Cuando Mi Familia y yo llegamos a Barcelona había una canción muy popular que en parte decía: “Gracias, gracias España,.. . por ese hermano, por ese amigo que aquí encontré, por tantas cosas maravillosas que aquí logré”. Estas palabras definen muy bien lo que sentíamos en esa época, hace más de veinte años. Habíamos confiado en la dirección del Amor divino para dar este paso, pero la experiencia superó en mucho nuestras expectativas.
Podríamos decir que hicimos el viaje de descubrimiento de Colón, pero en sentido contrario. Zarpamos de las Américas rumbo a España, listos para comenzar una nueva vida. Después de doce días de estar a bordo de un barco, nos encantó llegar a un país donde nos pudimos hacer entender de inmediato en nuestro propio idioma, y hasta comprobar que nuestro acento provocaba gran simpatía por parte de las personas con quienes hablábamos.
Nos maravillamos con el paisaje, tan diferente del nuestro. Nunca habíamos visto la grandeza de una montaña como Monserrat o la belleza de las calitas de la Costa Brava, con sus aguas azules y transparentes que yacen al pie de verdaderos precipicios, formados por las montañas que caen a pico en el Mediterráneo.
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