Skip to main content Skip to search Skip to header Skip to footer

La juventud en los años 90

Siempre hay una salida

Del número de septiembre de 1992 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Cuando Era Estudiante de primer año en la escuela secundaria, fui con mi mejor amiga, Lori, y sus padres, a un lago. Al segundo día, me di cuenta, como nunca antes, que el poder de Dios está siempre presente, cualesquiera sean las circunstancias.

Salimos en una lancha a motor, y mientras Lori esquiaba en el agua yo iba segura sentada en la proa, disfrutando del viento y las gotas que me salpicaban. Súbitamente la lancha chocó con una masa de troncos sumergidos. El impacto me arrojó al agua por encima de la proa, y la lancha quedó sobre mí. Al principio estaba confundida por lo que había ocurrido, y después me di cuenta de que la lancha estaba atascada encima de mí y me encontraba atrapada debajo del agua.

El primer pensamiento que me vino fue que Dios estaba conmigo. Sabía que podía confiar en Dios y en Su poder. Esa respuesta fue natural e instintiva porque había tenido muchas pruebas en mi vida de que la oración brinda pronta ayuda y curación.

No obstante, ¡en realidad no había nada que me llevara a la conclusión de que iba a salir de debajo de la lancha! Lo intenté, pero cada vez que lo hacía, el motor movía la lancha más firmemente encima de mí. Empecé a asustarme porque no podía respirar y estaba tragando mucha agua.

Recuerdo claramente que en ese momento tuve la convicción de que el cuadro de una muchacha ahogándose no tenía nada que ver conmigo. Desde que podía recordar, había aprendido en casa y en mis clases de la Escuela Dominical que en realidad soy la hija espiritual de Dios, y que Dios está siempre presente y es mi Vida misma.

Tuve la certeza de ese hecho. En esa situación aparentemente peligrosa, supe que nunca podría ser arrojada fuera de mi lugar seguro en el reino de Dios. Donde Dios gobierna — que es en todas partes — no hay accidentes. La Biblia dice: “Porque en él vivimos, y nos movemos, y somos”. Poco a poco comencé a sentir con mayor intensidad el amor y el gobierno de Dios, y esta comprensión venció el temor. Estaba segura de que Dios estaba presente y de que yo nunca podía estar separada de mi Padre-Madre Dios.

Se necesitan muchas palabras para contar esto, pero el estar consciente del cuidado de Dios no tomó tiempo, ni oraciones ni párrafos. En sólo unos pocos segundos percibí esas inspiradas ideas, aunque seguramente permanecí más tiempo bajo el agua. De pronto el padre de Lori estuvo junto a mí empujándome para sacarme de debajo de la lancha. Se había recobrado del impacto, y al darse cuenta de que yo no me encontraba en la lancha, había apagado el motor y se había zambullido para buscarme. Excepto por unos pocos rasguños que sanaron rápidamente, me encontraba bien y no necesité tiempo para “recuperarme”. Tampoco nadie se había lastimado en la lancha.

Desde pequeña había aprendido en la Escuela Dominical de la Ciencia Cristiana el cuidado que Dios tiene por Sus hijos. Las historias de la Biblia acerca de Noé y el diluvio, Daniel en el foso de los leones, y los relatos de cómo Cristo Jesús sanaba a la gente, enseñaban que el poder de Dios está siempre presente para salvarnos. Siempre me habían agradado esas historias. Y me gustaba escuchar a mis amigos de la Escuela Dominical relatar cómo Dios los había protegido, los había sanado o cuidado en diferentes situaciones.

Yo también había compartido con ellos algunas curaciones que había tenido. El año anterior al accidente de la lancha, casi sin darme cuenta, había empezado a confiar cada vez más en Dios. Se estaba volviendo natural para mi esperar que el poder de Dios estuviera presente en mis actividades diarias. Y, lo más importante, había empezado a comprender porqué. Estaba reconociendo la totalidad de Dios, el Espíritu, en mayor grado, y comprendía que yo era la propia idea de Dios, y que estaba bajo Su gobierno. El concepto de que pudiese haber un poder opuesto o una influencia que pudiera sobrepasarlo, no me parecía verdadero.

Pero después de esta experiencia de la lancha, la Ciencia Cristiana significó todavía más para mí, y me da ánimo descubrir que se la puede aplicar a los diversos desafíos que uno enfrenta. Ciencia y Salud por la Sra. Eddy, está llena de declaraciones como ésta: “Los accidentes son desconocidos para Dios, o Mente inmortal, y tenemos que abandonar la base mortal de la creencia y unirnos con la Mente única, a fin de cambiar la noción de la casualidad por el concepto correcto de la infalible dirección de Dios y así sacar a luz la armonía.

“Bajo la divina Providencia no puede haber accidentes, puesto que no hay lugar para la imperfección en la perfección”.

Algunas veces, cuando me siento tentada a temer y a pensar que una situación no tiene salida, recuerdo lo que sucedió ese fin de semana y cuán segura estuve de que Dios está siempre conmigo. Sentirse a salvo y feliz no es una cuestión de suerte. Dios siempre está gobernando, y podemos probar que es imposible que puedan separarnos de nuestro Padre-Madre Dios.

Estoy seguro de que ni la muerte,
ni la vida, ni ángeles,
ni principados, ni potestades,
ni lo presente, ni lo por venir,
ni lo alto, ni lo profundo,
ni ninguna otra cosa creada
nos podrá separar del amor de Dios,
que es en Cristo Jesús Señor nuestro.

Romanos 8:38, 39

Para explorar más contenido similar a este, lo invitamos a registrarse para recibir notificaciones semanales del Heraldo. Recibirá artículos, grabaciones de audio y anuncios directamente por WhatsApp o correo electrónico. 

Registrarse

Más en este número / septiembre de 1992

La misión del Heraldo

 “... para proclamar la actividad y disponibilidad universales de la Verdad...”

                                                                                                          Mary Baker Eddy

Saber más acerca del Heraldo y su misión.