Hace Algunos Años estaba trabajando en la educación pública para un grupo de organizaciones voluntarias. Un día me encontré confrontando un dilema moral: o continuaba trabajando apoyando decisiones que sentía que eran incorrectas, o mantenía mis profundas convicciones y renunciaba al trabajo. Después de pensar y orar sobre la situación por algún tiempo, decidí seguir mi sentido más elevado del bien, y por tanto renuncié.
Como resultado, desarrollé un profundo resentimiento hacia aquellos que yo sentía me habían forzado a tomar esa decisión. Este resentimiento empezó “a carcomerme por dentro”; constantemente tenía conversaciones imaginarias con esa gente y lamentaba que no había apelado a las juntas directivas de las organizaciones involucradas. Mis primeros pensamientos al despertarme todas las mañanas y al acostarme todas las noches, eran a menudo en relación con el asunto. Sabía que era muy nocivo y a quien le estaba haciendo el mayor daño era a mí mismo, pero este resentimiento se había convertido en una obsesión.
Luego, después de un año, una mañana mientras estudiaba la Lección Bíblica de la Ciencia Cristiana, leí esta bienaventuranza de Cristo Jesús: “Bienaventurados sois cuando por mi causa os vituperen y os persigan, y digan toda clase de mal contra vosotros, mintiendo” ( Mateo 5:11). Percibí de inmediato con gran claridad espiritual que yo necesitaba bendecir a estas personas contra las que sentía tanto resentimiento.
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