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“Mi vida entera cambió de manera definitiva”

Del número de abril de 1994 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Si Le Pide a alguien que le describa el problema de las drogas y el alcohol, es probable que le describa pandillas violentas, niños drogadictos, y líderes fugitivos del cartel de la droga. Este cuadro estereotipado, si bien revela un serio problema, muestra sólo uno de los aspectos de un tema complejo. El problema de las drogas y el alcohol es mucho más profundo y mucho más sutil de lo que uno podría imaginar.

Existen millones de personas que consumen alcohol y drogas pero que jamás han sido arrestadas; nunca vivieron en una ciudad, ni tampoco pensaron en hacer uso de la violencia en su vida diaria. Esa gente no considera que las drogas y el alcohol los conducen fuera de los límites que imperan en la sociedad, para luego sumergirlos en la desesperación. Para ellos una parte normal de la vida es la creencia de que escapar de la realidad por un tiempo no es sólo deseable sino necesario, y que su única vía de escape es buscar vida y sensación en las cosas materiales.

Yo era una de esas personas. Para mí la felicidad consistía en tomar drogas y así volver a “viajar”, o tener la excitación de algo nuevo, y perder el tiempo sin sentido malgastándolo con los amigos. A decir verdad, esto era lo que las enseñanzas de la sociedad y lo que percibía de la vida me habían hecho creer.

Esta desafortunada manera de ver la vida tuvo su raíz en muchas contingencias y creencias mundanas. Una cruel separación de mis padres, de la que erróneamente me sentí culpable, me hizo creer que yo no era bueno y que no merecía ni necesitaba la ayuda de nadie para vivir mi vida. Si el divorcio era por mi culpa, entonces yo no era una buena persona, ni merecía ser feliz. Si mis padres no me necesitaban y era necesario pelear para determinar quién se quedaría conmigo, entonces yo no los precisaba ni a ellos ni a nadie.

El dolor por la ruptura de mis padres, la soledad de no sentirme comprendido, y la influencia y la presión de la televisión, los diarios y la radio, me habían enseñado que la vida era sufrimiento y que para vencer los efectos del dolor era necesario tener bienes materiales y la continua habilidad de escapar por un tiempo de los propios problemas.

Dentro del contexto de esta “educación”, Dios no significaba absolutamente nada para mí. Me parecía algo insustancial e incapaz de ayudarme a encarar los problemas de mi vida. Dios era para mí algo en lo que rara vez pensaba, y sobre el que nunca hablaba. Dios era para los demás, y el único momento en que El formaba parte de una conversación era cuando se hablaba de algún líder religioso, hipócrita y venido a menos, cuya caída había alimentado los titulares de los diarios.

Lo gracioso era que yo conocía a Dios. De niño había asistido a una Escuela Dominical de la Ciencia Cristiana, y la primera vez que realmente comprendí a Dios tal como se describe en la Ciencia Cristiana, supe instintivamente que era verdad. En la Ciencia Cristiana, Dios se define como: “El gran Yo Soy; el que todo lo sabe, que todo lo ve, que es todo acción, todo sabiduría, todo amor, y que es eterno; Principio; Mente; Alma; Espíritu; Vida; Verdad; Amor; toda sustancia; inteligencia”.Ciencia y Salud, pág. 587.

Estas palabras están escritas en el libro de texto de la Ciencia CristianaChristian Science (crischan sáiens), Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras por Mary Baker Eddy. Tiempo después, cuando comencé a percibir el sentido espiritual de esas palabras, fue como si pulverizaran el falso concepto que yo tenía de Dios como un hombre-rey corpóreo y heroico que perdonaba a su antojo a la gente y forzaba a sus hijos a un doloroso sufrimiento por las faltas o características que él había creado en ellos.

La Sra. Eddy, Descubridora y Fundadora de la Ciencia Cristiana, iluminó el concepto de Dios y Su creación espiritual, llena de perfección y amor; una creación donde cada persona vive en armonía con los demás, y una creación donde el dolor no es la verdad del ser. Esta creación existe, no en algún lejano y etéreo más allá, sino en el viviente y tangible “ahora”. Todo lo que se necesitaba hacer para disfrutar de la ventaja de esta vida en Dios, era obtener un entendimiento correcto de El, un deseo de seguirlo a El en cada cosa que hacemos, y esforzarnos con honestidad para lograr ese propósito.

Comencé a sentirme cada vez más atraído hacia esas ideas. Tenían sentido. Proyectaban luz sobre las preguntas sin respuesta acerca de la existencia que yacían en los recintos oscuros de mi pensamiento. Comencé a cuestionarme con humildad sobre la creencia ampliamente aceptada de que el dolor era una parte real, necesaria e integral de la vida.

Sin embargo, por un tiempo las experiencias diarias y las presiones de la vida parecían casi insoportables. Escuchaba la voz de mi pensamiento que decía: “Deja que los otros se beneficien con un mundo donde el dolor se cuestiona y es vencido a través de un duro esfuerzo y una relación más cercana con Dios”. Yo no podía tomar parte en esto porque había un precepto vital en el que no podía creer o con el que no podía estar de acuerdo. Era esta idea escrita en el libro de texto de la Ciencia Cristiana: “La gran verdad en la Ciencia del ser de que el hombre real fue, es y siempre será perfecto, es incontrovertible; porque si el hombre es la imagen, el reflejo, de Dios, no es ni invertido ni subvertido, sino recto y semejante a Dios”.Ibid., pág. 200.

¿Cómo podía yo ser “recto y semejante a Dios” cuando tenía tantas cualidades horribles y hacía tantas cosas malas? No era posible. Esas ideas sobre Dios, la Vida y el hombre podían ser ciertas para la gente buena, pero no para mí. Yo debía continuar la lucha, vivir con dolor, escapar de la realidad, y creer que la fuente de la felicidad era obtener más y mejores cosas y experiencias excitantes.

De modo que, como tanta otra gente, continué viviendo y trabajando sin tener ninguna conexión consciente con Dios. Busqué la felicidad probando diferentes cosas, teniendo nuevas experiencias excitantes, y tomando nuevas drogas. Hice esto por un tiempo, y puede ser que hubiera seguido viviendo de esta manera por un largo, largo tiempo si yo hubiese sido diferente. Pero cuanto más “viajaba” con las drogas, más largos eran los períodos de vacío y desesperación. Para silenciar el dolor que mencioné al principio, necesitaba más y más drogas, y terminé por darme cuenta de que hiciera lo que hiciera, continuaba allí, rodeándome de la oscuridad eterna de una gran cueva. No tenía a donde acudir.

Fue en aquel momento que un destello de esperanza resplandeció a través de la oscuridad. Si la creación espiritual de Dios se compone de amor, armonía, perfección y bondad, ¿no era eso más deseable que esa vida oscura, estéril y vacía en la que me había envuelto? Todo lo que tenía que hacer era quitarme mis antiguas vestiduras y estar dispuesto a revestirme con las vestiduras nuevas que Dios había preparado y guardado para mí. En otras palabras, aceptar de una vez por todas mi identidad espiritual como hijo de Dios, perfecto, recto y digno. Este parecía ser el único camino a seguir, pero como antes, aquel único precepto aún me obstaculizaba el camino.

La humildad fue la llave que abrió mi prisión. Esto fue lo que sucedió. A través de la oración, percibí que si Dios era verdaderamente omnímodo y me había creado perfecto y bueno, todos estos años en que yo no me había creído bueno, yo había estado ofendiendo a Dios y Lo había llamado mentiroso. Por primera vez en mi vida, me permití abrigar la idea de que yo era el hijo perfecto de Dios, creado para vivir en paz y servirlo a El. Fue en ese momento que mi vida entera cambió de manera definitiva y sané.

Dios quitó mis cadenas y procedió a alimentarme y vestirme con Su bondad, Su verdad y Su amor. El supuesto dolor y la angustia de los años anteriores se desvanecieron en la nada, y mi verdadera identidad como hijo y siervo de Dios salió a la luz. Todo esto sucedió a pesar de mi pasado y de la manera en que el mundo me veía. Mi deseo de tomar drogas desapareció y todos mis hábitos y sueños y las cualidades personales gravitaron hacia una expresión más elevada, la expresión de Dios. Las palabras de Cristo Jesús: “El espíritu es el que da vida; la carne para nada aprovecha”, Juan 6:63. resultaron vitales para mí. Había encontrado la paz.

La mía no es una historia especial. Las pruebas y triunfos de mi vida reflejan de cerca la de muchos otros en la sociedad de hoy. Mi experiencia ilustra el profundo problema de las drogas y el alcohol que existe hoy en el mundo, pero más que nada, espero que mi experiencia haga comprender a otras personas que Dios es una ayuda siempre presente para vencer estos desafíos. Como Jesús ordenó: “Así alumbre vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras, y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos”. Mateo 5:16.

De lo profundo, oh Jehová, a ti clamo. . .
Espere Israel a Jehová,
Porque en Jehová hay misericordia,
y abundante redención con él.

Salmo 130:1, 7

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