Hace Mas O menos veinte años, antes de que comenzara a estudiar la Ciencia Cristiana, fui sometida a exámenes médicos intensivos. Se diagnosticó entonces que sufría de irregularidad en los patrones de las ondas cerebrales, y comencé a tomar diariamente una dosis de una medicina anticonvulsiva, que se me dijo debería tomar el resto de mi vida.
Años más tarde, cuando leía el capítulo titulado “La práctica de la Ciencia Cristiana” de Ciencia y Salud por la Sra. Eddy, el reconocimiento de que el hijo espiritual de Dios es inocente, tuvo para mí un significado muy especial. Me di cuenta de que tenía que “[Fiarme] de Jehová de todo [mi] corazón, y no [apoyarme] en [mi] propia prudencia” (Proverbios). Dejé de tomar las medicinas. Gradualmente, por medio del estudio continuo de la Ciencia Cristiana, aumentó mi comprensión de que la verdadera salud proviene de Dios y es espiritual, y que jamás está sujeta al deterioro o a la enfermedad. Mi curación fue completa.
Deseo compartir una curación que sucedió hace unos ocho años. Una mañana nuestra hijita despertó desganada y con fiebre. Pasado un rato, no se percibía ninguna mejoría, entonces llamé por teléfono a una practicista de la Ciencia Cristiana para que le diera tratamiento por medio de la oración. Mientras la escuchaba abriendo humildemente mi corazón, ella me habló dándome consuelo y asegurándome que oraría por la criatura. Estuve en el teléfono solo por pocos minutos. Cuando terminó la conversación, y fui a ver a nuestra niña, estaba contenta en los brazos de mi esposo, perfectamente saludable. Comió algo y luego se durmió. Sentí mucha alegría por esta curación.
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