Al Considerar La gran cantidad de población que hay en el mundo, podría ser fácil llegar a la conclusión de que individualmente podemos contribuir poco al progreso del mundo. Por ejemplo, la mayoría de las decisiones políticas importantes, aunque no se hagan lejos del lugar donde vivimos, pueden parecer muy alejadas de nuestra vida diaria. E incluso si vivimos y votamos en un país democrático y tal vez seamos miembros activos de un partido político, una organización de beneficencia o de una asociación dedicada al servicio de la comunidad, nuestra capacidad para afectar al mundo de una manera positiva puede parecer limitada.
Pero la Ciencia Cristiana nos ayuda a ver que todos podemos recurrir al poder infinito de Dios, el bien, mediante la oración. Al armonizar nuestro pensamiento con ese poder, podemos contribuir de manera práctica al bienestar de nuestros conciudadanos. Tal vez no todos asistan a conferencias internacionales, ocupen un lugar en parlamentos o congresos, o tomen decisiones multibillonarias. No obstante, cada persona, en virtud de la relación que tiene el hombre con su creador, tiene acceso a la omnipotencia de Dios y así puede tener un impacto directo en el progreso del mundo.
¿Cómo llevar esto a la práctica? ¿Cómo podemos mejorar al mundo elevando nuestro pensamiento? Empezamos a ver la respuesta al ver al mundo desde un punto de vista distinto: al reconocer que fundamentalmente lo que vemos es en realidad la exteriorización del pensamiento humano. Todo lo que constituye la tierra, desde el panorama más hermoso a las fuerzas más destructivas, es, en cierto sentido, un concepto mental. Como la Sra. Eddy escribe en Ciencia y Salud: “El universo físico expresa los pensamientos conscientes e inconscientes de los mortales”.Ciencia y Salud, pág. 484.
Pero si el mundo cambia en relación con los estados de pensamiento, ¿acaso no hay una realidad invariable?
Debido a que Dios, el bien, es Espíritu infinito, como enseña la Biblia, Su universo, incluso el hombre, tiene que ser espiritual. Entonces, si consideramos que Dios es el único creador genuino, tenemos que llegar a la conclusión de que aun cuando el universo parece ser materia tangible, su naturaleza y sustancia verdaderas, más allá de lo que los sentidos físicos perciben, tiene que ser justamente lo opuesto. El universo de Dios tiene que consistir realmente de un número interminable de ideas espirituales que expresan al creador infinitamente bueno, el Amor divino.
Por supuesto, este concepto de la creación puede parecer abstracto. Pero a medida que nos familiarizamos más con él, mediante la oración y la purificación de nuestro pensamiento, vemos que de ninguna manera disminuye nuestra sustantividad o la de nuestro mundo. Más bien, empezamos a captar la realidad eterna de todo lo que es bueno, y la autodestrucción del materialismo y su inherente discordia.
¿Cuáles son algunos de los falsos elementos de pensamiento que nos impedirían que vislumbráramos más de la creación perfecta y espiritual de Dios? Ciertamente la desesperación tendría el efecto de no dejarnos ver el bien. El cinismo, también, quisiera desalentarnos a estar despiertos espiritualmente. Tal manera de pensar simula ser la percepción que Dios nos da.
La oración eficaz en bien del mundo requiere que seamos receptivos a lo que Dios, la única Mente verdadera, nos está diciendo acerca de Su creación. Esto no implica que pasemos por alto o disculpemos el mal. Por el contrario, tal oración ayuda a poner en evidencia aquello que es necesario sanar. Exige que encaremos los puntos de vista materiales y pecaminosos acerca de la existencia. Exige que los enfrentemos con la verdad de la infinita bondad de Dios que se expresa en el hombre, Su imagen; la verdad de Dios gobierna perfectamente todo lo que es real.
Al orar para vencer la enfermedad mediante la Ciencia Cristiana, es esencial ver que la dificultad no está realmente en determinada parte del cuerpo, aunque parezca ser así, sino en un concepto mental erróneo. De igual manera, el admitir que el conflicto es una realidad objetiva, creada por Dios, “allá fuera” virtualmente nos impide sanar el problema. Pero una vez que vemos que el problema está en el pensamiento humano ya sea que estemos sanando un cuerpo enfermo o una economía enferma, podemos ayudar a resolverlo al mejorar nuestro propio pensamiento. Ciertamente esto incluiría aclarar nuestro punto de vista en cuanto a lo que el hombre realmente es por ser la semejanza del Divino, y del gobierno que Dios tiene del universo, según se aplique a la situación en particular.
¿Dónde podrían existir los falsos puntos de vista acerca del mundo, sino en el pensamiento? ¿Qué da origen a las guerras? ¿Acaso no son elementos como la avaricia, el temor, la intolerancia, la desconfianza? ¿Acaso Dios, la Mente perfecta única, está realmente permitiendo que Su universo esté en tan horrible estado? ¿Hizo que el hombre fuera menos que Su imagen? ¿O es la discordia, un punto de vista erróneo acerca del hombre, capaz de afectarnos a nosotros y a otros sólo en la medida que aceptamos que tal punto de vista es válido?
Incluso los problemas más ingobernables del mundo son fundamentalmente de naturaleza mental, no condiciones físicas permanentes. Y su curación empieza por nosotros mismos. Por ejemplo, si estamos orando profundamente para ver la integridad innata del hombre por ser el hijo de Dios, en relación con la comercialización de acciones en una bolsa de valores en particular donde la información confidencial es muy importante, uno de los resultados de esa oración será el deseo de ser más honestos nosotros mismos. Por cierto, si deseamos sinceramente ayudar a desarraigar prácticas inescrupulosas, examinaremos nuestra propia conciencia, para eliminar la más mínima insinuación de la creencia de que el hombre no es la expresión de la Verdad divina.
Pero alguien podría preguntar: ¿cómo es que mi manera de pensar puede afectar una dificultad política que está ocurriendo al otro lado del mundo? Esta pregunta podría dejarnos perplejos si aceptáramos la convicción general de que el mundo es una entidad fija, objetiva y física. Pero cuando empezamos a ver que el mundo físico es un conjunto de pensamientos mortales, podemos también ver por qué podemos mejorar la situación en cualquier momento dado purificando nuestra manera de pensar y confiando en el poder de la oración.
Percibí que podía ayudar de esta manera cuando nuestro Parlamento nacional en Canadá se estaba preparando para considerar un proyecto de ley que reinstituiría la pena de muerte. Para mí y para muchos otros esto parecía un paso regresivo. Pero las encuestas que se hicieron respecto a las intenciones de los votantes miembros del Parlamento, mostraron que quienes apoyaban el proyecto de ley evidentemente eran más que los que se oponían. En este proyecto de ley en particular, la votación iba a ser de acuerdo con la conciencia y no con la ideología del partido.
A medida que se acercaba el día de la votación, resolví hacer lo mejor que pudiera para contribuir con el progreso del país, cualquiera que fuera el resultado de la votación, negando la supuesta autoridad de la muerte en mi propia experiencia. No sólo oré para refutar a la muerte en su obvia forma física como algo contrario a Dios, la Vida divina, sino que también trabajé para refutarla en las innumerables formas en que se insinuaría en mi pensamiento a través de la frustración, el desengaño, la impaciencia, la fatiga, el temor y así por el estilo.
Cuando se hizo la votación pocas semanas después, fue en contra de la reinstitución de la pena de muerte, contrariamente a las predicciones de los analistas políticos. Sin tomar en cuenta el resultado, sentí que definitivamente yo había contribuido espiritualmente mediante mi oración.
En un sentido profundo, la oración eficaz en bien del mundo, en realidad, consiste en la autoenmienda. Entraña el descubrir y eliminar, mediante la comunión con nuestro creador, los elementos perversos y reemplazarlos con cualidades divinas en nuestra manera de pensar y en nuestro diario vivir.
¿Podría haber un mejor ejemplo de vivir nuestras oraciones en bien del mundo que el de Cristo Jesús? El no sólo oró: “Hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra”; Mateo 6:10. él también vivió esta humilde oración de manera tan completa que demostró la falta de poder del materialismo y del pecado en el mundo. Por cierto, vio con tanta claridad la nada del pensamiento mundano, que pudo asegurar a sus discípulos: “Confiad, yo he vencido al mundo”. Juan 16:33. Y con su resurrección y ascensión, esto es precisamente lo que demostró.
Por lo tanto, la oración en bien del mundo no consiste en tratar de hacer que Dios intervenga en bien del mundo, sino en estar dispuesto a dejar que Dios nos muestre un nuevo aspecto de Su creación espiritual. Esto significa que si nuestro concepto del mundo incluye desesperanza, desaliento y sufrimiento, no depende de Dios mejorar lo que El ya ha hecho (lo cual según las Escrituras, ya es “bueno en gran manera”). Gén. 1:31. Más bien, depende de nosotros cultivar un punto de vista más espiritual acerca del mundo que está bajo la jurisdicción de Dios para discernir más de la única realidad espiritual. Esta espiritualización del pensamiento contribuirá inevitablemente a la curación de dificultades en todas partes.
El salmista cantó: “De Jehová es la tierra y su plenitud; el mundo, y los que en él habitan”. Salmo 24:1. Al orar acerca de los problemas mundiales, con tranquila receptividad a la Mente divina única, podemos confiar en que Dios nos mostrará lo que debemos ver de Su creación verdadera. Y podemos estar seguros de que el pensamiento que mantiene con confianza esta visión de la realidad, bendecirá toda situación a la que se dirija.