Los Estereotipos Culturales y raciales pueden estar tan arraigados en nosotros que ni siquiera nos damos cuenta de que son parte de nuestra forma de pensar. Pero preocupa aún más el hecho de que los estereotipos ocultan el valor y la riqueza más significativos de la vida e individualidad de las personas. De hecho, este valor y esta riqueza se refieren a la verdadera espiritualidad de las personas y a una herencia más profunda que es común a toda la familia del hombre.
Recordé esto una tarde cuando fui a una charla que ofrecía un indígena americano, un hombre generoso, miembro de la tribu Munsee de la nación Mohicana. El es padre, músico y cantante. Es un hombre educado; y es también pintor y escultor. A pesar de todo, también él ha sido objeto de estereotipos y prejuicios raciales, simplemente porque es posible identificarlo claramente con su herencia indígena americana.
Durante su charla aquella noche pude comprender lo importante que es que no aceptemos estereotipos sobre nosotros mismos o sobre los demás. El comentó que con frecuencia en la época del Día de Acción de Gracias lo invitan a que vaya a las escuelas para hablar sobre su cultura, invitaciones que él acepta gustosamente. Muchas veces, cuando él llega, hay niños pequeños que están ansiosos e inclusive temerosos porque él es un “indio”. Con frecuencia, una de las primeras preguntas que los niños pequeños le hacen es: “¿Cuánta gente ha matado usted?” Incluso los niños, con toda su inocencia infantil, han aprendido estos estereotipos tan perjudiciales.
Cuando hablamos de estereotipos a través de ejemplos tan obvios, es fácil darse cuenta de que son verdaderamente inaceptables. Pero ¿qué pasa con un estereotipo aún más generalizado, que abarca a toda la raza humana? Este estereotipo argumenta que el hombre es básicamente mortal, que está a la deriva en un mundo material, que es incapaz de conocer a Dios o de sentir Su presencia y tierno amor. Este estereotipo no excluye a nadie, pero no es por eso menos injusto ni falso.
Los estereotipos y los prejuicios raciales tienen su origen en un punto de vista material y mortal del hombre. Este punto de vista sobre el origen del hombre nos obligaría a llevar adelante nuestra vida en medio del odio y del temor. El hecho de estereotipar es un síntoma de ignorancia respecto a Dios y a la individualidad espiritual verdadera del hombre como Su imagen y semejanza. A medida que dejamos de estereotipar a las personas, podemos comenzar a abrir nuestro pensamiento a una nueva forma de ver al hombre y a su verdadera naturaleza por ser la expresión de Dios.
La Ciencia Cristiana explica que la herencia verdadera del hombre no es material y destructible. Dado que el hombre es la idea o expresión de Dios, la verdadera identidad y herencia espiritual de cada idea individual, están firmemente arraigadas en una herencia divina. Reconocer la inteligencia y la bondad que forman parte de la naturaleza espiritual y verdadera del hombre, es comenzar a comprender que el hombre no es lo que los sentidos materiales dicen que es. Las cualidades que constituyen el ser verdadero del hombre — la genuina individualidad espiritual de cada uno de nosotros — no son materiales, y tampoco proceden de una sucesión interminable de padres y ancestros humanos.
Pensar que los hombres y las mujeres son materiales y que representan estereotipos culturales y físicos, ciertamente no es un invento o un problema moderno. Incluso los propios discípulos de Cristo Jesús lucharon contra este desafío. Y el relato bíblico del encuentro del apóstol Pedro con Cornelio, un romano, es un ejemplo de esto. Pedro era un hombre bueno y generoso, un hombre completamente atraído por las enseñanzas de Jesús sobre el amor infinito de Dios. No hay duda de que Pedro había llegado a percibir parte de la naturaleza espiritual del hombre como el linaje de Dios, y de hecho lo hizo tan claramente que, como el Maestro, pudo sanar a los demás a través de su percepción espiritual de que el hombre es el hijo espiritual de Dios.
Sin embargo, mientras se preparaba para encontrarse con Cornelio, Pedro se enfrentó con su propia necesidad de ver con mayor claridad la naturaleza de todas las personas, que son fundamental y espiritualmente los hijos de Dios, sin hacer caso de las apariencias materiales, las diferencias culturales y las circunstancias.
Luego de presenciar la crucifixión de Jesús en manos de los centuriones romanos, seguramente fue muy difícil para Pedro pensar en un soldado romano — incluso éste — de otra manera que no fuera como un estereotipo de antipatía hacia el Cristo. Y como judío, Pedro no tenía nada que hacer con los gentiles. Sin embargo, Cornelio era un hombre bueno que “oraba a Dios siempre”, y era receptivo al mensaje del evangelio. Fue divinamente guiado a llamar a Pedro para que viniera y predicara el evangelio en Cesarea. Mientras los hombres de Cornelio aún estaban en camino, Pedro tuvo una visión a través de la cual aprendió que no se podía limitar el evangelio del Cristo por diferencias de nacionalidad o étnicas. Aceptó la invitación de Cornelio. Más tarde Pedro explicó por qué. “... me ha mostrado Dios”, dijo Pedro, “que a ningún hombre llame común o inmundo”.
Las enseñanzas de la Ciencia Cristiana, como la lección de Pedro, muestran que el hombre es la imagen y semejanza espiritual de Dios. La Sra. Eddy, que descubrió la Ciencia del Cristo, percibió que lo que Jesús estaba revelando a la humanidad era una comprensión profundamente espiritual y totalmente afectuosa del hombre como la creación espiritual de Dios. Ella percibió también que cuando uno comprende la naturaleza espiritual y verdadera del hombre y reconoce que la individualidad genuina de cada persona es semejante a Dios — porque es creada por Dios — esta comprensión espiritual sana. Sana la enfermedad y el pecado, y sana el odio y los prejuicios que niegan la ley del amor universal de Dios. Tal comprensión saca a luz la identidad creada por Dios que tienen todas las personas.
La expresión de Dios tiene una individualidad espiritual y genuina que está siempre consciente de la relación inmortal entre el hijo y el Padre. Esta individualidad y consciencia espirituales no se pueden negar ni arrebatar. Dios es por siempre el Padre, y el hombre es por siempre Su hijo amado. A medida que comprendemos que la individualidad del hombre es semejante a Dios, dejamos de ignorar el propósito que tiene Dios para con Sus hijos. Como escribe la Sra. Eddy en Ciencia y Salud: “El hombre es más que una forma material con una mente adentro que tiene que escapar de su ambiente para ser inmortal. El hombre refleja infinitud, y ese reflejo es la idea verdadera de Dios”.
Cuanto más comprendamos esta idea espiritual de que el hombre es el hijo de Dios, veremos mayores evidencias de esta naturaleza en nosotros mismos y en nuestros semejantes. Ya sea que él o ella se parezca a nosotros, hable de la misma manera que nosotros, tenga una herencia humana similar a la nuestra, o no, comenzaremos a vernos a nosotros mismos y a los demás como realmente somos: el linaje de Dios.
Cuando mi nuevo amigo, el indígena americano, termina sus charlas con los pequeños, ya ninguno teme por su seguridad. El estereotipo ha dado lugar a la comprensión, aún más, al afecto. Cuando comprendemos la naturaleza que tiene el hombre por ser la imagen y semejanza espiritual de Dios, el estereotipo del hombre separado de Dios cede y da lugar a una comprensión de la bondad y el valor verdaderos que tenemos nosotros y que tienen los demás. Dios siempre ama infinitamente a Su hijo, y este amor se refleja en nuestra propia respuesta a la espiritualidad innata del hombre.
Este amor y esta espiritualidad enriquecen nuestra vida en todas las formas conocidas y prácticas, ampliando nuestra experiencia, profundizando nuestra comprensión de Dios, capacitándonos para liberarnos de los estereotipos que nos limitarían ¡a nosotros mismos, no sólo a la otra persona! A través de esta liberación percibimos que el reino de Dios no está lejos.
Porque no hay diferencia
entre judío y griego,
pues el mismo que es Señor de todos,
es rico para con todos los que le invocan.
Romanos 10:12
