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Amistad en la iglesia

Del número de septiembre de 1992 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Para Mi Ha sido de gran ayuda considerar que la oración es “una amistad con el gran compañero”. Este concepto trae un cálido afecto que nos permite sentir la presencia y el poder de Dios.

La Biblia no sólo nos dice en 1 Juan que “Dios es amor” sino que también nos muestra, a través de muchos ejemplos, cómo el amor de Dios se ha estado manifestando en el tierno cuidado de Su creación espiritual. La Biblia y Ciencia y Salud por la Sra. Eddy, nos hablan del amor que fluye libremente de Dios a Su idea espiritual, el hombre.

A medida que comprendemos las consecuencias prácticas del amor de Dios, confiamos cada día más en Su bondad siempre presente. Por medio de la oración recurrimos a El con plena confianza en Su constante ayuda y guía. Y el feliz resultado es que nos encontramos recurriendo a Dios como nuestro amigo. Naturalmente, el sentirnos tan cerca del Amor infinito enriquece nuestros afectos y nos hace más compasivos con los demás.

Este sentido sagrado de amistad me llevó a una muy linda curación de graves quemaduras. Estando de visita en la casa de mi hija, la estaba ayudando a preparar y servir la comida. Cuando abrí la puerta del horno, hubo una explosión que me tiró al piso, envolviéndome en llamas. El impacto fue tremendo y el dolor insoportable. Después de que mi familia apagó las llamas, me di cuenta de la gravedad del accidente.

Me volví a Dios en oración de todo corazón. En seguida me calmé al sentir que estaba rodeada de la omnipresencia y la omnipotencia de Dios. Debía dirigir varias reuniones en la iglesia y no quería cancelarlas debido a mis lesiones físicas. Rápidamente afirmé la verdad de la frase de la Sra. Eddy en su Mensaje para el año 1901: “... podéis estar seguros de que nunca dejaréis de contar con el brazo extendido de Dios mientras estéis a Su servicio”. Sabía que el consuelo y la fortaleza del brazo extendido de Dios me permitirían seguir a Su servicio sin interrupción. Sentí como si Dios se hubiese puesto a mi lado como un amigo, ofreciendo Su brazo, Su poder espiritual para sostenerme y apoyarme.

El pensamiento puro y simple que tuve como respuesta a mi oración fue: ”Tú y Dios van juntos”. Comprendí con más claridad mi innata coexistencia espiritual con Dios. Dios es Espíritu. En realidad, el hombre es uno con Dios como Su imagen y semejanza espirituales. Así que el hombre está siempre a salvo y refleja la sustancia del Espíritu. La sustancia divina incluye todo lo que es completo, bueno y puro, y el hombre existe para expresar la perfección de Dios, espiritual e inmaculada.

Este discernimiento espiritual me trajo alivio inmediato del dolor y del temor. Pero la parte más especial de esta curación no se había producido todavía. Había tratado de llamar a una practicista de la Ciencia Cristiana a quien conocía para pedirle ayuda a través de la oración, pero no había podido ubicarla. Pensé a quién más podría llamar para solicitar ayuda metafísica, y de pronto recordé mi iglesia filial, que se encuentra a muchos kilómetros de donde me encontraba. Pensé en los miembros con quienes había trabajado durante muchos años allí y me di cuenta, con inmensa gratitud, de que cada uno de ellos era un amigo, a quien podía llamar para que me ayudara. Sentí la profundidad espiritual de esas amistades. Estaban basadas en un propósito espiritual común: reflejar el ministerio sanador del Cristo, la Verdad. De modo que comprendí que podía llamar a cualquier miembro como practicista, el que con todo amor me daría ayuda por medio de la oración de manera eficaz. No puedo expresar con palabras la inmensa gratitud que sentí. Finalmente, pude ubicar a un practicista, y recibí ayuda inmediata.

Mi corazón se llenó de tanta gratitud, gozo y bienestar que sentí que estaba sanada. Y fue así. Mi ropa había sido destrozada por las llamas, pero a las pocas horas no había marca alguna de las quemaduras en mi rostro ni en mi cuerpo.

Esta experiencia me ayudó a comprender más plenamente y a apreciar la importancia de la amistad, en lo que se refiere a la curación espiritual en la iglesia. La iglesia cristiana primitiva, al ir creciendo y progresando bajo la guía del Apóstol Pablo, entrañaba un gran sentido de compañerismo. La base de este compañerismo era el deseo de compartir entre sí y con la comunidad más grande del mundo, el mensaje sanador de Cristo Jesús, el camino de salvación para toda la humanidad.

La misión de Jesús fue quitar los pecados del mundo, los impedimentos y obstáculos que separan a los seres humanos entre sí y del amor y la armonía de Dios. Jesús, con gran compasión, guió a sus seguidores más cerca de Dios en una forma cálida y familiar. Ayudó a la gente a reconocer que Dios es el Padre universal y bondadoso que incluye al hombre en Su propia perfección espiritual.

Pablo alentaba a los trabajadores a que cumplieran su labor juntos en armonía y cooperación. En un momento en que había envidia, celos y divisiones entre ellos, les recordó: “¿No sabéis que sois templo de Dios, y que el Espíritu de Dios mora en vosotros?” (1 Corintios) Fue así que Pablo los guió a un mayor entendimiento de la unidad del hombre con Dios, que es el fundamento de la unidad entre los hombres.

Que el cimiento de la participación en la iglesia es la comprensión de la relación del hombre con Dios, es tan válido hoy como lo era entonces. En la Ciencia Cristiana se entiende que el “Espíritu de Dios” que mora en cada persona, es el Cristo. Es la identidad espiritual del hombre, la unidad del hombre con Dios, que se expresa en amor y consideración al prójimo.

Cuando este punto de vista de la armonía espiritual falta, la actividad de iglesia pierde su inspiración. Corre el riesgo de convertirse simplemente en una obligación, un asunto humano sujeto a las limitaciones, ansiedades y discordancias de la existencia mortal. La mente mortal, o el pensamiento que ignora la individualidad divina del hombre, define al hombre como material. Hace que el hombre se sienta cómodo con la rutina y la tradición, y que sea renuente a aceptar nuevas ideas. La mente mortal también comienza a medir y a criticar a otros, vigilando para ver quién está o no participando activamente en el trabajo de la iglesia. Intenta dividir a la gente en grupos, con propósitos, opiniones y criterios conflictivos. De esta forma la mente mortal intenta separar a la gente no sólo entre sí sino de la bondad infalible de Dios y del propio mensaje de salvación. En pocas palabras, la mente mortal pretende hacer que la gente pierda su disposición de amar.

Si esto ocurre cuando estamos tratando sinceramente de ser miembros eficientes de la iglesia, no necesitamos responder con enojo, frustración o desaliento. En cambio, podemos apartarnos por completo de la personalidad humana y de las limitaciones del pensamiento mortal hacia el eterno mensaje del Cristo: la unión del hombre espiritual con Dios. Podemos orar para percibir más plenamente la coexistencia del hombre con Dios. Esta oración nos ayuda a eliminar las limitaciones que la mente mortal pretende imponerle al hombre.

La oración nos ayuda a entender que la habilidad de realizar nuestras tareas con paz interior y buena voluntad, no se origina en la personalidad humana sino que es el reflejo radiante de la gracia de Dios. Este hecho mejora y aumenta nuestras capacidades y nos hace aptos para servir con confianza, eficiencia y, lo más importante, con profundo afecto. A medida que reconocemos la naturaleza espiritual del hombre y respetamos más plenamente la relación individual del hombre con Dios, podemos, con toda humildad, ser testigos de los talentos y habilidades que cada uno expresa a la manera de Dios y de acuerdo con Su dirección. Dejamos de delinear la actividad humana de otros. La tendencia humana a juzgar o criticar se aquieta y nuestro trabajo se llena de belleza, vida y gozo. Sabemos que el Cristo, activo en la consciencia humana, impulsa el progreso, tanto individual como de la iglesia en su conjunto.

La oración sincera, que incluye dejar de lado mentalmente la voluntad humana y la coerción, nos permite sentir la gentil presencia de la omnipotencia de Dios uniendo a Sus hijos en amor. Cuando sabemos que la voluntad de Dios, Su infinita sabiduría, está guiando nuestro trabajo, sentimos el compañerismo del que Jesús hablaba cuando dijo que todos los que hicieran la voluntad de su Padre, serían verdaderamente sus hermanos. Así entendemos en forma más clara, que nunca podemos estar separados del verdadero significado de compañerismo que estima a otro como mejor que uno mismo. Entonces nos sentimos más cerca unos de otros en cooperación y confianza mutuas y demostramos el ministerio sanador de la reconciliación. Las tareas en la iglesia se convierten en la expresión exterior de la influencia sanadora del Cristo en la consciencia. Así estamos preparados para trabajar como practicistas para el prójimo y para la comunidad más grande del mundo.

Jesús, siempre uno con su Padre celestial a través del Cristo, cumplió su misión con espíritu de amistad y estableció la norma de compañerismo que nos esforzamos por mantener en la iglesia. En el Evangelio según Juan, él dice: “Ya no os llamaré siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor; pero os he llamado amigos, porque todas las cosas que oí de mi Padre, os las he dado a conocer”. Cuando nosotros, como miembros de la iglesia, pongamos en práctica el mensaje de salvación del Cristo con el espíritu de amistad, todos aquellos que recurran al poder del Cristo, la Verdad, ya sea asistiendo a los servicios o en oración silenciosa, como lo hice yo, sentirán el abrazo del cuidado infalible de Dios. Comenzarán a sentir la presencia sanadora de Dios como la de un amigo siempre presente.

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