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Lazos familiares que unen y sanan

Del número de septiembre de 1992 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Hace Poco Escuche el comentario de un psiquiatra que dijo que la mayoría de la gente tiene problemas familiares. Aunque encontré esta declaración un tanto general, estoy de acuerdo en que se pueden generar decepciones en las relaciones familiares y, en ciertos casos, hasta arraigados enojos y sentimientos heridos. Pero, a pesar de todo, hay muchas personas que podrían dar testimonio de un afecto profundo y relaciones que traen bendiciones maravillosas dentro del círculo familiar.

¿Cómo podríamos lograr que nuestras más caras esperanzas acerca de la familia pasen a ser una realidad práctica?

Cuando los familiares ponen el amor a Dios como el centro de sus afectos, sus relaciones asumen un carácter sanador. Expresan la armonía que resulta de ceder al gobierno de Dios y de reconocer que El es nuestro creador, nuestro Padre-Madre. Cuando llegamos a reconocer el patrimonio común que tenemos por ser el linaje espiritual de un solo Padre-Madre divino, que es el Espíritu y el Amor, podemos comenzar a sentirnos unidos espiritualmente, los unos con los otros, con un lazo que trasciende el sentido frágil y materialista de los lazos familiares.

El amor humano a veces puede ser variable, manipulador, posesivo, egoísta. Pero el amor que procede del Amor divino no incluye nada de esto. Cuando dejamos que el Amor divino dirija nuestro corazón, podemos sanar rencores y resentimientos — y aun odio abiertamente expresado — arraigados durante años.

El libro de texto de la Ciencia Cristiana, Ciencia y Salud por la Sra. Eddy, muestra la diferencia que hay entre el concepto verdadero y espiritual acerca del hombre, y el concepto falso y mortal con sus debilidades: “Los inmortales, o hijos de Dios en la Ciencia divina, forman una sola familia armoniosa; pero los mortales, o ‘hijos de los hombres’ en el sentido material, son discordantes y a menudo falsos hermanos”. El hecho es que en la Ciencia — o sea, en la realidad espiritual — no somos “hijos de los hombres”, sino del Espíritu, Dios.

En el reino de lo absoluto, hay una sola familia, y esta familia única está compuesta de Dios como Padre-Madre y del hombre como Su idea espiritual. La familia humana puede, y debiera, expresar cada vez en mayor medida la fortaleza, armonía, amor, integridad, libertad y demás cualidades que caracterizan a la familia espiritual de Dios.

En realidad, nuestro Padre-Madre divino es el Principio o Mente que todo lo incluye, y en quien todas las ideas — todas las identidades — actúan en perfecta armonía espiritual. Por cuanto cada idea es gobernada por el Principio, está siempre en perfecto acuerdo con todas las otras ideas creadas por Dios.

Estas verdades espirituales no son una teoría abstracta. Cuando comenzamos a comprenderlas y a vivirlas fielmente en nuestra experiencia diaria, ellas pasan a ser una fuerza tangible y práctica para el bien en nuestra vida familiar.

Esto se comprobó en la experiencia sanadora de una familia que conozco. Esta familia había sido siempre muy unida, de manera que fue un choque bastante grande cuando el esposo se involucró con una amiga de la familia. Cuando la esposa se dio cuenta y lo enfrentó, el esposo reaccionó con furia y se mudó a otra ciudad. La esposa comenzó a orar sobre la situación y pidió a sus hijos adultos que la apoyaran con la oración.

Aunque al principio hubo momentos en que lo único que esta señora podía sentir era ira y resentimiento, pronto comenzó a reemplazar este sentimiento con perdón y compasión hacia su esposo y su amiga. Este cambio se fue operando a medida que oraba para comprender la inocencia y pureza con que Dios ha dotado al hombre. Pudo desechar la tendencia infructuosa de condenarlos, y de condenarse a sí misma, reconociendo que el verdadero culpable era el pecado mismo, el mal impersonal, el cual no forma parte del ser verdadero de nadie. Se tiene que condenar el pecado, y el pecador tiene que apartarse de lo que no es correcto mediante el arrepentimiento y la regeneración.

La base del pecado es la creencia errónea de que el hombre es producto de la carne, que vive en un cuerpo material con una mente mortal y una voluntad aparte de la Mente divina, Dios. Esta otra supuesta mente — que el Apóstol Pablo denomina “los designios de la carne”— arguye a favor del pecado y engendra infidelidad, traición, ira y venganza. Esta falsa mentalidad no tiene poder genuino, pero insiste en que es nuestra mente, el origen de nuestros pensamientos. Podemos desechar esta mente cuando humildemente cedemos a la Mente divina y nos disponemos a obedecer las leyes de Dios. Entonces sentimos el poder del Cristo, la idea de Dios, espiritual y salvadora. Y experimentamos la influencia purificadora y sanadora del Amor.

Esta esposa, junto con sus hijos, llegaron a hacer una clara distinción entre el pecado y las personas involucradas. Su devota oración los llevó a sentir la presencia sanadora del Cristo en sus corazones. La Ciencia Cristiana los capacitó para convertir esta dura prueba en una oportunidad de progreso espiritual para ellos mismos. ¡Y por cierto que progresaron!

Sintieron más compasión en sus corazones y pudieron percibir en mayor medida la verdad subyacente de que el hombre es el reflejo puro y perfecto del Espíritu. Los persistentes sentimientos de ira y rencor fueron completamente erradicados mediante esta comprensión. Obtuvieron una percepción mucho más clara del esposo y su amiga. Vieron que por cuanto el pecado no forma parte del Amor divino — el Principio perfecto — la infidelidad, la lujuria y la traición del esposo y de la amiga no formaban parte de su identidad verdadera y espiritual.

Se fortalecieron y progresaron en su convicción de que en la verdad absoluta todos ellos — el esposo, la amiga y ellos mismos — estaban relacionados los unos con los otros en perfecta armonía. Todos pertenecían al mismo Padre-Madre Dios, y estaban espiritualmente gobernados por la misma, justa y afectuosa Mente divina. Como ideas espirituales sujetas al gobierno del Amor que lo abarca todo, ellos nunca se habían traicionado u ofendido los unos a los otros. A pesar de que las evidencias testificaban lo contrario, vieron que como linaje de Dios, ellos seguían siendo hermanos espirituales de un Padre-Madre único: inocentes, inofensivos y libres de daño.

Después de unos pocos meses de abandonar a su esposa, el esposo comenzó un importante proceso de regeneración espiritual. Mediante sus propias oraciones y las de un practicista de la Ciencia Cristiana, este hombre comenzó a descubrir más de lo que era su verdadera identidad como hijo inocente y bienamado de Dios.

Poco después de un año de separación, este matrimonio se juntó nuevamente, y han permanecido unidos. Esto ocurrió hace varios años.

Esta experiencia mostró a los involucrados que cuando se hacen esfuerzos genuinos para consolidar las relaciones familiares sobre una base espiritual, los lazos se afianzan y enriquecen, y estamos mejor preparados para enfrentar las luchas más grandes.

Cuando Cristo Jesús dijo que “en la resurrección ni se casarán ni se darán en casamiento”, ¿no estaría refiriéndose a un sentido más elevado, más espiritual de familia? El hizo esto mismo al decir que su madre y sus hermanos eran aquellos que “oyen la palabra de Dios, y la hacen”. Jesús enseñó y demostró la idea espiritual de la familia del Amor divino.

Miles sintieron el poder de su amor abnegado. Jesús circundó con su visión espiritual y perdón a aquellos que habían pecado o habían sido rechazados por el prejuicio y el temor de la sociedad. Hizo que los demás percibieran el valor espiritual que poseían.

La compasión por el sufrimiento ajeno, el respeto y el aprecio por el buen trabajo que otros hacen, la generosidad abnegada, el perdón, son algunos de los efectos resultantes de comprender los lazos espirituales que nos unen bajo un solo Padre-Madre, Dios.

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