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El bautismo y la verdadera naturaleza del hombre

Del número de abril de 1994 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


En El Comienzo de cada uno de los cinco primeros libros del Nuevo Testamento se relatan las actividades de Juan el Bautista y el episodio del bautismo de Jesús. La narración indica que cuando Jesús subió del agua, el Espíritu de Dios descendió sobre él y se escuchó una voz de los cielos que decía: “Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia”. Mateo 3:17. Este acontecimiento inició el ministerio público de Cristo Jesús.

El Espíritu de Dios, o el Espíritu Santo, trajo a la consciencia humana la revelación de la naturaleza verdadera del hombre como linaje de Dios. Cristo Jesús, el hombre ideal purificado en las corrientes de la Verdad, fue lleno del Espíritu Santo, lo cual le confirió la comprensión y el poder de la Ciencia Divina. Durante siglos el mundo había estado agobiado por la creencia de que sobre el hombre pesaba la condena de ser un pecador separado de Dios que merecía sufrir. Ahora surgía una nueva esperanza, realmente más que una esperanza, porque Jesús presentaba la prueba real de que el hombre es espiritual, y que Dios lo ama. Esta nueva evidencia del ser verdadero destruyó la aparente realidad de la enfermedad y el pecado. La comprensión de que el hombre es la semejanza de lo divino reveló el eterno poder de la Verdad que manifiesta en el hombre, salud, bondad y pureza.

Al considerar los sucesos acaecidos junto al rió Jordan, es evidente que Jesús estuvo bien dispuesto a aceptar su identidad genuina como “el unigénito del Padre”. Juan 1:14. Al percibir la verdadera naturaleza de Jesús, Juan se resistió a bautizarlo. Pero Jesús se sometió a este rito y se internó de buen grado en las aguas purificadoras del Espíritu, permitiendo así que la humanidad percibiera su individualidad verdadera como el Hijo de Dios. El Espíritu Santo le otorgó la habilidad de reflejar la plenitud de la autoridad y el poder divinos que se manifestaron cuando sanó enfermos y moribundos.

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