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Enfrentemos los cambios en nuestra vida sin temor

Del número de junio de 1994 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Un Himno Del Himnario de la Ciencia Cristiana comienza diciendo: “No teme cambios mi alma si mora en santo Amor”. Himnario, N°. 148. Hubo un tiempo en el que necesitaba sentir el consuelo del Amor divino e invariable. Acababa de comenzar una nueva carrera llena de desafíos, nuestros hijos ya eran independientes, y precisamente en esa época falleció mi esposo. Después de una larga y cómoda rutina familiar me encontraba ahora frente a una confusa serie de situaciones que nunca antes había tenido que enfrentar. Los cambios se presentaban con tanta rapidez que cada día traía consigo una nueva carga de ansiedades.

Como Científica Cristiana, con toda naturalidad recurrí a la Biblia en busca de guía. Sabía que allí encontraría la tranquilidad sanadora que necesitaba, y la obtuve, pero no de la manera que yo esperaba. En lugar de recibir el mensaje consolador de que mi vida pronto volvería a estar dentro de un esquema predecible, encontré que los personajes bíblicos, uno tras otro, me enviaban un mensaje bastante diferente. Me estaban mostrando que si bien a veces los cambios en la vida parecen alcanzar su punto más álgido, uno no debe sentir temor si se les hace frente con la plena confianza de nuestra relación con Dios.

Por ejemplo, la fe que Abraham tenía en Dios lo impulsó a romper raíces profundamente arraigadas con su pueblo natal, donde la idolatría se había esparcido considerablemente, y a partir hacia un destino que él desconocía. Cuando falleció su esposo, Rut optó por aceptar al Dios de la familia de él, y su vida cambió radicalmente. Moisés aceptó con valor el mandato de Dios de conducir a su pueblo fuera de la esclavitud, y su vida nunca volvió a ser la misma. La fidelidad a Dios transformó la vida de David, un joven pastor, cambiando la sencillez de su vida pastoril por un cúmulo de responsabilidades inesperadas inherentes a un gobernante que tenía influencia sobre toda una nación.

Todos estos personajes bíblicos tenían algo muy importante en común: el ferviente deseo de ser fieles a Dios y obedecer el plan que El tenía preparado para ellos. A partir de esa base, hubo resultados notables y muy diversos. A Abraham le fue concedido un hijo muy amado y fue convertido en padre de muchas naciones. Rut se volvió a casar y como resultado tuvo un niño que se convirtió en el antepasado de Jesús. Moisés liberó a su pueblo de la esclavitud. David fue elevado al rango de rey. Su disposición para servir a Dios capacitó a estas personas a percibir el poder espiritual que proviene de Dios, y de esta manera pudieron hacer frente a las circunstancias que cambiaron su vida. Este poder no solo activó sus talentos e hizo que sus vidas fuesen más completas y significativas que antes, sino que también las capacitó para ayudar a otros.

El ejemplo más importante provino de Cristo Jesús. Su experiencia terrenal, desde su nacimiento virginal hasta la victoria sobre la muerte, fue una obra maestra de lo inesperado e inusual. Su decidida obediencia a Dios trajo aparejada una transformación sanadora a todo drama humano que se presentaba. Fue así que el vacío de vidas carentes de sentido se colmó de propósitos espirituales y actividad sanadora. El pecado dio paso a la rectitud. La enfermedad y el hambre fueron reemplazados por la salud y la abundancia. La autoridad del Cristo que tuvo Jesús provenía de su comprensión de su unidad con el Padre, el Espíritu, y de Su infinita bondad. El dijo: “Yo y el Padre uno somos”. Juan 10:30. Esta visión espiritual del ser centrada en Dios, conmovió la vida de sus seguidores y la colmó de curaciones de tal magnitud que aprendieron a no temer los cambios que la transformación espiritual podía traer a su vida.

Mientras yo iba aprendiendo estas lecciones bíblicas tan maravillosas, un versículo de Romanos, que me era familiar, me trajo nueva inspiración: “No os conforméis a este siglo, sino transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento, para que comprobéis cuál sea la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta”. Rom. 12:2. Para mí, eso significaba que el cambio verdadero en mi vida debía producirse primero en mi propio pensamiento. En lugar de someterme a los temores e inseguridades asociados con circunstancias cambiantes, yo necesitaba estar libre de temor y pena y cultivar el amor y la confianza. Mi verdadera necesidad era centrarme en Dios, como lo hicieron esos personajes bíblicos, en lugar de centrarme en mí misma, y permitir que un sentido espiritual de armonía y dominio me guiara a través de las circunstancias cambiantes con confianza, consuelo y progreso.

Me encontré cantando estas palabras del himno que mencioné anteriormente:

Doquiera que El me guíe,
no habrá necesidad,
ni cosa que yo ansíe
si aquí el Pastor está.

Comencé a expresar más confianza en la guía de Dios y menos temor. Me volví más dispuesta a dar pasos decisivos, a pesar de lo poco familiares que me parecían. El resultado fue una carrera plena de servicio, acompañada de felicidad, propósito y seguridad financiera. La recompensa más importante fue, y continúa siendo, una comprensión cada vez más profunda de mi invariable relación con Dios.

El mayor progreso que una persona puede experimentar proviene de los cambios que la actividad del Cristo produce en su vida. El Cristo es el que eleva la experiencia humana fuera del torbellino de un predicamento tras otro y lo impulsa hacia lo alto, hacia la transformación espiritual. El Cristo disuelve el concepto temeroso acerca del hombre como la víctima desvalida de las circunstancias cambiantes del azar, y revela que el verdadero ser del hombre es la expresión inmutable de Dios, inseparable de Su bondad, inteligencia y poder.

La Ciencia Cristiana
Christian Science (crischan sáiens) mantiene la revelación bíblica de que Dios es el bien infinito y el hombre es Su imagen espiritual. Esta verdad ilumina el pensamiento humano y en forma apacible transforma vidas. Los cambios que resultan de nuestra disposición de querer asimilar la verdad acerca de la conexión inseparable que existe entre el hombre y Dios, pueden ser repentinos y dramáticos; por lo general, son suaves y llevaderos, pero siempre nos elevan, fortalecen y sanan.

“La Verdad eterna está cambiando el universo”, Ciencia y Salud, pág. 255. dice Mary Baker Eddy, la Descubridora y Fundadora de la Ciencia Cristiana, en Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras. Los cambios tan rápidos que se producen hoy en día en el mundo, destacan la promesa que encierra esta declaración y la gran necesidad que existe de esta influencia estabilizadora del progreso espiritual. A través de este progreso en nuestra vida personal podemos dominar la reacción humana al cambio. Podemos rechazar cualquier temor de ser sumergidos en la escasez y desesperación, sin amparo alguno, y elevarnos a través de la oración y la fe en busca de la guía de Dios. Esa está siempre a nuestro alcance. Una vez que obtenemos aunque sea tan sólo una vislumbre de Su eterna presencia y Su infinito amor por nosotros, los cambios no pueden dejar de tener un efecto que nos eleva, conduciéndonos a las alturas de una actividad gratificante y de progreso.

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