He Sido Estudiante de la Ciencia Cristiana por más de setenta años, y deseo expresar mi gratitud.
Me gustaría compartir con ustedes una curación que tuve recientemente. Era un día festivo y como me encontraba sola en casa, decidí pasar un feliz día estudiando la Biblia y los escritos de la Sra. Eddy. Reuní mis libros y me senté en una habitación muy soleada. Tomé algo para coser a mano mientras escuchaba algunos cassettes de himnos cuya letra fue escrita por la Sra. Eddy, entre ellos uno que comienza con las palabras: “Gentil presencia, gozo, paz, poder...” (Himnario de la Ciencia Cristiana, N.° 207). Después del almuerzo continué mi estudio hasta el atardecer. Luego para guardar los cassettes me subí a una silla. Al tratar de alcanzar el estante perdí el equilibrio; la silla se dio la vuelta y caí con todo mi peso sobre el costado y codo derechos.
Antes de intentar levantarme repetí algunas de las declaraciones de Ciencia y Salud que había estado estudiando, entre ellas la siguiente: “Bajo la divina Providencia no puede haber accidentes, puesto que no hay lugar para la imperfección en la perfección” (pág. 424). Traté de incorporarme, pero sentí tanto dolor en ese costado y me era tan difícil respirar que perdí el conocimiento. Cuando desperté recordé otra promesa del libro: “El Amor divino siempre ha respondido y siempre responderá a toda necesidad humana” (pág. 494). Al encontrarme sola, mi necesidad humana parecía aún más grande, pero me di cuenta de que Dios era mi fortaleza. Un versículo de Deuteronomio: “El eterno Dios es tu refugio, y acá abajo los brazos eternos” (Deut. 33:27), me brindó el consuelo que precisaba.
Con gran esfuerzo, finalmente, logré incorporarme y vi que podía caminar arrastrando despacio los pies, siempre y cuando me mantuviera muy derecha. Me sentía agradecida por haber sido capaz de hacer esto y también por haber podido prepararme algo para cenar. Luego, me senté lentamente en un sillón para continuar estudiando. Aun así me era difícil orar por mí.
Decidí entonces telefonear a una practicista de la Ciencia Cristiana, quien vino a verme enseguida con una enfermera de la Ciencia Cristiana. Me ayudaron a que me sintiera más cómoda y se ocuparon de atender mis necesidades.
Durante los días siguientes continuamos orando reconociendo que Dios es la única causa y creador único. El Salmo 34 fue de gran ayuda: “El guarda todos sus huesos; ni uno de ellos será quebrantado” (versículo 20). Uno de mis temores era que me hubiese quebrado algunas costillas.
Cuando encontraba difícil conciliar el sueño, a menudo cantaba el himno antes mencionado, “Oración Vespertina de la Madre”.
Una noche, al meditar sobre el significado de su mensaje, me embargó una maravillosa sensación de paz. Supe que había sanado, aunque el dolor en las costillas no había disminuido. De inmediato llamé a la practicista y le dije que estaba sana, y le agradecí su ayuda por medio de la oración. Entonces me fui a dormir por algunas horas.
Más tarde ese día pude manejar mi automóvil e ir de compras y hacer mis asuntos cotidianos con completa libertad.
Siempre he encontrado curación y guía al reconocer el poder de Dios.
Killara, Nueva Gales del Sur Australia