ciencia Cristiana en que un grupo de seguidores de la Sra. Eddy se estaba aferrando a ella personalmente como la fuente de las bendiciones divinas. Algunas evidentemente pensaban que el solo hecho de ver a la Sra. Eddy podía sanarlos; iban a su casa o se quedaban a la espera en la ruta que recorría su carruaje, sólo para verla pasar. Era como si estas equivocadas personas hubiesen tratado de contagiarse de la santidad y la salud, ¡como una especie de salvación por asociación!
Cuando la Sra. Eddy vio que algunos le otorgaban un predominio en su vida que sólo Dios debía tener, tomó medidas. Incluyó un Estatuto en el Manual de La Iglesia Madre prohibiendo tal idolatría. Y escribió un artículo en The Church of Christ, Scientist, and Miscellany titulado “Contagio personal” en el cual advierte: “Jamás hubo una religión o filosofía que se perdiera para los siglos excepto por haber sumergido su Principio divino en la personalidad. ¡Que todos los Científicos Cristianos reflexionen sobre este hecho, y den libre curso a sus talentos y a sus amorosos corazones, sólo en la dirección correcta!”
Enérgicas palabras para los Científicos Cristianos, de entonces y de ahora.
Quizás necesitemos pensar más detenidamente sobre este inteligente consejo. ¿No es cierto que a veces muchos de nosotros nos hemos apoyado demasiado en un practicista o en un maestro de la Ciencia Cristiana, por ejemplo? A decir verdad, tal vez esperábamos que nos aconsejaran sobre una situación difícil o que aprobaran alguna acción que habíamos realizado.
Tanto la Biblia como las obras de la Sra. Eddy nos dan a entender la importancia de confiar espiritualmente en nosotros mismos al ocuparnos de nuestra propia salvación. Cuando Moisés se quejó de que no tenía ayuda para sacar a los hijos de Israel de Egipto, Dios le aseguró: “Mi presencia irá contigo, y te daré descanso”. Y en Ciencia y Salud, junto al título marginal “Fe y confianza en sí mismo”, la Sra. Eddy escribe: “En hebreo, en griego, en latín y en inglés, el vocablo fe y los términos que le corresponden tienen estas dos definiciones: estar lleno de confianza y ser digno de confianza. Con cierta clase de fe confiamos nuestro bienestar a otros. Con otra clase de fe comprendemos al Amor divino y cómo llevar a cabo la obra de nuestra ‘salvación con temor y temblor’ ”.
La cuestión no es necesariamente preguntarnos: ¿Estamos llamando a un practicista con demasiada frecuencia? A veces es necesario mantener un contacto frecuente al enfrentar las circunstancias específicas de un caso determinado. Lo que necesitamos preguntarnos es: ¿Estoy lleno de confianza o soy digno de confianza? ¿Estoy confiando en una persona para satisfacer mis necesidades diarias o estoy aprendiendo a tener más confianza en Dios? ¿Estoy esperando que otras personas suplan mi necesidad espiritual, o estoy descubriendo nuevos aspectos de la naturaleza de Dios en la santidad de mi propia comunión a través de la oración?
Nos volvemos cada vez más inmunes al contagio personal a medida que vamos comprendiendo la relación íntima que tenemos con el Amor divino. Dios es, literalmente, el mejor amigo que podemos tener. Como el Amor divino infinito, Dios está siempre presente para satisfacer las necesidades más profundas de nuestro corazón en busca de consuelo, apoyo, comprensión, fortaleza y guía. Por medio del sentido espiritual podemos sentir la presencia de Dios y percibir Su guía en nuestra vida diaria; podemos realmente hacer de Dios nuestro amigo más querido y más confiable. ¡Qué privilegio maravilloso es reconocer, a través de la oración y de un inspirado estudio de la Biblia y de las obras de la Sra. Eddy, este preciosísimo y primordial parentesco!
Cristo Jesús ciertamente exhortó a los demás a confiar sólo en Dios para obtener salud y santidad. Y rehusó dar consejos humanos o aprobar acciones humanas. Por ejemplo, cuando le pidieron que arbitrara una disputa entre un hombre y su hermano sobre una herencia, Jesús respondió: “Hombre, ¿quién me ha puesto sobre vosotros como juez o partidor?” Es obvio que la intención de Jesús fue que aquéllos a quienes ayudó y sanó comprendieran mejor su propia relación con el Padre, que demostraran este entendimiento, y no dependieran de él, de Jesús personalmente.
Es posible tener una curación física a través de una fe absoluta en una persona. Pero ése es una especie de curación por la fe, no la curación espiritualmente científica que Cristo Jesús enseñó y que la Sra. Eddy discernió, demostró y explicó en sus obras.
Si creemos que simplemente por hablar con determinada persona o por estar en su presencia nos sanaremos, quizás experimentemos un cambio físico como resultado de nuestra creencia. Es como el efecto de un placebo, con la diferencia de que nuestra fe está centrada en el supuesto poder de una persona en lugar del llamado poder de una píldora. En el análisis final, sólo cambiamos una falsa creencia por otra, la creencia en la enfermedad por la creencia en un poder personal.
Sin duda, la inspiración que nos brinda hablar con un practicista o visitarlo puede resultar, y a menudo resulta, en una curación genuina. La cuestión es que la verdadera curación cristiana requiere un cambio de pensamiento de nuestra parte, por el cual cedemos a la Verdad divina y cambiamos los conceptos mortales y pecaminosos por una nueva perspectiva más espiritual de nosotros mismos, de los demás y de la existencia misma. En resumen: implica un grado de regeneración moral y espiritual. Salimos de esas experiencias con un sentido absoluto de lo que Dios ha hecho por nosotros.
El término contagio personal también sugiere en parte un fenómeno de grupo. Se refiere a la tendencia humana a adoptar una especie de pensamiento de grupo hacia un determinado practicista o maestro, basado únicamente en una evaluación por medio del sentido personal. Por ejemplo, la supuesta reputación que tiene una persona en el movimiento, el hecho de que él o ella fue enseñado por determinado maestro de la Ciencia Cristiana, las opiniones de esa persona sobre ciertos aspectos del trabajo en la iglesia, todo eso puede estar demasiado en boca de algún grupo de personas, o en su corazón. El resultado puede ser un sentimiento colectivo de elitismo y de falsa camaradería basado en una afiliación con esta persona. Hasta puede haber una tendencia sutil a juzgar la espiritualidad de otros por lo que piensan sobre él o ella. De modo que erróneamente se formula la pregunta: “¿Qué pensáis de esta persona?” en vez de “¿Qué pensáis del Cristo?” (Mateo)
La hermandad cristiana genuina se hace evidente a medida que reconocemos nuestra unión espiritual y real en Dios, y nos vemos a nosotros mismos y a los demás bajo Su cuidado y tutela. Si toda curación verdadera procede del Padre, entonces también toda verdadera enseñanza procede de El, como lo descubrimos cada vez que despertamos a las revelaciones del Amor divino, a la corrección del Principio divino, a la iluminación de la Mente divina. Quizás hayamos tenido el privilegio de tomar instrucción en clase con alguien a quien admiramos mucho, o a quien hayamos llegado a conocer como un amigo. Pero demás está decir que nuestro vínculo de amistad con esta persona de ninguna manera nos coloca en un lugar aparte. No deberíamos sentir ni orgullo ni pena al ser alumnos de determinado maestro. En cambio podemos darnos cuenta de que lo único que realmente importa es cuánto bien hemos asimilado, cuánto hemos demostrado de la perfección espiritual del hombre.
El Cristo, como fue ejemplificado por Cristo Jesús, revela nuestro verdadero estado espiritual como hijos e hijas de Dios que pertenecen por entero al Padre. La actividad del Cristo en la consciencia humana contrarresta el énfasis malsano en la personalidad mortal y nos impulsa a sentir el anhelo más profundo de dar a Dios la prioridad en nuestra vida. A medida que respondemos a los impulsos cristianos, esforzándonos por mantener nuestro pensamiento en la bondad de Dios y por magnificar Su nombre, estamos seguros de que nuestras relaciones con los demás son correctas y se van espiritualizando más. Por supuesto, habrá momentos en que pensaremos o hablaremos movidos por el vínculo de afecto que nos une a un muy querido practicista o maestro; pero la relación deberá permanecer en la apropiada perspectiva cristiana.
Como Científicos Cristianos somos seguidores de Cristo Jesús. Tenemos un único Modelo, el Maestro. Son su vida y sus obras sanadoras las que nos definen qué es un Científico Cristiano y cómo debe practicarse el cristianismo. Sólo él fue inmaculado. Es necesario que tengamos en mente su vida y enseñanzas, consultarlas, y modelar nuestro pensamiento y nuestra vida de acuerdo con ellas. Ningún ejemplo de otra persona debe usurpar el del Maestro en nuestra demostración de la Ciencia del Cristo.
Si damos por hecho que otra persona es infalible estamos expuestos a errar. Estamos propensos, sin darnos cuenta, a adoptar los puntos de vista humanos de esa persona y sus tendencias negativas de pensamiento. Necesitamos ser humildes y estar dispuestos a aprender, pero también debemos estar siempre dispuestos a pensar profundamente sobre diferentes conceptos y asuntos, a orar y a sacar nuestras propias conclusiones. ¡Necesitamos seguir al Pastor y no al rebaño!
Quizás aquellos primeros Científicos Cristianos no se daban cuenta de que estaban presentando síntomas de contagio personal. No siempre es fácil detectar este mal en nosotros mismos. A menudo está latente en el pensamiento o mezclado con un deseo sincero y consciente de servir a Dios y a la causa de la Ciencia Cristiana y de crecer espiritualmente. Es preciso que, mediante la oración, hagamos un estudio mesurado de nosotros mismos para evaluar con honestidad si estamos anteponiendo la persona al Principio. Es necesario que en la privacidad de la comunión con nuestro Padre, renunciemos a todo lo que se interponga, en nuestro pensamiento, con nuestra devoción al Principio divino, el Amor.
En la verdadera individualidad no hay elementos de una identidad material para inducir o atraer alianzas profanas, ningún orgullo por vinculaciones, ninguna debilidad personal, ni pensamientos ni opiniones mortales. Como hijos de Dios estamos siempre libres del contagio personal porque estamos eternamente libres de una individualidad aparte de Dios. Tanto maestros como estudiantes, practicistas como pacientes, tienen la solemne tarea de comprender y demostrar estos hechos espirituales. El progreso de nuestra Causa depende de que lo hagamos.
La Sra. Eddy dijo en cierta ocasión que su artículo sobre el contagio personal era “una de las cosas más importantes del pensamiento que... haya expresado jamás”. (Citado por Robert Peel en Mary Baker Eddy: The Years of Authority.) Al mismo tiempo, reclamar el derecho que Dios nos ha dado de estar eximidos del contagio personal, puede entrañar algunas de las más importantes lecciones que hayamos aprendido.
No temas, porque yo estoy contigo;
no desmayes, porque yo soy tu Dios que te esfuerzo;
siempre te ayudaré,
siempre te sustentaré con la diestra
de mi justicia.
Isaías 41:10
