Cuando Mi Familia y yo llegamos a Barcelona había una canción muy popular que en parte decía: “Gracias, gracias España,.. . por ese hermano, por ese amigo que aquí encontré, por tantas cosas maravillosas que aquí logré”. Estas palabras definen muy bien lo que sentíamos en esa época, hace más de veinte años. Habíamos confiado en la dirección del Amor divino para dar este paso, pero la experiencia superó en mucho nuestras expectativas.
Podríamos decir que hicimos el viaje de descubrimiento de Colón, pero en sentido contrario. Zarpamos de las Américas rumbo a España, listos para comenzar una nueva vida. Después de doce días de estar a bordo de un barco, nos encantó llegar a un país donde nos pudimos hacer entender de inmediato en nuestro propio idioma, y hasta comprobar que nuestro acento provocaba gran simpatía por parte de las personas con quienes hablábamos.
Nos maravillamos con el paisaje, tan diferente del nuestro. Nunca habíamos visto la grandeza de una montaña como Monserrat o la belleza de las calitas de la Costa Brava, con sus aguas azules y transparentes que yacen al pie de verdaderos precipicios, formados por las montañas que caen a pico en el Mediterráneo.
Cuando la naturaleza es tan imponente, me hace pensar acerca del siguiente pasaje de Isaías: “Levantad en alto vuestros ojos, y mirad quién creó estas cosas.. . tal es la grandeza de su fuerza, y el poder de su dominio”. Isa. 40:26. El pensamiento que está consciente de tal fuerza y belleza parece estar más dispuesto a comprender la inmensidad del poder de Dios. La Sra. Eddy escribe en Ciencia y Salud: “Las regiones árticas, los soleados trópicos, las gigantescas montañas, los alados vientos, las olas poderosas, los verdes valles, las festivas flores y los gloriosos cielos — todos indican a la Mente, la inteligencia espiritual que reflejan“.Ciencia y Salud, pág. 240.
Nos sentíamos muy agradecidos a Dios por poder disfrutar de “tantas cosas maravillosas”. Pero en épocas recientes, las noticias acerca de los desastres ambientales parecen haber enturbiado esta alegría. Se nos dice que el hombre está contaminando la atmósfera, alterando el equilibrio ecológico y destruyendo la pureza de los mares. Es muy loable el esfuerzo que hacen los ecologistas para que tomemos conciencia de que es necesario que cuidemos de nuestra tierra, y podemos ver algo de progreso en este sentido, tanto a nivel gubernamental como en el comportamiento individual. Pero, ¿cuál es la fuerza moral y espiritual que sostendrá nuestros esfuerzos en los años 90 y el próximo siglo, la mayoría de los cuales se basan en la necesidad de elevar y transformar radicalmente las actitudes y el comportamiento?
En la Ciencia Cristiana estamos aprendiendo a resolver todo tipo de problemas mediante la oración. Hemos comenzado a comprender que simplemente no podemos aceptar la tendencia de los acontecimientos sin preguntarnos: “¿Está esto impulsado por Dios?” ¿Acaso, es aceptable creer que Dios no cuida de Su creación, permitiendo que se deteriore y sea destruida? La respuesta es ¡no! Pero nosotros debemos orar para refutar la desesperanza o la resignación y los problemas concomitantes, con el compromiso específico de aplicar la verdad espiritual a nuestra vida y al mundo en que vivimos.
Podemos afirmar que la belleza, pureza, permanencia y equilibrio de todo lo que Dios ha creado está a salvo bajo Su protección amorosa y eficaz. Dios, el Principio divino, está constantemente activo, manteniendo a Su creación espiritual y desenvolviendo permanentemente la única actividad verdadera, la del bien. Esta actividad incluye todas las acciones del hombre verdadero, que es en verdad, espiritual, el reflejo del Principio divino.
El hijo de Dios, la imagen y semejanza del Amor divino, nunca podría dañar la creación del Padre, como tampoco nada de lo que Dios ha creado podría dañarla en forma alguna. Al hombre se le dio dominio sobre todas las cosas, pero no el poder para destruirlas. Tampoco nada en el universo espiritual y perfecto de Dios tiene el poder de destruir al hombre ni ninguna parte de la creación de Dios.
Nuestro gran Maestro, Cristo Jesús, demostró esto, por ejemplo, cuando calmó la tormenta en el mar, como relata el Evangelio según Mateo. Cuando los discípulos, aterrorizados por el temible viento que arrojaba las olas contra el barco, lo despertaron, Jesús “reprendió a los vientos y al mar; y se hizo grande bonanza”. Jesús les reprochó su temor diciendo: “¿Por qué teméis, hombres de poca fe?” Mateo 8:26. El conocía el poder que Dios le otorga al hombre cuando el hombre es gobernado por Dios, y la usó para frustrar los pronósticos de que estaban enfrentando fuerzas que iban más allá de su control y que ponían en peligro sus vidas. El es nuestro gran Ejemplo, el gran modelo, y nosotros tenemos que esforzarnos por imitar sus maravillosas obras, trayendo curación al mundo en lugar de daño, tanto en la tierra como en el mar.
Ciencia y Salud afirma: “El único poder del mal es el de destruirse a sí mismo. Jamás puede destruir ni un ápice del bien”.Ciencia y Salud, pág. 186. Nuestra familia ha probado en muchas ocasiones la eficacia de la oración que se basa en esta verdad. Una experiencia en particular, aunque modesta, indica las posibilidades más grandes que tenemos de sanar y restaurar el mundo. Hace unos meses un hermoso pájaro tropical, que se debe de haber escapado de alguna jaula, visitaba a diario nuestro jardín, maravillándonos con la variedad de sus silbidos. Me dijeron que estos pájaros provienen de regiones más cálidas y que era dudoso que pudiera sobrevivir. Tuvimos lluvias torrenciales durante casi una semana, y vientos huracanados asolaron la región durante varios días. Nuestro alegre visitante no se oía. Durante ese tiempo comencé a temer por toda clase de peligros que hubiesen terminado con su vida. ¿A dónde se iba a refugiar durante tantos días sin poder salir para buscar comida? Me di cuenta de que yo no podía hacer nada humanamente y que estos pensamientos tampoco lo iban a ayudar.
Yo tenía que confiar en el cuidado y protección de Dios, recordando que en el Sermón del Monte nuestro amado Maestro nos dice: “Mirad las aves del cielo, que no siembran, ni siegan, ni recogen en graneros; y vuestro Padre celestial las alimenta”. Mateo 6:26. Por lo tanto, confié que esa “[ave] del cielo”, dondequiera que estuviera, encontraría protección y provisión. Mi temor desapareció y, a medida que seguía orando, también comprendí que las maravillosas cualidades espirituales que este pájaro expresaba — gozo, belleza e inteligencia — no podían perderse, sino que eran manifestaciones permanentes del Alma, que no se pueden destruir.
Durante varios días más la lluvia y los vientos arreciaron aún más, pero yo seguí afirmando esas verdades, hasta que una mañana me despertó el silbido inconfundible del pájaro. Nuestro visitante estaba de regreso y bien. Sentí profunda gratitud a Dios y a la Ciencia Cristiana que nos enseña a confiar en El y en su gobierno absoluto del hombre y de toda la creación.
También hemos orado cada verano acerca del posible daño que podrían sufrir las playas españolas debido a las diversas amenazas industriales y ambientales a que están expuestas las costas aparentemente vulnerables. Al mismo tiempo hemos sido testigos, con gran admiración, de progreso en el trabajo de limpieza y mantenimiento de la costa, y el trabajo diligente que se llevó a cabo para rescatar una playa que ya casi había desaparecido. Nos regocijamos al ver estas hermosas manifestaciones de la sabiduría divina a medida que las personas comprenden la necesidad de que seamos mayordomos confiables de la tierra. Nuevamente podemos cantar: “Gracias España.. . por tantas cosas maravillosas”. Yo oro con estas palabras de Ciencia y Salud: “Capacítanos para saber que — como en el cielo, así también en la tierra — Dios es omnipotente, supremo”.Ciencia y Salud, pág. 17.