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¿Vale la pena hacer el esfuerzo por la curación cristiana?

Del número de julio de 1992 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Cuando Era Niño, mi primo y yo descubrimos un árbol silvestre de cítricos en el medio del bosque. Era el árbol de pomelos más grande que habíamos visto (y la tía María tenía un huerto completo en un sitio muy cercano). Aun desde lejos podíamos ver que ese árbol estaba lleno de bellos frutos amarillos. Pero no era fácil llegar al árbol, pues estaba rodeado de maleza y palmitos.

Finalmente conseguimos encontrar una manera de llegar al árbol, solo para descubrir que no podíamos alcanzar los frutos. Entonces tuvimos que subir al árbol y trepar por las ramas. No nos dimos por vencidos, y pronto volvimos a casa llevando seis u ocho de los más grandes y maduros pomelos.

Con nuestro botín asegurado, nos sentamos en los escalones del porche de atrás y empezamos a pelar el mejor de nuestros “tesoros”. Pero, cuando me puse un gajo de la fruta en la boca, no era exactamente lo que yo había esperado. Lleno de semillas. Y amargo — no tenía el tipo de gusto común a un “pomelo amargo” — ¡era un tipo de amargor que provoca que los labios se arruguen y que se nos llenen los ojos de lágrimas!

Está de más decir, que no deseábamos recoger más fruta del bosque. Después de todo, no valió la pena el esfuerzo.

Algunas cosas en la vida claramente merecen todo el esfuerzo que sea necesario para lograrlas, otras no. Y, a veces, no sabemos, en realidad, cómo medir el costo del esfuerzo hasta que vemos (¡o gustamos!) el resultado. Pero cuando se trata de asuntos espirituales — aquellas cosas que tienen que ver con nuestra relación con Dios y nuestro progreso espiritual — realmente no se trata de esperar y ver lo que decide el asunto o nos hace avanzar. De hecho, es probable que comprendamos que es necesario que tomemos una decisión acerca del esfuerzo que estamos dispuestos a aportar al trabajo desde el comienzo mismo, quizá aun antes de que hayamos visto algún “resultado” visible.

Por ejemplo, cuando consideramos las profundas consecuencias que tiene el verdadero significado de la curación cristiana, podemos también comenzar a entender lo importante que es para nuestra propia vida y para el futuro de la humanidad. Entonces tendremos una mejor base para decidir si la curación cristiana, de hecho, merece el esfuerzo que nos exige.

Piensen en los discípulos en el Mar de Galilea, que oyeron el llamado de Jesús; entonces decidieron tirar sus redes, dejar atrás las viejas maneras de proceder, y avanzar, poniendo todo su esfuerzo para seguir al Maestro. Piensen en la “perla preciosa” en una de las más notables parábolas de Jesús en Mateo. El mercader del cual Jesús habla en esta parábola, sabiendo que tal perla existe, va y vende todo lo que tiene para comprar esa joya única y perfecta. Estos son claros mensajes acerca de las decisiones importantes y de hacer lo que sea necesario para servir a Dios.

Sin embargo, algunas veces, cuando una persona se entera de las responsabilidades del cristianismo (incluso su ministerio de curación), puede preguntarse si después de todo el sanarse cuando uno está enfermo, debe exigir tanto. ¿No hay una manera más fácil, uno podría preguntarse, así como tomar una píldora? Si se considera que el alivio físico es la meta principal en la curación, quizá esa no sea una pregunta poco común.

Ahora bien, la demostración de la curación cristiana trata tanto acerca del desarrollo espiritual como de sanar la enfermedad v restaurar la salud. Ella transforma los pensamientos y regenera y redime del pecado. La curación cristiana incluye el aprender qué significa ser el hijo de Dios, el Amor divino, y sentirse abrazado por ese Amor. La curación trata acerca de la gracia redentora de Dios, y de descubrir que el reino de Dios está al alcance de la mano. Por último, la curación en la Ciencia Cristiana no se puede separar del hecho de buscar nuestra propia salvación.

Entonces, suponga que tuvo la oportunidad de aprender que Dios es su creador y, lo que es más, de aprender que cuando Dios crea a Su hijo, El no abandona subsecuentemente al objeto de Su amor al capricho y antojo de la precaria existencia mortal. Suponga que el conocer esta relación espiritual con Dios podría liberarlo del temor, la ansiedad y la duda, del sentimiento de falta de propósito en su vida. Suponga que puede aprender que usted es la imagen y semejanza del Amor mismo, y que esto lo hace a usted valioso y digno, preciado y bueno. Suponga que si su vida se siente afectada por dolor, enfermedad, soledad, pena o pecado, hay un camino hacia la luz y la liberación, un camino de paz. Suponga que todo esto y más es el propósito de la curación cristiana. Entonces, ¿no valdría la pena hacer el esfuerzo de dedicarse a hacer la voluntad de Dios, a orar, a estudiar las Escrituras, a seguir el ejemplo de Cristo Jesús, y a conocer directamente este camino de luz sanadora?

Ahora, suponga que contestó que “Sí” y al mismo tiempo descubrió que el trabajo que entraña, aunque a veces es exigente, también trae un gozo que va más allá que ningún otro. Y, finalmente, suponga que el trabajo que usted hizo podría sanar y bendecir a otros tanto como a usted mismo. En el libro de texto de la Ciencia Cristiana, Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras, Mary Baker Eddy, habla de las demandas y del alcance universal de este trabajo cuando escribe: “La oración, la vigilancia y el trabajo, combinados con la inmolación de sí mismo, son los medios misericordiosos de Dios para lograr todo lo que se ha hecho con éxito para la cristianización y la salud del género humano”.

Realmente, ¿vale la pena hacer el esfuerzo por la curación cristiana, “la cristianización y la salud del género humano?” Esta es una pregunta que finalmente debe recibir respuesta en el corazón de cada uno de nosotros.

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