Conozco A Un experto orador al que en una ocasión invitaron a dar una charla a un grupo de mujeres en prisión. Cuando estaba de pie en la plataforma a la hora de comenzar, quedó momentáneamente paralizado al contemplar esos rostros endurecidos por el odio, preocupados y asustados, o resignados e indiferentes. De pronto vio a una mujer joven sentada en la primera fila. Y en un instante su percepción se transformó y pudo ver más allá de las apariencias de su carácter. Percibió la profundidad de su verdadero ser como la mujer que Dios creó, inocente, pura y sensible al bien. Y entonces exclamó para sus adentros: “¡Esta es la verdadera naturaleza de todos los que están aquí!”
Los Científicos Cristianos no tratan al pecado superficialmente ni tampoco pasan por alto los efectos devastadores del mal, que pretende producir placer o beneficiar a aquellos que están dispuestos a quebrantar las leyes morales. Pero la misión del Cristo es quitar los pecados del mundo, buscar y salvar a los que están perdidos. ¿Cómo se logra esto? El aparente poder del pecado es desarmado cuando las personas luchan con sus pretensiones y lo vencen al comprender que el hombre es hijo de Dios, sin pecado.
Los discípulos de Cristo Jesús de hoy en día saben que aquél que amó tiernamente a los lirios, que predicó y practicó el perdón y el amor incondicional, tuvo palabras duras para el pecado. A la hipocresía y la justificación propia los llamó “sepulcros blanqueados”. Mateo 23:27. A los fariseos orgullosos los trató de “generación de víboras”, Mateo 23:33. y los vendedores deshonestos y avarientos fueron reprendidos severamente por convertir el templo de Dios, Su “casa de oración”, Mateo 21:13. en cueva de ladrones. Y aunque estos infractores de la ley moral no siempre comprendían el significado de las palabras y obras de Jesús, él igualmente procuraba salvarlos de sus propios errores.
Es reconfortante recordar que este severo ejecutor del Principio, Dios, también fue el administrador compasivo de este mismo Dios, el Amor divino, que veía más allá de la apariencia del pecador “perdido”, o de la oveja desobediente y descarriada, para percibir al cordero inocente que ama la seguridad que surge de seguir y obedecer al pastor. Cristo Jesús sanó a los enfermos y reformó a los pecadores demostrando así que Dios, la única causa y creador, es el Amor infinito que crea al hombre a su imagen, perfecto y sin pecado.
El mismo amor del Cristo en que se basaba el ministerio sanador de Jesús — un amor que perdona el pecado a la vez que lo destruye — lo vemos expresado en el tercer artículo de fe de la Ciencia Cristiana que se encuentra en Ciencia y Salud escrito por la Sra. Eddy, y que dice así: “Reconocemos el perdón del pecado por Dios en la destrucción del pecado y en la comprensión espiritual que echa fuera al mal como irreal. Pero la creencia en el pecado se castiga mientras dure la creencia”.Ciencia y Salud, pág. 497.
Desde los pecados más oscuros, abominables y censurables, hasta los errores egoístas de omisión y las mentiras blancas, toda infracción a la ley moral es castigada hasta que el pecado es visto como pecado, como una imposición sobre el ser verdadero. La maldad es perdonada solo cuando hay arrepentimiento, cuando se la deja de lado y se la destruye. Pero esto se produce en forma natural cuando se aplican las verdades liberadoras de la Ciencia Cristiana. Por lo tanto, no es muy atrevido ni ingenuo asegurarles a los pecadores que pueden librarse de sus ataduras si comprenden que el pecado, desde un punto de vista muy profundo, es un error, es carencia, en una forma u otra, de integridad, de pureza, de todo lo que constituye la verdadera identidad del hombre como hijo de Dios.
El término griego para pecado es hamartano, y aunque en un principio simplemente significaba errar el blanco, con el tiempo también llegó a significar errar el camino de la justicia, obrar mal, apartarse de la ley de Dios; es decir, pecar.
El Apóstol Pablo utilizó el término hamartano muchas veces en sus escritos. Y si bien es cierto que en ciertos casos él se refería a los hombres como pecadores, incapaces de recibir la gloria de Dios, también percibía muy claramente la verdadera naturaleza del hombre, sin pecado. Pablo escribe en Romanos: “Porque el pecado no se enseñoreará de vosotros; pues no estáis bajo la ley, sino bajo la gracia”. Rom. 6:14. Y en Isaías, en el Antiguo Testamento, encontramos la siguiente promesa: “Venid luego, dice Jehová, y estemos a cuenta: si vuestros pecados fueren como la grana, como la nieve serán emblanquecidos”. Isa. 1:18. En otras palabras, la promesa de redención es para todos aquellos que están comenzando a percibir el estado espiritual y perfecto del hombre por medio de la obediencia a la ley espiritual y moral.
La Ciencia del cristianismo que la Sra. Eddy descubrió enseña a las personas a librarse de la ignorancia que humilla y debilita, y que hace que hombres y mujeres permanezcan fuera de la gracia de Dios y cometan errores; que los hace pecar. Y esta libertad necesariamente comienza con el deseo de entender que el pecado en sí mismo es un error, un punto de vista falso que oculta la gloria del verdadero ser del hombre. Logramos esto cuando percibimos que la naturaleza del pecado es algo impersonal y sin sustancia alguna. Aunque una densa niebla pretenda opacar temporalmente la belleza de un paisaje, no puede disminuir ni ocultar para siempre la majestad del océano, la grandeza de los acantilados o la belleza esplendorosa de las flores y árboles exhuberantes. Del mismo modo, ni aun el pecado más sórdido puede ocultar en forma permanente la inocencia y pureza divinas del hombre verdadero. Y esto es algo que podemos demostrar.
En el Manual de La Iglesia Madre la Sra. Eddy alienta a los miembros de la Iglesia a orar diariamente para vencer el pecado en ellos mismos y en los demás. El artículo VIII, Sección 4 dice: “Será deber de cada miembro de esta Iglesia orar diariamente: 'Venga Tu reino; haz que el reino de la Verdad, la Vida y el Amor divinos se establezca en mí, y quita de mí todo pecado; ¡y que Tu Palabra fecunde los afectos de toda la humanidad, y la gobierne!' ” Manual de la Iglesia, Art. VIII, Sec. 4.
Toda persona, sea o no miembro de la Iglesia, puede comenzar ahora mismo a experimentar la gran bendición que surge de obedecer a este deber justo y de ayudar a otros a seguirlo. La paz y la satisfacción plena, que son los frutos de la justicia, constituyen el patrimonio del hombre creado por Dios.
El deseo sincero de reformarnos y regenerarnos nos permite ver más allá del punto de vista superficial de nosotros como pecadores mortales. Si usted está luchando con la tentación de pecar, o si sabe de otros que también están luchando, ¡recuerde cuál es su verdadero origen y el de ellos! Consideremos profundamente la prístina inocencia de la imagen y semejanza de Dios. Saquemos a la luz y cultivemos nuestras pequeñas virtudes hasta que, multiplicadas, se vuelvan tan firmes que al abarcarlo todo no haya lugar para nada más que el desarrollo continuo de tu ser sin pecado y mi ser sin pecado.
La promesa de redención que hizo Dios a la humanidad está asegurada, y es permanente.