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La inconmovible certeza de la vida

Del número de junio de 1994 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


La Idea De la muerte a menudo parece aterradora. Así fue para mí cuando tenía veinte años y una vez trataba de alcanzar un libro de una repisa alta, y de repente me desmayé. La experiencia de haber estado inconsciente me hizo sentir terriblemente temeroso y vulnerable. Desde entonces me despertaba de mi sueño una y otra vez lleno de miedo, pensando que la muerte vendría a llevarme.

Luego conocí la Ciencia Cristiana, que afirma que Dios nos redime del pecado, la enfermedad y la muerte. Después de haber tenido sorprendentes curaciones instantáneas de problemas físicos al poco tiempo de haber empezado un serio estudio de esta Ciencia, no dudé que la proposición acerca de vencer la muerte también podía ser verdadera.

Llegó un momento, después de despertarme con pánico por este temor a la muerte, que resolví firmemente no aceptar esto nunca más. El pensamiento, “Dios es mi Vida”, vino a mí. Me mantuve fiel a esta idea con todas mis fuerzas para que ninguna otra consideración pudiera venir a mí. Poco a poco, me fui tranquilizando y calmando, me dormí, y descansé durante el resto de la noche. Esta batalla nocturna de negarme a someterme al temor se repitió durante varios meses. Entonces, un día mientras oraba, tuve la completa convicción de que estos temores eran infundados, y que mi creciente fe me había ayudado a percibir esto. Desde ese momento la idea de la muerte perdió su terror, y el ataque desapareció.

Cristo Jesús dijo a sus seguidores: “El que guarda mi palabra, nunca verá muerte”. Juan 8:51. Guardar la palabra de Jesús ciertamente incluye estudiar y comprender la letra de sus enseñanzas, haciéndola parte de nosotros. Por otra parte, esto indudablemente significa ser fiel a los mandamientos de Dios, practicándolos, y no infringiéndolos en pensamiento u obra; en una palabra, dejando de pecar. El pecado y la muerte están muy estrechamente relacionados. Así de estrechamente asociadas están nuestra espiritualidad — nuestra consciencia de la unidad del hombre con Dios — y la certeza de que vivimos en Dios y, por lo tanto, somos inmortales. Nuestra fidelidad a Dios, a las leyes del Espíritu, que aplicamos mediante nuestra oración y estudio diarios, hace que el pensamiento divino puro llegue a ser tan fuerte en nosotros que la idea de la muerte ya no entraña más terror.

Jesús ejemplificó esto para nosotros en su gloriosa resurrección de la tumba. Aun en el llamado proceso de la muerte él no abandonó la actividad consciente. El ser espiritual entonces se mantuvo en él como una realidad que no podía perderse. No hay lugar ni momento sin Dios, el omnipresente. Por lo tanto, el hombre bajo ninguna circunstancia puede estar separado de Dios, su Creador y preservador. Y así Jesús probó que el hombre, como la expresión de Dios, no puede morir.

Si el Espíritu es real y eterno, entonces todas las consideraciones mortales no tienen la autoridad que pretenden tener. Toda realidad está únicamente en Dios.

Es muy importante entonces que confiemos cada vez más en nuestro sentido espiritual; es decir, que aprendamos a ver a través de las mentiras de la materialidad y a tener una consciencia inconmovible de la espiritualidad y eternidad de la vida.

Es sumamente importante que nos identifiquemos correctamente como la imagen de Dios. La Sra. Eddy dice en Ciencia y Salud: “El hombre es idea, la imagen, del Amor; no es físico”.Ciencia y Salud, pág. 475.

Todos podemos comprender ahora mismo que nuestra unidad con Dios no puede interrumpirse ni romperse en ningún instante, que el Amor divino está con nosotros todo el tiempo, y que el cuidado de Dios no tiene límites. Nos rodea de seguridad. El hecho de la individualidad espiritual e indestructible del hombre es incuestionable. Comprender este hecho destruye el temor a la muerte y contribuye, de manera decisiva, a nuestra tranquilidad y a la bien fundamentada comprensión de que somos, de hecho, inmortales. De esta manera podemos aprender a enfrentar todas las condiciones imaginables con gran seguridad.

Las cosas invisibles de él, su eterno poder y deidad,
se hacen claramente visibles desde
la creación del mundo,
siendo entendidas por medio
de las cosas hechas.

Romanos 1:20

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