Este Es Un testimonio de gratitud por la manera en que Dios nos sostiene, dondequiera que estemos. La siguiente curación me dio una mejor comprensión de El.
Un día cuando iba yo a la iglesia en la Ciudad de México, al cruzar la calle me encontré en medio del tránsito intenso. Temerosa, traté de retroceder y un auto me atropelló. Aunque no sentí el impacto, no pude ponerme de pie. En silencio afirmé que yo no me había caído de mi estado espiritual y perfecto y que nada en el universo espiritual en que yo en realidad vivía podía hacerme daño.
Las palabras de la Sra. Eddy en Ciencia y Salud vinieron a mi pensamiento: “Estad conscientes por un solo momento de que la Vida y la inteligencia son puramente espirituales — que no están en la materia ni proceden de ella — y el cuerpo no proferirá entonces ninguna queja” (pág. 14). Unos jóvenes me llevaron hasta la vereda. Estaban muy asustados y querían llamar una ambulancia, pero obedecieron mi pedido de llamar a un practicista de la Ciencia Cristiana, quien llegó muy rápidamente, y también uno de mis hijos, quien me llevó a mi casa, sabiendo que el practicista estaba orando por mí.
Mi hijo pasó casi toda la noche leyéndome del libro Ciencia y Salud, pero al ver que yo no podía abrir los ojos, llamó a su hermano que es médico. Este hijo se sorprendió de que yo no tuviera dolor, porque una de mis piernas presentaba fracturas. El me llevó a un hospital. Las radiografías mostraron cuatro fracturas y los médicos diagnosticaron que sería necesaria una operación. Asimismo dijeron que en el futuro tendría que vivir con un aparato ortopédico para sostener la pierna. Debido a la fuerte hinchazón y a una herida abierta, no se podía enyesar la pierna y sólo se le puso un vendaje.
No acepté la evidencia alarmante de mi estado físico. Me mantuve firme en la comprensión de que Dios me sostendría hasta que la curación se llevara a cabo. El practicista y yo oramos, sabiendo que Dios me sostenía, y pedí que se me permitiera regresar a casa. Como es de imaginar, fue muy grande la oposición de mis familiares y de los médicos. Pero el practicista me recordó las palabras de un ex presidente de México que dijo: “El respeto al derecho ajeno, es la paz”. Apoyada en la verdad que estas palabras representaban, no permití que influencia errónea alguna me impidiera salir del hospital.
Más tarde me sacaron otra radiografía. Cuando el médico la vio, dijo: “No puede ser. ¡Los huesos han vuelto a su lugar!” Volvieron a vendarme la pierna. Otro médico dijo que era algo que no podían explicarse, porque la herida se había cerrado como si se hubiera realizado una costura muy fina. El practicista y yo continuamos orando. Unos tres meses más tarde se completó la curación, y pude caminar normalmente.
Estoy muy agradecida por haber conocido la Ciencia Cristiana y poder compartir este testimonio. Aprendí que las leyes misericordiosas de Dios están al alcance de todos Sus hijos. La victoria divina sobre este accidente fue tan grande que ahora sé que dondequiera que yo vaya, Dios iluminará mi camino.
Ahora, más de nueve años más tarde, estoy viviendo en California, pero siempre he podido asistir a mi querida Asociación de Estudiantes de la Ciencia Cristiana en Buenos Aires. Amo las siguientes palabras que aparecen en Ciencia y Salud: “Para los que se apoyan en el infinito sostenedor, el día de hoy está lleno de bendiciones” (pág. vii). Estas palabras están siempre en mi pensamiento.
San Francisco, California, E.U.A.
