Durante Muchos Años quise saber cómo se realizaban las curaciones que se encuentran en la Biblia. Me preguntaba si pertenecían a una época ya pasada o si eran hechos que ocurrieron o podían ocurrir, misteriosamente.
Cuando conocí la Ciencia Cristiana
Christian Science (crischan sáiens), pensé que tal vez podría saber algo acerca de este asunto que tanto me interesaba. En esa época, yo estaba viviendo una situación familiar muy infeliz, y me sentía muy frustrada e insatisfecha.
Concurrí a una filial de la Iglesia de Cristo, Científico, donde escuché muchos relatos de curaciones que la gente compartía, y en los que contaban sobre el poder de Dios. Estudié la Biblia y los escritos de la Sra. Eddy, de una manera más o menos regular, pidiendo a Dios que me ayudara. Pero el tiempo pasaba y las esperadas curaciones personales nunca ocurrían. Parecía que nada había mejorado; de hecho, hasta podía decir que las cosas habían empeorado. Me pregunté qué pasaba conmigo. ¿Pudiera ser que Dios no me escuchara o, tal vez, que yo no merecía recibir ayuda? ¿O podría ser que la curación sólo fuera para algunos elegidos? También me pregunté si acaso la curación cristiana no sería mágica, algo que a veces ocurría milagrosamente. Tal vez era un favor especial que algún dios sobrenatural y arbitrario concedía o negaba.
Una tarde, mientras caminaba por el parque con mi nieta de cinco años, ella me preguntó cuántos kilómetros había desde donde nos encontrábamos hasta el portón de entrada. Le respondí que estaba muy cerca, sólo unos quince metros. Ella pensó un momento y preguntó: “Y si voy corriendo, ¿cuántos metros hay?” Esa pregunta me hizo pensar acerca de lo que me estaba ocurriendo a mí. Tal vez, quería correr, por así decirlo, esperando que un hecho sobrenatural acortara la aparente distancia que tenía que recorrer para mejorar, o disminuyera mis obligaciones. Tal vez, yo quería correr para eludir mis equivocaciones, esperando que ocurriera un milagro y que todo cambiaría de acuerdo con mi manera de ver las cosas, pero sin que yo hiciera ni cambiara en realidad nada. Sin embargo, me di cuenta de que era necesario que comprendiera a Dios y que el hombre es Su hijo, y que esto traería realmente un cambio en mi vida.
Fue así como comencé a estudiar la Ciencia Cristiana — a estudiar, no simplemente leer — las Lecciones Bíblicas que aparecen en el Cuaderno Trimestral de la Ciencia Cristiana. Poco a poco, comencé a ver que Dios no es de ninguna manera sobrenatural, sino todo lo contrario. El es totalmente natural y conocible. El es verdaderamente bueno, y es el Principio divino que no cambia, que no es irracional ni caprichoso. Aún más, ahora comprendo que Dios es la Verdad misma.
El poder infinito de Dios, o la Verdad, está establecido y es el origen de la sustancia perfecta e indestructible de toda identidad real. La Verdad es la fuente verdadera de toda existencia genuina. La Verdad está en acción constantemente porque Dios es omniacción. Por lo tanto, no necesitamos forzar a la Verdad, o Dios, para que actúe. No necesitamos “ayudar” a la Verdad para que su acción se acelere o se vuelva más lenta o para que actúe de una manera sobrenatural. La creación de Dios ya es completa, buena, es suficiente y está disponible. Un milagro — el apartarse del orden espiritual y natural — no es necesario.
Busqué la palabra milagro en un diccionario y la describe como “un hecho sobrenatural que ocurre por medio del poder divino”. Pero al saber que el poder divino es el poder maravillosamente natural de Dios, la manifestación normal y estable de la ley de la Verdad, comprendí que este poder natural es una realidad que debemos utilizar en todo momento. La manifestación de todo lo que es bueno no es anormal, sobrenatural, secreta ni misteriosa. Ni tampoco la debemos ver como algo esporádico o casual. Más bien indica la realidad espiritual e invariable. Mary Baker Eddy, la Descubridora y Fundadora de la Ciencia Cristiana, lo explica de la siguiente manera en Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras: “Los milagros son imposibles en la Ciencia, y en esto la Ciencia está en desacuerdo con las religiones populares. La manifestación científica del poder proviene de la naturaleza divina y no es sobrenatural, ya que la Ciencia es una explicación de la naturaleza”.
Nuestro Maestro, Cristo Jesús, utilizó este poder de la ley divinamente natural cuando sanó al enfermo, alimentó a la multitud y calmó la tormenta. Estaba demostrando de maneras prácticas la realidad espiritual de la vida. Podemos comenzar a seguir su ejemplo, aunque sea de manera modesta. Como él dijo: “El que en mí cree, las obras que yo hago, él las hará también”.
Mediante el estudio de la Ciencia Cristiana llegamos a comprender que hay un solo Dios, que es Espíritu infinito y Verdad. También comenzamos a comprender que dado que Dios es infinito, las condiciones materiales y físicas no son las realidades concretas que parecen ser. Por esa razón el malestar y la enfermedad se pueden sanar mediante la oración.
Todo lo que vemos y sentimos a través de los sentidos corporales no nos dice lo que es espiritualmente cierto acerca de la creación. Por lo tanto, cuando se vencen las imágenes del pecado o enfermedad mediante la oración y la regeneración, se evidencia un punto de vista más claro acerca de la vida perfecta del hombre en el Espíritu; entonces, el pecado y la enfermedad ceden y dan lugar a la armonía. La curación se produce porque se cambia un sentido material y limitado por un sentido verdadero de la unidad del hombre con Dios. Es la ley de Dios en acción lo que devuelve la normalidad.
En mi propia experiencia, comprendí que tenía que estar más familiarizada con las enseñanzas de la Ciencia Cristiana y deshacerme del error. Me di cuenta de que sería imposible lograr estabilidad y armonía si no me dedicaba a espiritualizar el pensamiento, y ponerlo totalmente de acuerdo con la verdad y el amor de Dios. Mantuve en mi pensamiento una oración que escribió la Sra. Eddy en Ciencia y Salud, al referirse a la necesidad de luchar por comprender los hechos del ser. Ella dice: “Esa lucha consiste en el esfuerzo por abandonar el error de toda índole y de no poseer otra consciencia que el bien”.
Mantuve firmemente en el pensamiento que la ley más elevada de Dios verdaderamente gobierna todo, y perseveré en oponerme a la creencia de que las personalidades, situaciones, o leyes de la materia pudieran hacer algo por mí, ya sea bueno o malo. Insistí en hacer una vigilancia mental respecto a mis propósitos y aspiraciones, mejorando de esa forma el concepto que yo tenía acerca de las personas que me rodeaban. El bien no se alcanza sobre una base permanente de la noche a la mañana. Si bien las curaciones mediante la oración a menudo se producen con mucha rapidez, el progreso espiritual exige continua oración, estudio y vivir de acuerdo con la ley divina. Y, a veces, una curación en particular, requiere mucho trabajo hasta que el desafío que estamos enfrentando se supera mediante el poder de la Verdad.
Finalmente, la desarmonía que había en mi vida desapareció. Comencé a sentir la alegría de vivir y de compartir muchas cosas con mi familia y amigos. Ellos me expresaban afecto como nunca antes lo habían hecho. Me sentía realizada, en paz, regocijándome con las realidades de la Verdad y el Amor.
Los desafíos que se puedan presentar nunca podrán superar nuestra habilidad para enfrentarlos, porque verdaderamente somos ni más ni menos que el completo reflejo de Dios. Al comprender esto, veremos que somos capaces de salir triunfantes en cada ocasión. Cada desafío es una oportunidad nueva y brillante de progresar en nuestra comprensión de Dios y el hombre. En esta comprensión no hay misterio, no hay fuerzas sobrenaturales, sino que discernimos la ley de la Verdad, que transforma y purifica el pensamiento, sanando de la manera más natural posible.
