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Promesas que se cumplen

Del número de septiembre de 1992 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Nuestra Vida Es afectada e influida por toda clase de promesas. Algunas son explícitas o hasta formales; otras están más o menos implícitas en las circunstancias dadas o de acuerdo con la ocasión. Por ejemplo, en un casamiento dos personas se prometen amarse, honrarse y valorarse. O al tener hijos que criar, existe un compromiso implícito, pero absolutamente fundamental desde el comienzo mismo, de brindarles el mejor cuidado posible del que se es capaz.

Hay muchas otras clases de promesas. La gente promete lealtad a su país; los trabajadores hacen promesas a sus empleadores. A su vez, el gobierno o los empresarios asumen ciertas obligaciones para con las personas en sus respectivas esferas de responsabilidad. Y ¿acaso no nos prometemos cosas a nosotros mismos: controlar nuestra ira, tal vez; terminar algún proyecto que hemos iniciado; prestar más atención a las necesidades de los demás; considerar el efecto de nuestras acciones y de nuestro consumo sobre el ambiente natural que nos rodea, y así por el estilo?

Pensemos en lo que significaría para nuestra vida, para la fibra misma de la sociedad, si las promesas ya no tuvieran ningún valor real, si se rompieran fácilmente o se violaran con descuido. Muchos pueden argumentar que en realidad éste ya es un problema serio. Los índices de divorcios son altos. Hay niños abandonados y descuidados. Se cometan abusos en el ambiente con el fin de obtener ganancias personales; otros doscientos cincuenta acres de selva tropical han sido destruidos en el tiempo que lleva leer este editorial.

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