Cuando Tenia Nueve años, encontré literatura de la Ciencia Cristiana en la casa de mi abuela materna. De allí en adelante yo leía de vez en cuando Ciencia y Salud, en especial la oración del Padre Nuestro con la interpretación espiritual. Recuerdo que siendo adolescente, teníamos una tía enferma a la que cuidábamos de noche. Hacía tres meses que estaba bajo el cuidado de los médicos. Una noche que me tocó acompañarla, estaba muy grave. La acomodé en su lecho, le di un beso, y le dije que durmiera tranquila. Le dije que le leería el Padre Nuestro, con su interpretación espiritual, y lo hice varias veces. Pronto percibí que dormía plácidamente. Continué leyendo por un buen rato más. Esa noche ella durmió muy bien, y a partir del día siguiente, sin ningún remedio, empezó su franca recuperación.
Después de casarme, dejé de leer y apoyarme en la Ciencia Cristiana casi por completo. En esa época tuve muchos reveses, hasta perdí a un hijito de nueve meses de edad. Ese fue el momento en que decidí estudiar la Ciencia Cristiana en serio, no tan solo leerla. Este estudio fue de gran ayuda para mí al criar y educar a cinco hijos, y tuve muchas oportunidades de ver la aplicación práctica de esta religión.
En una oportunidad una de las niñas estaba con mucha fiebre. Mis oraciones parecían no tener efecto. Por el contrario, ella parecía estar peor. Era una de esas noches de intenso viento y lluvia, e ir en busca de un médico significaba caminar un kilómetro. Oré y y escuché una voz que me decía: “Debes expresar más amor”. De inmediato recordé un disgusto que había tenido con otra persona. Así que oré específicamente para que Dios me ayudara a amar. Entonces, un sentimiento de gran amor me envolvió. Antes de salir volví a ver a mi hija y se encontraba sin fiebre y perfectamente bien.
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