Hace Mas O menos veinte años, antes de que comenzara a estudiar la Ciencia Cristiana, fui sometida a exámenes médicos intensivos. Se diagnosticó entonces que sufría de irregularidad en los patrones de las ondas cerebrales, y comencé a tomar diariamente una dosis de una medicina anticonvulsiva, que se me dijo debería tomar el resto de mi vida.
Años más tarde, cuando leía el capítulo titulado “La práctica de la Ciencia Cristiana” de Ciencia y Salud por la Sra. Eddy, el reconocimiento de que el hijo espiritual de Dios es inocente, tuvo para mí un significado muy especial. Me di cuenta de que tenía que “[Fiarme] de Jehová de todo [mi] corazón, y no [apoyarme] en [mi] propia prudencia” (Proverbios). Dejé de tomar las medicinas. Gradualmente, por medio del estudio continuo de la Ciencia Cristiana, aumentó mi comprensión de que la verdadera salud proviene de Dios y es espiritual, y que jamás está sujeta al deterioro o a la enfermedad. Mi curación fue completa.
Deseo compartir una curación que sucedió hace unos ocho años. Una mañana nuestra hijita despertó desganada y con fiebre. Pasado un rato, no se percibía ninguna mejoría, entonces llamé por teléfono a una practicista de la Ciencia Cristiana para que le diera tratamiento por medio de la oración. Mientras la escuchaba abriendo humildemente mi corazón, ella me habló dándome consuelo y asegurándome que oraría por la criatura. Estuve en el teléfono solo por pocos minutos. Cuando terminó la conversación, y fui a ver a nuestra niña, estaba contenta en los brazos de mi esposo, perfectamente saludable. Comió algo y luego se durmió. Sentí mucha alegría por esta curación.
En una época en que progresaba lentamente en mi estudio de la Ciencia Cristiana, raramente asistía a los servicios religiosos de una iglesia filial. Para mí incluso era una gran lucha entrar en la iglesia y permanecer en ella durante el servicio.
Un viernes después del trabajo, todo mi cuerpo se llenó de urticaria y se inflamó. Me sentí muy enferma y fui a casa de mi madre en donde ambas oramos. También obtuve la ayuda por medio de la oración de una practicista. Esto parecía una prueba que no tendría fin. Para la noche del sábado el estado de mi salud había empeorado mucho. Esa noche no pude dormir. Estoy agradecida por la constante vigilia de mi madre y de la practicista.
La mañana del domingo las piernas y cara estaban todavía inflamadas. Sin embargo, resolví asistir a la iglesia, sintiendo que podía beneficiarme la atmósfera sanadora del servicio. Cuando llegué a la iglesia, que no quedaba a más de unos diez minutos de distancia, ya no había ninguna evidencia de la erupción. Permanecí dentro de la iglesia durante todo el servicio.
Poco después, al regresar a casa, volví a sentirme muy enferma. Entonces llamé de nuevo a la practicista para pedirle ayuda. Mi curación fue completa cuando por medio de la oración se vio claramente que la renuencia a asistir a la iglesia era una imposición que no era natural.
Al día siguiente decidí pasar algún tiempo en una Sala de Lectura de la Ciencia Cristiana, poniendo en orden mis pensamientos acerca de la decisión de adherirme de todo corazón a la Ciencia Cristiana. La resolución que tomé me llevó a asistir regularmente a los servicios de la iglesia, a hacerme miembro de La Iglesia Madre y de una filial y a tomar instrucción en clase. Estoy muy agradecida por la Ciencia Cristiana.
Fremont, California, E.U.A.
