Nuestra Vida Es afectada e influida por toda clase de promesas. Algunas son explícitas o hasta formales; otras están más o menos implícitas en las circunstancias dadas o de acuerdo con la ocasión. Por ejemplo, en un casamiento dos personas se prometen amarse, honrarse y valorarse. O al tener hijos que criar, existe un compromiso implícito, pero absolutamente fundamental desde el comienzo mismo, de brindarles el mejor cuidado posible del que se es capaz.
Hay muchas otras clases de promesas. La gente promete lealtad a su país; los trabajadores hacen promesas a sus empleadores. A su vez, el gobierno o los empresarios asumen ciertas obligaciones para con las personas en sus respectivas esferas de responsabilidad. Y ¿acaso no nos prometemos cosas a nosotros mismos: controlar nuestra ira, tal vez; terminar algún proyecto que hemos iniciado; prestar más atención a las necesidades de los demás; considerar el efecto de nuestras acciones y de nuestro consumo sobre el ambiente natural que nos rodea, y así por el estilo?
Pensemos en lo que significaría para nuestra vida, para la fibra misma de la sociedad, si las promesas ya no tuvieran ningún valor real, si se rompieran fácilmente o se violaran con descuido. Muchos pueden argumentar que en realidad éste ya es un problema serio. Los índices de divorcios son altos. Hay niños abandonados y descuidados. Se cometan abusos en el ambiente con el fin de obtener ganancias personales; otros doscientos cincuenta acres de selva tropical han sido destruidos en el tiempo que lleva leer este editorial.
Las promesas son muy importantes. Y para los seguidores de Cristo Jesús, las promesas más vitales de todas son entre Dios y Sus hijos. Es desde aquí que todos los otros compromisos toman forma. En la práctica cristiana, todo el sentido de lo que significa mantener nuestras promesas incluye una dimensión profunda, espiritual al igual que moral, que esencialmente tiene que ver primero con nuestra relación individual con Dios. Y es desde este punto de vista profundamente moral y espiritual que se refinan cosas tales como las obligaciones, la lealtad, la responsabilidad y la fidelidad. Este refinar fortalece la fibra de nuestra propia vida, la calidad de nuestras relaciones con los demás, y la estabilidad de la sociedad misma.
La Biblia registra lo que puede considerarse la promesa primaria para hacer que la existencia humana sea cada vez más completa y rica en su potencial para lograr el bien. En el Antiguo Testamento leemos sobre el pacto esencial que hizo Dios con Sus hijos. Se expresa de muchas maneras, como en el siguiente versículo de Levítico: “Si anduviereis en mis decretos y guardareis mis mandamientos, y los pusiereis por obra. .. andaré entre vosotros, y yo seré vuestro Dios, y vosotros seréis mi pueblo”.
Más adelante, en el Evangelio según Juan, Jesús promete a sus seguidores el Consolador divino: “Yo rogaré al Padre, y os dará otro Consolador, para que esté con vosotros para siempre”. Y Juan nos habla de la seguridad que nos brinda Dios que da sustancia y realidad a la esperanza de salvación del cristiano: “Esta es la promesa que él nos hizo, la vida eterna”.
Estos son compromisos espirituales radicales y profundos. El aceptar sus implicaciones altera el curso mismo de nuestra vida. Desde el punto de vista de esa seguridad espiritual, vemos que no podemos seguir entregando nuestra vida a ningún espíritu de mezquindad, trivialidad, superficialidad o egoísmo. Descubrimos que la vida se tiene que vivir ampliamente, sirviendo a Dios, en obediencia a Sus leyes, para el bienestar de toda la humanidad.
Aprendemos en la Ciencia Cristiana sobre los lazos indestructibles de unidad que existen entre Dios y el hombre, el Amor infinito y Su expresión. Esta es la realidad fundamental de nuestra vida que podemos empezar a entender mediante la oración y el sentido espiritual. La verdad es que jamás vivimos fuera de la presencia de Dios, la inteligencia de la Mente divina, el abrazo del Amor. Y a medida que hacemos lugar en nuestro corazón para esta realidad espiritual, se evidencia más plenamente su promesa de libertad y más vacía se torna la suposición falsa de que nuestra vida está ineludiblemente unida a la mortalidad y al materialismo.
Para el Científico Cristiano tiene un significado muy especial el hecho de que el último artículo de fe de la Ciencia Cristiana, que se encuentra en Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras por Mary Baker Eddy, incluya una promesa de parte de cada adherente: “Y solemnemente prometemos velar, y orar porque haya en nosotros aquella Mente que hubo también en Cristo Jesús; hacer con los demás lo que quisiéramos que ellos hicieren con nosotros; y ser misericordiosos, justos y puros”.
Cuanto más aceptemos de buena gana la exigencia de “andar” en el camino de Dios, tanto más comprenderemos la absoluta actualidad de Su pacto. El es nuestro Dios y nuestra Mente; El está con nosotros. Nunca podremos estar verdaderamente sin el cuidado de Dios, Su consuelo y Su eterno poder vitalizante.
Cuando veamos lo que significa que se cumplan las promesas de Dios, mantendremos mejor nuestras promesas. No haremos promesas ligeramente, ni las abandonaremos cuando surja la primera circunstancia adversa. Las virtudes de hacer compromiso, de asumir las obligaciones, la lealtad, la responsabilidad y la fidelidad, no son cargas. Son fuentes de poder.
