La Ciencia Cristiana desafía firmemente el concepto de que a medida que pasan los años nuestra salud tiene más limitaciones. De hecho, la Ciencia divina literalmente invierte ese concepto y nos muestra que cuando tenemos una perspectiva espiritual de nosotros mismos, es natural llegar a tener mejor salud a través de los años.
En Ciencia y Salud, la Sra. Eddy declara: “Hombres y mujeres de mayor edad y experiencia debieran madurar en salud e inmortalidad, en lugar de caer en tinieblas o tristeza”. Por supuesto que “mayor edad” puede significar diferentes cosas para diferentes personas. ¡Alguien de diez años de edad puede considerar que uno de dieciocho ha alcanzado la madurez absoluta! Pero cualquiera que sea el punto de vista que se tenga, es obvio que el simple transcurso de los años no es, en y por sí mismo, suficiente para que se llegue a tener una salud más plena. No obstante, si la “mayor experiencia” se establece con el transcurso de los años, tenemos los cimientos para aumentar nuestra demostración de salud y bienestar.
¿Ha considerado la importancia que tienen las grandes lecciones aprendidas a través de los años? Si no le ha prestado una atenta y considerada atención a esto, podría estar pasando por alto una ventaja que puede promover vigorosamente su salud.
Las personas tienen la tendencia de mirar atrás a alguna circunstancia y de destacar la lección más pequeña que tuvieron. Por ejemplo, ¿recuerda algún desafío en su experiencia en una iglesia filial como un momento en que usted por fin aprendió a no ser demasiado franco en sus puntos de vista? O ¿recuerda la lección más importante que mantiene en sus pensamientos, la de su reconocimiento de cómo comunicarse de manera más eficaz con Dios, confiando en El para llevar a cabo Su propósito?
Si piensa que una de las lecciones que aprendió hace años fue que hay cosas que no se pueden proponer a los miembros de una iglesia porque no están preparados para aceptarlas, ha llegado el momento de hacer una evaluación más considerada. Quizá haya una lección más profunda que se puede aprender. Considere lo que aprendió acerca de lo que significa expresar cualidades cristianas como paciencia, respeto y aliento gentil.
Si a través de los años nos han desafiado problemas físicos en diferentes momentos, tal vez la mente humana se haya impresionado al ver que se calmaba el dolor. Pero, ¿acaso no fue una lección más importante la regeneración que nos trajo una vislumbre profunda y pura de que el ser verdadero es espiritual, libre de dolor y permanente?
Piense en la época en que no iba a poder pagar las cuentas mensuales de los servicios públicos y de algún modo siempre las pagó. De una forma u otra, usted descubrió que Dios sí cuidó de usted. Pero la lección aún más profunda que aprendió fue la seguridad interior y la convicción más fuerte de que Dios es sustancia, la fuente eterna de la verdadera provisión.
En otras palabras, si uno observa cuidadosamente cómo se han desarrollado los años, y los factores espirituales que han traído a sus actividades, puede comprender la necesidad de apreciar más profundamente el progreso realizado y las grandes lecciones que ha aprendido. Esta perspectiva nos coloca en una posición más natural para madurar nuestro concepto de salud.
Indudablemente no deberíamos desestimar las lecciones que han profundizado nuestra espiritualidad. Y de todos modos debemos defendernos contra la creencia de que los desafíos que enfrentamos nos han endurecido o nos han hecho más cínicos. Ya sea que lo comprendamos o no, la experiencia cristiana (aun en tiempos difíciles) nos hace madurar y nos templa. La Sra. Eddy explica en Ciencia y Salud: “El progreso nace de la experiencia. Es la maduración del hombre mortal mediante la cual se abandona lo mortal por lo inmortal”. Uno de los valores más valiosos en la vida es la “experiencia”. Es algo que todos en cierta medida tenemos. Pero también es algo que tal vez necesitemos apreciar más plenamente. Cuanto más perceptivos seamos al significado que tienen las grandes lecciones que hemos aprendido y la experiencia que estamos desarrollando, tanto más firme será nuestro fundamento para abandonar lo mortal y desarrollar aquí mismo un sentido inmortal de salud.
No tenemos que dejar de cosechar aquello que ha madurado en nuestra vida. Las batallas que hemos peleado, los desafíos que tuvimos que encarar, las dificultades que tuvimos que enfrentar, todo esto de alguna manera nos prepara para demostrar más plenamente el sentido de salud y bienestar. En el Apocalipsis leemos: "Miré, y he aquí una nube blanca; y sobre la nube uno sentado semejante al Hijo del Hombre, que tenía en la cabeza una corona de oro, y en la mano una hoz aguda. Y del templo salió otro ángel, clamando a gran voz al que estaba sentado sobre la nube: Mete tu hoz, y siega; porque la hora de segar ha llegado, pues la mies de la tierra está madura".
La historia de la materia no determina nuestra salud; el rico desarrollo del pensamiento (nuestras grandes lecciones) es lo que determina nuestra salud. Si la salud fuese tan sólo una condición de la materia, la madurez que se obtiene con los años no contribuiría a nuestro bienestar. Pero dado que la salud es una cualidad activa del pensamiento — como el regocijo, la bondad o el afecto —, entonces la experiencia que nos lleva más cerca de Dios hace una contribución natural a ese aspecto del pensamiento llamado salud. Tales experiencias son ingredientes activos de nuestro creciente sentido de bienestar.
Cuanto más claramente veamos que nuestra vida ha estado llena de años durante los cuales hemos ido obteniendo verdadera madurez, encontraremos que esos años no pueden deteriorar la salud, sino que, por el contrario, seguiremos desarrollando nuestro concepto de salud con alegría.
