Todo Padre O madre de familia, sabe lo necesario que es liberarse del horrible temor que trata de apoderarse de nosotros cuando algo les pasa a nuestros hijos.
Cuando nuestro hijo Tomás tenía doce años se lastimó mientras participaba en un deporte acuático cuando estaba de visita en la casa de unos amigos. Mientras el padre del amigo de nuestro hijo se preparaba para llevar a nuestro hijo a la sala de emergencia del hospital más cercano para que lo atendieran, nuestro hijo insistió en que lo llevaran a su casa. Insistió tanto que finalmente accedieron a detenerse en mi oficina, camino al hospital, para informarme de lo ocurrido.
Mientras yo caminaba hacia el automóvil para ver a nuestro hijo, me sentí en calma a pesar de la urgencia de nuestro amigo de que fuéramos de inmediato a la sala de emergencia. Yo iba pensando en dos declaraciones de la Sra. Eddy que aparecen en Ciencia y Salud: “Los accidentes son desconocidos para Dios, o Mente inmortal,” y “Comenzad siempre vuestro tratamiento apaciguando el temor de los pacientes”. También estas palabras de Isaías fueron consoladoras: “No temas, porque yo estoy contigo; no desmayes, porque yo soy tu Dios”.
Cuando nuestro hijo me vio, noté que sus temores se calmaron en gran medida. El sabía que yo ya estaba orando por él. Le agradecí a mi amigo su ayuda y le aseguré que nosotros llevaríamos a Tomás a casa y cuidaríamos de él debidamente.
Al limpiar y vendar las heridas, vimos una herida grande en cada rodilla y lo que parecían ser fragmentos de hueso. Llamamos por teléfono a una practicista de la Ciencia Cristiana para que nos ayudara por medio de la oración. Recurrí a Dios en oración y leí pasajes de la Biblia y de Ciencia y Salud para sanar mis temores.
Nuestros amigos vinieron a casa más tarde, y el padre estaba muy preocupado porque no habíamos llevado a nuestro hijo a un médico. Le explicamos que estábamos orando por Tomás y que habíamos pedido tratamiento de la Ciencia Cristiana a una practicista. Le explicamos que los practicistas son Científicos Cristianos experimentados que se dedican todo el tiempo a la práctica pública de la curación mediante la Ciencia Cristiana.
Al día siguiente era evidente que nuestro amigo se estaba condenando a sí mismo por no haber llevado al niño directamente al hospital y todavía expresaba temor por el bienestar de nuestro hijo. Sentí afecto por este hombre por el interés y excelente cuidado que le había prodigado a nuestro hijo después de que se lastimó. Yo sabía que la condenación de sí mismo y el temor no eran poderes que pudieran interferir en la curación que nuestra familia esperaba. Habíamos tenido muchas pruebas de la eficacia de la oración en curaciones anteriores. Pero para mí era importante comprender que no tenía que sentirme responsable por hacer que la Ciencia Cristiana “funcionara”. Yo estaba seguro de que Dios sanaría a nuestro hijo sin tener en cuenta lo que otros pudieran estar pensando.
El incidente que le produjo la herida ocurrió un miércoles. Esa noche nuestro hijo insistió en asistir a la reunión vespertina de testimonios en nuestra iglesia. Durante tres días el muchacho no pudo moverse sin ayuda. Al cuarto día empezó a usar muletas y fue a la Escuela Dominical. La semana siguiente dejó de usarlas, y el domingo siguiente por la tarde estaba montando su bicicleta. Poco tiempo después, las heridas habían sanado por completo.
Durante su crecimiento hasta ser adulto, nuestro hijo tomó parte en muchas actividades deportivas que requieren fortaleza y flexibilidad en las piernas. Estas actividades incluían jugar al fútbol americano, levantamiento de pesas, esquí acuático y acuaplano; incluso obtuvo cinturón negro en una de las artes marciales que exige principalmente el uso de las piernas.
Nosotros estábamos, por supuesto, gozosos, y nuestros amigos sumamente aliviados al ver esta curación. Estábamos especialmente agradecidos al ver que nuestro hijo confió completamente en el poder que tiene Dios para sanar.
Yo también tuve una curación importante de evidente envenenamiento de la sangre, tan grave que no podía mover ni los brazos ni las piernas. Temí por mi vida y por el bienestar de mi joven familia. Veinte minutos después de haber llamado a medianoche a una practicista de la Ciencia Cristiana, cesó todo mi temor y recuperé el uso de los brazos y piernas. Dormí el resto de la noche y desperté completamente sano.
Ciertamente mi gratitud es grande por estas curaciones y por todas las curaciones que mi familia y yo hemos tenido al apoyarnos en la Ciencia Cristiana. Entre ellas se encuentran no sólo curaciones físicas, sino aquellas relacionadas con negocios, matrimonio y dificultades financieras. Estoy especialmente agradecido por el crecimiento espiritual que cada curación ha traído.
Redondo Beach, California,
E.U.A.