Skip to main content Skip to search Skip to header Skip to footer

Cuando Tenia Nueve años,...

Del número de junio de 1994 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Cuando Tenia Nueve años, encontré literatura de la Ciencia Cristiana en la casa de mi abuela materna. De allí en adelante yo leía de vez en cuando Ciencia y Salud, en especial la oración del Padre Nuestro con la interpretación espiritual. Recuerdo que siendo adolescente, teníamos una tía enferma a la que cuidábamos de noche. Hacía tres meses que estaba bajo el cuidado de los médicos. Una noche que me tocó acompañarla, estaba muy grave. La acomodé en su lecho, le di un beso, y le dije que durmiera tranquila. Le dije que le leería el Padre Nuestro, con su interpretación espiritual, y lo hice varias veces. Pronto percibí que dormía plácidamente. Continué leyendo por un buen rato más. Esa noche ella durmió muy bien, y a partir del día siguiente, sin ningún remedio, empezó su franca recuperación.

Después de casarme, dejé de leer y apoyarme en la Ciencia Cristiana casi por completo. En esa época tuve muchos reveses, hasta perdí a un hijito de nueve meses de edad. Ese fue el momento en que decidí estudiar la Ciencia Cristiana en serio, no tan solo leerla. Este estudio fue de gran ayuda para mí al criar y educar a cinco hijos, y tuve muchas oportunidades de ver la aplicación práctica de esta religión.

En una oportunidad una de las niñas estaba con mucha fiebre. Mis oraciones parecían no tener efecto. Por el contrario, ella parecía estar peor. Era una de esas noches de intenso viento y lluvia, e ir en busca de un médico significaba caminar un kilómetro. Oré y y escuché una voz que me decía: “Debes expresar más amor”. De inmediato recordé un disgusto que había tenido con otra persona. Así que oré específicamente para que Dios me ayudara a amar. Entonces, un sentimiento de gran amor me envolvió. Antes de salir volví a ver a mi hija y se encontraba sin fiebre y perfectamente bien.

En otra ocasión, un médico diagnosticó que otra de mis hijas tenía apendicitis y que había que operarla. Oramos, y al día siguiente decidimos ir a telefonear a una practicista que vivía en Buenos Aires. Le dijimos a mi hija que con la oración de la practicista iba a sanar. En aquella época las comunicaciones eran muy malas, y nunca me pude comunicar con la practicista. Todo ese tiempo seguimos orando con la ayuda de una tía. Al volver a casa, oí cantar. Al principio pensé que era mi otra hija, pero no, era la hija que había estado tan enferma. Estaba sana, y nunca más volvió a tener ese problema.

En la familia hemos tenido curaciones de cáncer, paros cardíacos y fracturas de huesos. Además, como la actividad de mi esposo es la cría de ganado, hemos tenido curaciones instantáneas de vacas y ovejas enfermas mediante nuestras oraciones.

Primero compartí esta religión con otras personas porque sabía de sus necesidades, y sentí un gran deseo de ayudar y de ofrecer algo tan bueno como la Ciencia Cristiana. Sin duda, me sentí impulsada por Dios a hacerlo. Comencé a visitarlos, casa por casa. Les llevaba literatura de la Ciencia Cristiana, les leía algunos párrafos, y les contaba acerca de mis propias curaciones. Como la gente era receptiva (y muchas eran personas que acababa de conocer), me pedían que las visitara nuevamente, y realmente me esperaban. Todo esto llevó a que tuviéramos servicios religiosos y reuniones de la Escuela Dominical, que ahora celebramos informalmente. La gente se ve atraída por la Ciencia Cristiana debido a su pureza y a la sinceridad del mensaje que encuentra en la literatura. Necesito aclarar que trato con personas muy humildes, y algunas de ellas son adultos que no saben leer. Pero estas personas dicen que es maravilloso que les lean la literatura.

Poco después de haber conocido a una chica, le pregunté por su mamá, a quien no conocía. Me contó que tenían que hacerle una nueva operación, ya le habían hecho dos, y no mejoraba. Le di un ejemplar de Ciencia y Salud, y algunos ejemplares de El Heraldo de la Ciencia Cristiana. A los dos meses decidí visitar a esta señora, y llevé conmigo la Biblia y Ciencia y Salud, y el Cuaderno Trimestral de la Ciencia Cristiana, para leerle la Lección Sermón. Pero cuando llegué, ella estaba trabajando en la huerta. (Me contó que cuando la hija llegó con la literatura de la Ciencia Cristiana, no se podía ni atar los cordones de los zapatos.)

Mi esposo no es estudiante de la Ciencia Cristiana, no obstante me apoya. A veces también me ha pedido ayuda espiritual. Hace algunos años tuvo un problema de próstata. Cuando cayó enfermo le pregunté si quería que lo llevara al médico, pero él no aceptó y me pidió que orara por él. Así lo hice y siempre que podía le leía también de Ciencia y Salud. Al sexto día, él todavía no se sentía bien, de modo que salí a caminar alrededor de la casa. (Vivimos en el campo, solos.) Estando en oración escuché una voz que me decía: “De Dios solo el bien puede venir”. Entonces decidí regresar a la casa. Antes de llegar, mi esposo salió a mi encuentro contento, pues sus órganos ya funcionaban normalmente y estaba sano.

Quiero decir, como creo que mencioné anteriormente, que mi esposo me ayuda mucho pese a que no estudia la Ciencia. Hace algún tiempo me compró un auto pequeño para que yo pudiera visitar a la gente.

Estoy muy agradecida a él y a Dios.


Para explorar más contenido similar a este, lo invitamos a registrarse para recibir notificaciones semanales del Heraldo. Recibirá artículos, grabaciones de audio y anuncios directamente por WhatsApp o correo electrónico. 

Registrarse

Más en este número / junio de 1994

La misión del Heraldo

 “... para proclamar la actividad y disponibilidad universales de la Verdad...”

                                                                                                          Mary Baker Eddy

Saber más acerca del Heraldo y su misión.