La Experiencia Humana a veces parece ser un proceso de dar un paso atrás por cada dos hacia adelante, un poco como subir por una escalera mecánica descendiente. Parecería que a menudo nuestro progreso depende de condiciones que están fuera de nuestro control; que nuestro adelanto está inevitablemente sujeto a la frustración y al desengaño. Sin embargo, Jesús enseñó: “No juzguéis según las apariencias, sino juzgad con justo juicio”. Juan 7:24. Lo que parece y declara estar gobernando nuestra vida no es la autoridad máxima; Dios es esa autoridad. En vez de ser engañados, podemos apartarnos de la evidencia de victimización y escuchar en la oración lo que Dios nos dice que está realmente ocurriendo, y qué es lo que está realmente en control.
Como enseña la Biblia, Dios es el bien supremo y Su ley de armonía y orden continúa ininterrumpidamente y está siempre al alcance para ayudarnos. Cuando humildemente apelamos a esta ley, comprendiendo que ésta es en realidad la verdad del ser, todo lo que sea necesario para alinear nuestra experiencia humana con Su perfecta voluntad y el propósito que El tiene preparado para nosotros, se manifestará, y ocurrirán los ajustes necesarios.
¿Qué es lo que nos impediría alcanzar nuestro objetivo, o nos haría vacilar en seguir un curso de acción que creemos es bueno? Según la epístola a los Romanos, San Pablo llamó a esta influencia “la mente carnal”, que él dijo era “enemistad contra Dios”. Rom. 8:7. Ahora, Dios es el bien y la fuente de toda acción e inteligencia correctas, la única Mente; pero la tal llamada mente carnal, con su influencia terrenal y materialista, se opondría a esta verdad. El dar crédito a sus falsos argumentos nos hace menos receptivos a la guía de nuestro creador. Esto, a su vez, estorba nuestro progreso espiritual y tiende a limitarnos.
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