Muy Pocas Cosas nos muestran el contraste tan grande entre los pensamientos de Jesús y los pensamientos de sus discípulos cuando caminaban de regreso a Betania, cerca de Jerusalén, a la casa de María, Marta y su hermano Lázaro. Véase Juan 10:39—11:44.
Se les había informado a los discípulos que Lázaro había muerto. Poco antes, habían tenido que huir de una multitud en Jerusalén que había tratado de apedrear a Jesús hasta matarlo. Ahora Jesús venía de regreso, y sus discípulos estaban seguros de que esta vez lo matarían. La tristeza y el miedo perturbaban sus pasos.
Jesús había dado a sus discípulos razones para que tuvieran esperanza, pero ellos no comprendieron sus palabras. Jesús informó a sus seguidores que iba a Jerusalén a resucitar a Lázaro. Les aseguró que nada podría interferir con el cumplimiento de su misión espiritual. La evidencia del poder siempre presente de la Vida divina que Jesús sostenía, y el testimonio de muerte y peligro que los discípulos guardaban, ilustran la diferencia entre el sentido espiritual y el sentido material. Los discípulos pensaban que iban hacia las garras de la muerte; Jesús sabía que caminaba en el terreno de la Vida, donde las ideas de Dios siempre se están revelando. Los temores de los discípulos y su concepto erróneo del ser nunca pudieron oscurecer el sentido espiritual de Jesús, sino que su demostración de la Verdad y el Amor divinos arrasaba la oscuridad mortal que cegaba a sus discípulos.
Cuando Jesús llegó a Betania, se vio enfrentado con la profunda aflicción y las recriminaciones de parte de María y Marta. Ambas le reprocharon diciendo: “Señor, si hubieses estado aquí, mi hermano no habría muerto”. Sus amigos lo rodearon con sus penas y tristezas. Pero Jesús con paso firme preguntó dónde estaba Lázaro. Nada podía ensombrecer la visión de la Vida, Dios, que él tenía. Nada debilitó la voz de la Verdad que el escuchó. La Biblia dice: “Jesús lloró”. Pero, ¿eran a causa de Lázaro esas lágrimas? ¿Acaso no corrieron por sus mejillas debido a la ceguera de sus más cercanos amigos y seguidores que aún no habían entendido lo que él había enseñado, y por esto no veían la gloria de Dios que estaba aun entonces entre ellos?
Enfrentado con la terca incredulidad que pretendía dominar los pensamientos de sus amigos, el ordenó: “Quitad la piedra”. Quitaron la piedra de la tumba donde habían puesto a Lázaro. Pero su mandato también quitó la piedra que había sepultado su esperanza y el sentido de Vida eterna que ellos tenían, la misma que les había ocultado la actividad siempre presente del Cristo, la Verdad. Y por toda la eternidad, como lo revela la Ciencia Cristiana, el ejemplo de Jesús — resucitando a Lázaro de entre los muertos y a sus discípulos de su incredulidad — ilustrará el poder y la autoridad de Dios y el sentido espiritual del ser.
¡Qué maravilloso es descubrir la impotencia del sentido material! El Alma imparte al hombre, la imagen y semejanza de Dios, la única consciencia del ser. El sentido espiritual percibe la verdad que el Alma, Dios, revela. Mary Baker Eddy escribe en Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras: “El sentido espiritual es una capacidad consciente y constante de comprender a Dios”.Ciencia y Salud, pág. 209. Hoy, mediante la oración y el estudio de Ciencia y Salud, podemos cultivar este sentido espiritual, que oye, ve, siente y entiende a Dios. Cuanto más estudiamos la Palabra de Dios, más se leuda nuestra consciencia con el impulso de la pureza, la bondad, la santidad, y el amor. La oración, o la comunión con Dios, es también esencial, y trae rayos de iluminación espiritual a la consciencia, que nos iluminan con nuevas vistas del Espíritu divino y su creación. El sentido espiritual nos brinda la comprensión del ser. Descubrimos que el sentido material nunca habla con la verdad, nunca es preciso, sino que es simplemente error.
El título marginal que está junto a la explicación de la Sra. Eddy en Ciencia y Salud describe el error como “materialidad que se desvanece”.Ibid., pág. 472. Desvanece significa aquello que en este mismo instante está a punto de volverse cero. El error, sea que se le llame enfermedad o dolencia, nunca se vuelve algo. El sentido espiritual, conociendo la totalidad de Dios, reconoce que el error es la nada. El error siempre es nada; no es cosa, ni lugar, ni poder, ni acontecimiento. Cero. La enfermedad, el miedo y la discordia actúan en el pensamiento sólo cuando permitimos que esta “nada” llame nuestra atención. Sus sombras negras disminuyen en la proporción en que dejamos entrar la luz, o el algo, del sentido espiritual, la comprensión de la sustancia del Espíritu y de la ley inmutable de Dios. Si uno sufre porque no hay, literalmente, nada (el error) en el pensamiento, el remedio es obvio. Jesús no permitió que nada le impidiera hacer su viaje a Betania, y siguiendo su ejemplo, podemos avanzar del sentido material del ser hacia el sentido espiritual vertiendo constantemente la verdad del ser en el pensamiento, escuchando constante y fielmente la voz de Dios.
Cuando Jesús caminaba hacia Betania, no podía haber estado pensando que la muerte de Lázaro o la tristeza de sus hermanas eran una realidad. La evidencia real y poderosa de la Vida misma lo acompañaban en su camino. Hoy, el practicista de la Ciencia Cristiana sigue su ejemplo. Al acercarse al lado de la cama de su paciente, el practicista comulga con la Vida y sostiene las ideas del Alma, la verdad acerca del hombre. Cada paso en el camino revela la gloria de la imagen y semejanza de Dios, sostenida eternamente en la perfección por Su ley siempre activa. Esta luz de la comprensión espiritual disipa las sombrías mentiras del sentido material. El practicista camina en el sendero de la santidad, la consciencia de que Dios es la causa única y que el hombre es su expresión inmaculada y perfecta.
Jesús no pudo haber dudado que podría ayudar a Lázaro, porque la verdad de la Vida inmortal le había revelado la nada de la enfermedad y de la muerte, y él adoraba o escuchaba sólo a la Vida y Sus ideas. Por consiguiente, sus pasos eran firmes. ¿Podría Dios fallarle a él o a Lázaro? El oró: “Yo sabía que siempre me oyes”. Hoy, el sanador cristiano redescubre que Dios nos oye siempre. Estamos en comunión con El y escuchamos su voz. Recorremos nuestro camino a Betania también con paso firme y confianza en el poder constante de Dios. Jesús no afirmaba poseer ningún poder personal para sanar o salvar. El reconoció que Dios era el gobernante del cielo y de la tierra, y que no había ningún otro poder.
El sanador de hoy no necesita luchar con inseguridad o dudas sobre su propia habilidad para sanar. Las personas no tienen tal poder personal; Dios — la Vida, la Verdad y el Amor — es el sanador, y nos esforzamos por espiritualizar y cristianizar nuestros pensamientos y vida para así ser verdaderas transparencias de su poder sanador y de su amor. Ningún hombre ha sido más puro, más santo, ni más lleno de amor que nuestro Maestro Cristo Jesús. Ninguno representó a Dios más plenamente. Pero él manda que todos sigamos sus pasos y, a medida que lo hacemos, demostramos el poder sanador de Dios así como él y aquellos primeros discípulos lo hicieron.
¿Se sintió Jesús en peligro en su camino a Betania? Los discípulos tenían miedo del odio desenfrenado que habían visto, pero Jesús, buscando el reino de la Mente, el único Dios, no podía encontrar ninguna evidencia de odio, ni de pasión ardiente, ni de envidia, ni de rechazo a la espiritualidad. El debió de haber visto el gobierno y el total control que tiene la Mente sobre Su universo de ideas. Debió estar consciente de que el “viaje a Betania” tuvo lugar en el reino de Dios. Como el profeta Isaías nos asegura, en el camino a la santidad es donde caminamos seguros. Nada inmundo pasará por él. Véase Isa. 35:8—10. Bajo el cuidado de Dios no podemos cometer ningún error en el camino. Esta promesa es nuestra si caminamos fiel, obediente y constantemente en el sendero que El trazó para que nosotros sigamos.
En Betania, Jesús no prestó ninguna atención al desacato de las personas que guardaban luto, quienes estaban convencidas de que Lázaro estaba muerto, y que decían entre ellos: “¿No podía éste, que abrió los ojos al ciego, haber hecho también que Lázaro no muriera?” La convicción, la certeza, la terquedad de la mente mortal se convirtieron en nada cuando Jesús dijo: “Quitad la piedra”. Y de la cueva de oscuridad brilló la luz, la luz de Vida, cuando Lázaro salió. El practicista de hoy aprende y revela, mediante la inmensa gracia de Dios, que las opiniones inflexibles y obstinadas que incitan a temer de la mente mortal, no significan nada. Literalmente. Y con autoridad otorgada por Dios, el sanador cristiano reconoce al hombre como la semejanza de Dios, inocente de todo reclamo de enfermedad o dolencia, ayudando así al paciente a despertar al amor del Padre-Madre Dios.
En su poema Christ and Christmas (Cristo y la Navidad), la Sra. Eddy escribe:
Lo que el bienamado sabía y enseñó,
la Ciencia repite,
en anhelada busca de comprensión,
con latir de corazón ardiente.
El sentido espiritual nos capacita a todos para explorar las Escrituras y Ciencia y Salud, y encontrar así en la vida de Jesús prueba de la Ciencia del ser y de las reglas para la curación cristiana. ¿Quién de nosotros no necesita hacer el viaje a Betania? En el ejemplo de Jesús encontramos el camino.