Años Atras Cuando tuve que llevar mi auto para hacerle el servicio de mantenimiento, iba cantando y me sentía muy feliz. Mientras manejaba, me venía una idea al pensamiento en forma reiterada: “Eres una idea espiritual”. Por mi estudio de la Ciencia Cristiana sabía que ésta era una afirmación de que el hombre no es material sino el hijo espiritual de Dios. Y a los pocos minutos esta idea literalmente salvó mi vida. Sin ningún aviso, otro auto que venía a gran velocidad chocó mi auto con gran fuerza. Perdí el control del auto, que fue dañado considerablemente, y el impacto fue tal que lo arrastró a gran distancia.
Las personas que estaban en los vehículos cerca de mí vinieron a ayudarme. Estaba en estado de shock y apenas podía respirar. Me apoyé en el auto para no caerme. Inmediatamente vino la ambulancia y la policía.
El médico atendió primero al otro conductor que solamente tenía heridas superficiales. Cuando vino para atenderme a mí le aseguré que no necesitaba ayuda. El se sorprendió y me dijo que podía tener heridas internas y que él pensaba que debía hospitalizarme. Le agradecí su interés pero me negué a hacerlo. El me imploró porque consideraba que le echarían la culpa por no haberme atendido si tenía algún efecto adverso después del accidente. Le dije que estaba dispuesto a firmar cualquier papel para librarlo de la responsabilidad, pero que prefería que no me atendiera. Esto hice y la ambulancia se retiró.
Cuando llegué a mi casa, apenas si podía moverme y caminaba encorvado. Le expliqué a mi esposa lo que había sucedido y se puso a orar conmigo. Fueron días de comunión con Dios. Había que vencer temores y dolores. Una practicista de la Ciencia Cristiana también oró por mí. Las heridas de la cara producidas por los vidrios desaparecieron rápidamente, y el dolor también. Volví a la oficina a fines de esa semana, aunque todavía tenía que caminar un poco encorvado a causa de las heridas. Un cliente que supo del accidente me preguntó por qué no me habían enyesado, y quería saber qué habían dicho los médicos. Cuando le dije que ningún médico me había atendido, me dijo que las lesiones me podían dejar deformado permanentemente. Esta predicción no me asustó, porque sabía que la oración es un tratamiento eficaz y ya estaba sintiendo su efecto sanador. Aunque yo no estaba tratando la situación a la ligera, sabía que aunque mi cuerpo estaba lastimado, podía ser reconstruido por el poder transformador del Espíritu, Dios, que operaba en mi consciencia.
La base de mi confianza era el entendimiento de que recurrir a Dios no es un proceso de rogar, sino descansa en la certeza que tuvo Cristo Jesús cuando sanó las multitudes sufrientes que venían a él. Y esta certeza procede del hecho de que el hombre es verdaderamente espiritual, no material. Un entendimiento de este hecho puede restaurarnos físicamente aun cuando las heridas sean serias.
Respecto a esto, una cita del libro Ciencia y Salud por la Sra. Eddy me brindó constante apoyo. Dice así: “La conciencia construye un cuerpo mejor cuando la fe en la materia se ha vencido. Corregid la creencia material con la comprensión espiritual, y el Espíritu os formará de nuevo”.Ciencia y Salud, pág. 425.
Al meditar sobre esto, me di cuenta de que debía volver mi pensamiento de la evidencia material a la comprensión espiritual de mi verdadero ser creado por el Padre. Mi tarea era ceder al poder del Espíritu que es la única realidad. Uno de mis temores era la posibilidad de no poder volver a hacer deportes, en especial jugar al tenis, que tanto me gustaba. Sin embargo, en un mes había sanado. Pronto volví a hacer deportes otra vez, y algunos años después hasta gané un torneo de tenis. Todo el gozo que esto me trajo no se puede comparar con la inmensa gratitud que sentí porque Dios me había sanado.
Pensé mucho acerca del significado de esta curación, que tocó mi vida entera. Sentí que estaba muy contento con mi progreso material y por el nivel de realización alcanzado en el campo profesional y en el educativo. Pero ahora me pregunté si debía darle un nuevo curso a mi vida. Empecé a ver que no importaba en qué actividad humana estaba empleado, mi vida necesitaba apoyarse sobre una base más espiritual. En vez de pensar acerca de mí mismo como un ser material, que hacía progresos materiales, necesitaba verme como soy realmente, la idea espiritual de Dios, siempre obediente a Su propósito.
Esta experiencia me llevó no solo a renovarme física y moralmente sino a un renacer espiritual. Sentí los efectos de un mayor entendimiento del Cristo, la divina manifestación de Dios. Sentí las demandas del Cristo de que debemos seguir el ejemplo del Maestro, Cristo Jesús, y tomar la cruz. Al orar, tomando en consideración estas demandas, llegué a la conclusión de que debía cerrar mi oficina de asesor profesional, dejar mi puesto como profesor en la universidad, y dedicarme a la práctica pública de la Ciencia Cristiana, dedicarme a ayudar a otros por medio de la oración.
El camino del progreso espiritual nunca es aburrido ni triste. En verdad, ganamos una nueva experiencia de vida. ¡Vigoriza! La Sra. Eddy escribe en Ciencia y Salud: “Sintamos la energía divina del Espíritu, que nos lleva en vida nueva y no reconoce ningún poder mortal o material capaz de destruir cosa alguna”.Ibid., pág. 249.
Esta energía divina no se agota y está siempre a nuestra disposición; nos permite renacer, y si es necesario, nos formará de nuevo.
